jueves, 9 de abril de 2009

Andy de Murmullos descuidados... ( un amigo, jajaja)

JULIO, LA FOTO.
VÉRTIGO.


Todo olía a desesperación. Habían acabado de hacer el amor hacía instantes. Y como a veces suele pasar, se había adueñado del ambiente una especie de aire malévolo que tiene el sabor a la culpa y al desconsuelo.

¿Encontraré a la Maga? Hiciste conmigo algo que no se hace, me mostraste la mujer ideal. Después de eso todos buscamos a la Maga en Paris o en Ciudadela, haciendo huevos fritos, escuchando a los Beatles o a Charly Parker, haciendo el amor en una cama rodeada de libros, sahumerios, un potus, ollas sucias, decenas de vasos con puchos apagados, una novela sin abrir de Roberto Arlt.



En un departamento lejano sonaba Sandro.


"Tengo un mundo de sensaciones"

¿Encontraré a la Maga? Vos me dijiste Julio que podíamos encontrarla, no buscarla, que la Maga iba a aparecer sin necesidad de una cita, que la misteriosa ecología de la ciudad iba a juntarnos. Por tu culpa, Julio, las parejas salen separadas a encontrarse, la ciudad está cubierta de personas con aire desconcentrado que cabecean como un boxeador después de un golpe, que espían en las esquinas buscándola a ella...



Ambos se dieron vuelta hacia sus lados respectivos y se dieron cuenta inmediata y simultáneamente del error. Eran diferentes, sonaban distintas sus respiraciones. Subsanaron ese error volviendo a mirarse y a encontrarse, sonriendo delicadamente.


Te metiste en la vida, Julio, en nuestra vida; en la vida de ella y la mía. No pasa un solo embotellamiento en que no recuerde la autopista del sur; frente a cualquier discusión, particularmente las discusiones tontas, la memoria me dicta elecciones insólitas...

¿Te acordás? A uno le piden que elija y le dan un calentador Primus, una banana, una rubia de costumbres elásticas... Para desconcierto de la población y del obispo local me he quedado con la banana. Me aterra tu posibilidad de vomitar conejitos a la mañana: Julio, ya es suficiente que a la mañana el sueño duele en los ojos o el pis se resista a salir. No puedo perdonarte lo de los conejitos. Tampoco lo del límite.


Hasta que se encontraron. era un algo en el fondo de sus ojos. Él la veía, infatuizado. Sus ojos tenían esa misteriosa cualidad de atraparlo de un modo insondable. Él, que se aburría con cualquier cosa, podía quedarse hundido en esa mirada durante el resto de su vida. Pero en realidad él, no era él... sino otro par de ojos, los de otro hombre que en algún lado, que nos está vedado saber, la esperaban para mirarla así.



Yo vivía tranquilo imaginando esa pared, no tenías que decirme que la pared era una soga que se podía saltar, en ese ring los contornos se pierden, la conciencia se pierde. Vivía tranquilos en nuestro metro cuadrado hasta que apareciste vos. Y con vos, ella... ella, la prueba tangible de la continuidad de los parques.

“El hombre más alto del mundo” como escribió alguna vez mi odiado García Márquez, con los ojos separados como los de un novillo, el brazo en alto señalando hacia allá, hacia allá, a la conciencia, a la soga, a lo extraordinario, lo extraordinario saltándonos encima como un gato, al miedo y a la risa, Julio, Julio... si no fuese por vos, yo no escribiría; y si yo no escribiese, ella no me hubiera leído. Y si ella no me hubiese leído, yo no hubiera tenido ni la más mínima chance de tener una chance.


Cuando Sandro se hubo callado, ella ya dormía.. pero él no podía hacerlo. Un runrun delicado lo estremeció. Había sido descubierto. Ella abrió los ojos. Y lo descubrió mirándola. Lo habían atrapado como una liebre frente a los focos. Ahora sólo restaba el tiro del final.



Ella sabía que esto no debía continuar. Al menos, no de este modo. Había otra gente que la necesitaba. Pero cuando ella miraba el fondo de sus ojos verdes, esos ojos de gato desvelado y lúcido, podía ver la desesperación que dormía en algún rincón, acurrucado. Y de alguna manera no podía dejar de ceder a esa especie de resistencia pacífica que instantáneamente desplegaba en sus silencios, muy escasos por cierto.

Es natural que interpretes esto como un reproche, Julio. Yo quería ser feliz, hacer asados, leer a King o a Grisham, mirar como despegan los aviones en el aeroparque, no necesitar a la Maga, hacer el amor cuantas veces fuese posible, no plantearme siquiera si la vida tiene más de una dirección: tiene una sola, y es el futuro, no hay dos futuros; hay el mío, no hay conejitos en la garganta, no hay instrucciones para subir una escalera.

Yo quería ser feliz, imaginarme hasta acá, no hasta allá, no hasta ella, no adonde nunca podré llegar, sacudirme la libertad como una araña del pantalón. Tirarme la araña a la cabeza, eso hiciste. Pelo de araña, mi cabeza se mueve lentamente, nunca sé en que puede terminar, volverme cursi y niño, abrirme a la confusión. Te imagino, la imagino cada vez que miro por la ventana, o por un tunel o por un ojal, sé de memoria que puedes estar en cualquier sitio, ahora mismo cagándote de risa.

Cagándote de risa de cómo me enamoro, y quiero negarlo, tres veces como un Judas sin siquiera recompensa.


Entonces decidió que ésto se acabaría. Pero él antes hizo algo que ella no esperaba.

Le hizo una foto mental de sus ojos. Esos ojos expresivos y profundos. Esos ojos turbios para hundirse en ellos, y desfallecer, perder el conocimiento, y ahogarse.


Esos ojos a los que él le gustaba mirar cuando llegaba al orgasmo, y a los que se quedaba mirando luego de un rato para poder aprehender ese retazo de memoria.



"tengo un mundo de sensaciones..."


Sin embargo hay ciertas cosas que ocurren a lo largo de una vida juntos (que puede durar tan sólo seis meses y veintiún días) que son imposibles de recuperar.

Y desde el insondable abismo de una cama, alguien tuvo un segundo de estupor. Un vértigo atroz.

Vértigo, Julio.

¿Mentendés?

¿Y cómo hago ahora para decirle que acá arriba no puedo estar solo, Julio? Cómo hago para decirle que ella tiene la clave para que mis palabras se pongan en orden, para que las putas perras negras vengan a lamerme las manos.

Vértigo. Vértigo.

El amor es una enfermedad mental. Y aquí se está tan alto que creo que es imposible volver abajo

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