jueves, 9 de abril de 2009

Andy de Murmullos descuidados... ( un amigo, jajaja)

Lucila tiene pestañas de fuego.

A veces cierra los ojos y es como si un cometa se te metiera en el pecho y te mordiese los malos recuerdos. Y cuando los abre, los destroza. Cada noche perdida en un lugar desconocido e inhóspito, cada palabra hiriente, cada sensación de soledad, cada momento de desasosiego desaparecen cuando ella abre sus ojos enormes y deshilachados por el dolor, que poco a poco van trenzándose de nuevo.

Lucila no es mía; tal vez no pertenece a nadie; o quizás se esconde en una rendija hecha de otitis, de loción para la pediculosis, de incansables intentos por tener una vida corriente. Pero ella sabe que no es corriente. Porque Lucila es capaz de ponerle esquinas a mi corazón para que tenga referencias en este camino de ceguera.

Lucila raspa el hollín de mi pensamiento para que pueda sentir, me enseña con esas palabras de maestra incansable las luces para que no me choque conmigo mismo. Me invita a destrozar los faroles de la maldita tristeza, y salimos por Avenida de Mayo a hacerle sentir a la gente que es infeliz; o al menos relativamente infeliz.

Lucila convierte una cueva en un refugio; y la calle en un meteorito helado. Me escuece el pecho para curarlo con besos de lilas y dedos de crema del cielo.

Pero hay una razón por la que Lucila me hace sentir vivo cada mañana, aunque la rutina pese y deje de ser lo cotidiano.

Lucila está.

Siempre está.

Acumula penumbras y sueños; adolece de serotoninas y misterios.

Lucila es estrellas y duendes, idas y retornos. Enseña unas palabras nuevas para voces inauditas. Es efervescente y posesiva; desprendida y tranquila. A Lucila le gusta tejer sueños y destejer mentiras ajenas, para anclarlas en una isla de alturas. Lucila te mira y te desmenuza el dolor, y te pone un poco de sol bajo la nuez.

Y pide poco. Sólo una hornalla encendida en el frío de la mañana y un horizonte ancho donde quepamos todos los indispensables. Lucila tiene las manos frías y las botas llenas de polvo por el camino recorrido.

Lucila abusa de los silencios tanto como yo abuso de las palabras. Y ama a las palabras tanto como yo sería capaz de amar a los silencios, si pudiera construírlos, y no violarlos sistemáticamente. Lucila a veces está en soledad y es feliz; y otras transpira para hervir a los demonios.

La piel de Lucila es una bella planicie de tibia arena, con el mar a lo lejos, detras de su cuello; y un cielo azul con una nube en forma de pan.

Lucila es inasible y deliciosamente abrazable. Lucila es una bella incógnita.

Lucila tiene pestañas de fuego.
Y mi tiempo se mide por sus parpadeos

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