miércoles, 8 de febrero de 2017

Los treinta y seis piadosos

LOS TREINTA Y SEIS PIADOSOS
(LAMED VAV TZADIKIM)


Uno de los cuentos folklóricos judíos más lindos y más cono­cidos es la creencia en los treinta y seis piadosos, los "Lamed vav tzadikim", que es el número hebreo de treinta y seis. En el tratado talmúdico "Sukah", página 45, dice así: "En cada generación existen treinta y seis personas piadosas, y por sus méritos sigue existiendo el mundo. Ellos pueden percibir el rostro de la Divinidad todos los días."


Con el crecimiento del movimiento jasídico, se extendió to­davía más este maravilloso cuento. La gente del pueblo judío creía que los "Lamed vav tzadikim", llamados también los "Escondidos", están dispersos por el mundo entero y nadie sabe dónde se encuentran. Generalmente son gente sencilla, sin mucha educa­ción. Trabajan como jornaleros, sastres pobres, zapateros o leñado­res, que viven en casas humildes. Pero cuando la gente no los ve, estudian la Tora, las enseñanzas sagradas de la boca del Profeta Elías y realizan muchos actos de bondad por los judíos que pasan apuros. Solo en tiempos de mucha penuria se presenta alguno de ellos, realiza un acto de mucha envergadura y deja sin efecto una decisión maligna contra su pueblo. Después, desaparece una vez más. Recorre un lugar tras otro donde no se lo conocen, y sigue con su vida de piadoso secreto y nadie sabe, quién es.


Cuando llega el momento en que tiene que morir, entrega su cargo a otra persona piadosa. Según la creencia popular, hay en cada generación algunas personas escogidas y selectas, que cono­cen estos piadosos escondidos. Saben dónde se encuentran y proveen sus necesidades de comida y vestimenta, pero no les está permitido comunicarlo a nadie.


Uno de esos Selectos era Rabí Leib ben Sara. Su nombre se debe a que era el hijo de la viuda Sara. En los ojos del pueblo. Rabí Leib ben Sara era una persona maravillosa que caminaba por ciudades, aldeas, bosques y campos. Contaron historias muy lindas de él. Muchas veces juntaba limosna para cubrir las necesidades de los Lamed vav tzadikim. La gente estaba convencida de que él conoció su lugar de residencia, sus nombres, estaba en contacto con ellos y les proveía sus necesidades.


Una vez, necesitó Leib ben Saja trescientos ducados para rescatar a unos prisioneros. Se acercó a un judío rico y le dijo: "Préstame esta suma y yo te la devolveré en un año". Este hombre rico tenía muy buen corazón y le desembolsó esta suma en sus manos. Leib ben Sara sacó un pequeño papelito y escribió las siguientes palabras. "Yo, Leib ben Sara, recibí la suma de trescien­tos ducados. ¡Que Dios te los devuelva!"


Apenas firmó el papelito, se fue y nadie volvió a verlo nunca más.


De repente, el hombre rico se arrepintió de lo que había hecho. Al fin y al cabo, había prestado una suma bastante grande a un hombre que no conocía.


Una vez, cuando revolvió el salero, cayó el papelito sin que él se diera cuenta. En ese momento. Dios mandó una bendición al salero. El hombre usaba el salero durante todo el año y siempre estaba lleno. Un día, mandó a un sirviente para que saque sal, pero el salero estaba vacío. El sirviente fue donde su amo y le comentó. Este fue a ver el salero y encontró, que realmente estaba vacío. Empezó a buscar y encontró en su interior el préstamo, que él había dado hace justo un año a ese hombre tan extraño. Empezó a contar y a contar el dinero y vio, que este recipiente le había devuelto el doble de la suma. Le parecía que verdaderamente pasó un milagro.


Y la moraleja de este cuento es: respeta a todo trabajador, sea zapatero, sastre o limpiador de calles, pues nunca se puede saber si es él uno de los LAMED VAV TZADIKIM.

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