lunes, 1 de diciembre de 2008

Un axioma chino, comentado en algún momento por Lin Yutang, divide la vida de un hombre en cuatro vidas diferentes: niñez, juventud, madurez y vejez; otorgando un promedio de veinte años para cada etapa. Ochenta años es un límite biológico rajante y puede decirse que a partir de entonces la diferenciación se convierte en sabiduría pura o eternidad no comprendida por los menores de edad.
La misma persona no es la misma persona. No es de humanos entender esos significados, por eso la enajenación, el arte y la melancolía.
El empirismo vivencial establece las diferencias: para el joven el niño es un cadáver y así sucesivamente.
Efectivamente, el pasado puede ser negado (así como aceptado) pues es simple muerte alejada, no putrefacción dentro del tacho de basura casero.
La fotografía (y el cine)es una paradoja. Al practicar estos oficios se está practicando la muerte y la muerte también es artificio entre mortales. Oscar Wilde se debió de haber reído del escándalo íntimo que le habrá provocado verse fotografiado.
Marañon está atento a los cambios de la tiroides, pituitaria e hipófisis, durante el transcurso de las veintenas y marca las conversiones, a veces tipo "dr. Jeckyl and mr. Hyde", que suceden entre un flaco y un gordo, y viceversa. Ingenieros proponía el suicidio a partir de los treinta años cumplidos, para Borges continuar vivo era una adaptación al infierno. Entonces la locura sería el placebo pertinente para los que asumen la madurez.

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