lunes, 16 de febrero de 2009

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD, JUAN JOSÉ MILLÁS.

Patrimonio de la humanidad


Es sabido que en las bodas se cuelan personas indeseables, gente que va a por el canapé y a la que importa un pito la felicidad de los novios. Cuando el enlace entre la hija de Aznar, que ahora no caigo cómo se llama, y Alejando Agag, del que me acuerdo todos los días porque hago gárgaras al levantarme de la cama, vimos desfilar por la pasarela a individuos que no habían sido invitados, entre ellos el fantasma de Felipe II, como si el hecho de haber levantado el monasterio de El Escorial significara que puede acudir a todas las bodas que se celebren en él. Peste de Austrias. Resulta que Aznar había elegido un lugar modesto, discreto, recoleto, íntimo, que se le llenó de fantasmones, entre ellos, ahora lo hemos sabido, el tal Paco Correa y su señora (que tampoco caigo). Viendo la fotografía de la pareja, hemos comprendido cómo lograron colarse sin llamar la atención: él iba empapado en gomina y ella embutida en un traje hortera. Cada boda tienes sus símbolos. La de Agag (con perdón) estuvo presidida por la gomina. Por la gomina y por la caspa. Tales eran las credenciales que te pedían a la entrada. Por eso el astuto Correa y su señora se colaron sin problemas (como Berlusconi, quizá). Es posible incluso que entre canapé y canapé hicieran algún negocio.

—Tengo un tema gordo en Valencia. Compramos a 10.000 y vendemos a 20.000. Ganamos 12.000 kilos. Hay un tema medioambiental que desbloqueo yo. Tiene que ser jodido, con perdón, que al revisar el álbum de fotos de tu boda tropieces con elementos como Correa.

—¿Y este señor quién era? –preguntarán los hijos algún día.

—Un delincuente (presunto) que se coló en la boda de papá y mamá para hacer negocios.

—¿Y por qué llevaba un casco tan raro en la cabeza?

—No es un casco, corazón. Se trata de su propio pelo modelado con una sustancia ideológica, muy de moda entre la derecha de toda la vida, denominada gomina. Tu abuelo la utilizó mucho también durante su juventud, antes de soltarse el pelo. El pelo de tu abuelo ha tenido varias épocas, como la pintura de Picasso.

Siempre queda la posibilidad de arrancar esas fotografías del álbum, pero a quién le gusta falsear la historia. Si gente de esa calaña acudió a tu boda, lo mejor es admitir que no supimos crear los controles adecuados y tomar nota para que a las generaciones siguientes no les ocurra lo mismo. Lo insoportable es que al mejor gobernante que ha tenido España en los últimos siglos se le estrecha cada vez más el círculo de la gomina, de la caspa, de la cutrez general. Ha de ser duro que tu nombre acabe asociado a personas que se aprovecharon de tu patriotismo para hacer negocios presuntamente sucios. Y tenían vista los tíos: a una empresa que se forraba con las instituciones valencianas le pusieron de nombre Orange Market. Tú vas a dar un contrato a dedo en Valencia y a quién eliges. Pues a alguien que aprecia el valor de las naranjas, como es lógico.

—Oiga, que yo me llamo Orange Market.

—Adjudicado. He telefoneado a un escritor que estuvo en la boda de Agag (además de gánsteres presuntos, había también muchos intelectuales) para ver si me contaba algún secreto y el hombre me ha dicho que él no acudió.

—¿Cómo que no acudiste, si tengo delante la foto de tu entrada en palacio?

—Sería alguien que se parecía a mí –ha dicho con toda la cara.

He aquí otro efecto indeseable de la investigación llevada a cabo por Garzón: que muchos de los que acudieron a dicho enlace empiezan a negar su asistencia, como Judas negó a Cristo. En su día se morían por ser invitados al mismo fiestorro del que ahora reniegan con pasión. Pero no tengáis cara, tíos. Después del daño económico que hicisteis al mejor presidente de la historia de Europa colándoos en la boda de su hija, ahora renegáis de aquellos canapés carísimos. Gente así se merece cualquier castigo, cualquier cosa mala que le suceda, pues ahora es precisamente cuando tendrían que dar un paso al frente y decir: —Sí, es cierto, yo me colé en aquella boda, pero juro que sólo vi en ella a personas respetables, tipo Berlusconi, además de innumerables intelectuales y artistas.

Para terminar, digamos que el enlace entre la hija de Aznar y Alejandro Agag debería, por sus especiales características, ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Que no vengan, pues, ahora a ensuciarlo unos hijos de su madre que a lo mejor ni siquiera estaban invitados. He dicho.

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