jueves, 6 de octubre de 2016

Cementerio de elefantes (Juan Carlos GARRIDO)


MIÉRCOLES, 15 DE DICIEMBRE DE 2010

Pactar con el diablo

Cuento ganador del XV certamen de relato Gazteleku de Sestao

Aunque suene a broma, estas líneas me han costado la salvación de mi alma inmortal. Lo más probable es que ahora usted sonría, tratando de adivinar por dónde vendrá la broma: ahórrese el esfuerzo. Yo era tan escéptico como usted, no se crea, pero, por muy tozudo que se crea uno, la realidad lo es más, y no existe argumento más convincente que los hechos consumados.
Yo también daba por supuesto, hasta hace poco, que el bloqueo del escritor no era más que un mito urbano, como la chica de la curva, o un argumento de película americana. Recuerdo un libro de Stephen King, “Un saco de huesos”, en el que, a raíz de la muerte de su esposa, un escritor sufre un bloqueo que encubre con novelas que guardaba en reserva. Yo también dispongo de un cajón repleto de novelas: media docena que han penado por buena parte las editoriales del país, por lo que no confío en que puedan serme de mucha ayuda.
Pero esta era diferente, ¡tenía que serlo! La idea me sobrevino una noche, al poco de acostarme, y tuve que levantarme a trabajar en ella, pues parecía tan brillante que te obligaba a entrecerrar los ojos. Ahora vegeta reducida a un formidable inicio de cincuenta páginas, un concepto para un final impactante y un bloqueo de campeonato entre medias.
Tras invertir toda la mañana del domingo entre navegar por páginas literarias y jugar a corazones en red, abrí de nuevo el documento de la novela. Después leer las tres últimas páginas para ponerme en situación, me quedé, una vez más, sin saber qué añadir a continuación que estuviese a la altura de lo ya escrito.
“Pactar con el diablo”: más de treinta y ocho mil entradas localizadas por Google en apenas unas décimas de segundo. Por supuesto que no esperaba de veras encontrar el modo de materializar esta descabellada idea; pero sí, lo admito: el aburrimiento es terrible. La mayoría de los documentos hacían referencia a una película, con ese mismo título, protagonizada por Al Pacino y Keanu Reeves. Me llevó un buen rato dar con la página.; era engañosamente sencilla: una pantalla en blanco en la que sólo figuraba un letrero: “Página oficial de Satanás”; y debajo un pequeño botón gris sobre el que se leía: “Pactar con el diablo” ¿Quién podría resistirse a pulsar sobre él?
Lo que aguardaba como respuesta a esta acción era alguna clase de documento multimedia, casi con certeza alguna broma soez, pero lo que sucedió desbordó todas mis expectativas. Si lo que estaba viviendo era realidad virtual, sin duda le hacía más honor al nombre que al apellido. En apariencia, me había trasladado a unas amplias oficinas de paredes acristaladas, por las que se podía contemplar una impresionante vista. Yo me encontraba en uno de los muchos cubículos separados por mamparas que se veían en ella, frente a un escritorio ocupado por un hombre joven, en torno a la treintena, con aspecto de empleado de banca, pulcramente ataviado con un discreto traje y el pelo peinado con espuma. A mi izquierda, en lo que aparentaba ser la recepción, un gran cartel anunciaba: “Satanás servicios inmobiliarios”.
– Tome asiento por favor. A la mayoría les sucede como a usted: se quedan atónitos; no obstante, como podrá comprobar, esto es real.
– ¿Es usted Satanás?
– No, claro que no, soy un delegado comercial. El gran jefe no se ocupa de estas cosas, pero, si sabe usted guardar un secreto, le adelanto que voy a ser elegido empleado del mes.
– Y lo de servicios inmobiliarios, ¿es una tapadera?
– No es más que diversificación del negocio. Aunque se le antoje increíble, cada vez era más difícil conseguir que alguien vendiese su alma por toda la eternidad, si bien resultaba insultantemente sencillo lograr que empeñase su vida por treinta años, incluso más. Pero eso era antes de la crisis financiera. Por eso que tuvimos que adaptarnos a los tiempos que corren y apostar por las nuevas tecnologías. Si no le parece mal, iremos al grano: ¿qué pretende obtener?
– ¿Qué se puede pedir?
– Cualquier cosa que se le ocurra.
– Me gustaría convertirme en un genio de la literatura.
– Debo recomendarle que medite bien su deseo, ya que, una vez firmado el contrato, no hay posibilidad alguna de enmienda, así como que procure ser lo más explícito posible si no quiere resultar defraudado. Mire lo que le ocurrió al Señor Van Gogh: también solicitó ser considerado un genio y todavía mantiene pleitos con nosotros; por supuesto, sin ninguna posibilidad de ganarlos.
– En ese caso, desearía alcanzar el éxito en la literatura.
– ¿Qué es el éxito? Para algunos podría constituirlo el hecho de ganar el certamen de su pueblo y otros, colmados de galardones, se consideran unos fracasados. Debo insistir en que sea lo más concreto que pueda.
– Estoy escribiendo una novela.
– Lo sé –repuso tras consultar su terminal– se diría prometedora.
– Deseo concluirla en tres meses y que gane el premio Planeta, ¿es posible?
– Por supuesto.
– ¿Y cuánto me costaría?
– Algo de este calibre no se lo puedo facilitar si no es por la condena eterna.
Aunque la posibilidad me seducía, no me acababa de decidir. Muchos lo habían obtenido para después ser engullidos por el gris monstruo del olvido. No parecía que unos pocos meses de gloria compensasen el penar por toda la eternidad. Como si adivinase mis pensamientos, volvió a intervenir:
– Claro, que usted se ha ido al tope de gama, pero también tenemos cosas más asequibles.
– ¿Por ejemplo?
– Podríamos ofrecerle un concurso de cuentos.
– ¿Por cuánto me saldría el Unamuno o el Rulfo?
– Depende de la temporada pero, año más o año menos, por un milenio en el purgatorio.
– ¡Mil años de purgatorio!
– No se piense que es tan malo como lo pintan, hay muchos matrimonios que son francamente peores.
– ¿Y no tiene nada en oferta?
– Vamos a ver –respondió mientras que consultaba su pantalla–. Sí, aquí tenemos una magnífica que nos acaba de entrar: el de Gazteleku, en Sestao, que se le quedaría en dos siglos de purgatorio.
– Parece demasiado bueno como para ser cierto, ¿no habrá gato encerrado?
– Es una oferta promocional, de captación de mercado. De cuando en cuando, nos aparece alguna así, si bien vuelan casi al instante.
– Parece tentador.
– Lo es. Si le resulta de su agrado, debe decidirse lo más pronto posible, antes de que la reserve otro cliente.
– No sé qué decir; doscientos años se me antojan mucho tiempo.
– No se preocupe, el purgatorio es atemporal y se le pasarán en un periquete.
– Es que el relato corto nunca ha sido mi fuerte.
– Eso no supone un problema: nosotros se lo facilitaríamos.
– No acaba de convencerme eso de andar en tratos con el diablo; su jefe no cuenta con la mejor de las reputaciones.
– Se sorprendería de lo que cuentan sobre Ud. Sus conocidos, y mucho más de lo que afirman algunos que apenas le han tratado. Por añadidura, un escritor ya es de por sí bastante parecido a un endemoniado; cómo considerar, si no, a ese afán de Uds. por pasarse el día permitiendo que otros hablen por su boca.
– Está bien, me lo quedo.
– Estupendo, ya está reservado. Le felicito por su elección. Para finalizar, tan sólo tiene que firmar aquí.
Tras proceder como me indicaba, se despidió de mí con un breve, pero firme, apretón de manos.
– Oiga, ¿no tendría que proporcionarme el relato?
– Ya lo he hecho: cuente lo que le ha sucedido, y todos pensarán que es fruto de su imaginación.

No hay comentarios: