martes, 30 de mayo de 2017

La olla


Relato: "La olla" de Yiğit Bener (traducción de Corinne Ferrero)



El escritor turco Yiğit Bener nació en 1958 en Bruselas, casi por azar. “La olla” es lo primero que se conoce en castellano del autor, y EdM tiene el orgullo de publicarlo también en turco y francés. El cuento pertenece a la colección Oteki Kabuslar (2009), su primer libro traducido al francés. Yiğit Bener ha publicado cuatro novelas, colecciones de relatos, ensayos, entre las que se destaca su versión al turco de Voyage au bout de la nuit de Louis-Ferdinand Céline, que recibió en Estambul el premio a la mejor traducción en 2002. En 2015 la editorial Actes de Sud publicará su novela Le Revenant.





El agua está hirviendo. Ya puedo desahogarme: total, poco queda para que empiecen a decorticarme y comerme.
Si yo hubiera sido de color marrón, o incluso negra como el carbón, igual que mis primos del continente, ¿les parece que me hubiera sucedido eso? ¡Qué tabú! A ellos no hay quien se les acerque. Y no me vengan a decir que algunos sí se los comen. Ustedes nunca los probaron, si lo sabré yo.
Ser o no ser comido… Vivir o morir… Es frágil la frontera: una simple cuestión de color, de raza… ¡Discriminación!


Una banal historia de pigmentación… No se fíen de mi aspecto encendido, es por el estofado. En realidad soy completamente blanca, casi transparente. Ay, quién fuera negra como el ébano…
Heme aquí, a punto de ser tragada, por una simple diferencia de color… ¡qué trago tan amargo!
No me puedo quejar, lo sé. Soy del color equivocado, y estoy en el lugar equivocado, en el momento menos adecuado. Las redes estaban tendidas, y solo supe quedar enmallada… Pero, ¡cuán vana y falaz la serenidad del que se cocina en el fondo de una olla hirviendo! ¿Cómo tomar en serio la aparente indiferencia del condenado a muerte? ¡Apócrifas rebeliones pataleando en el agua hirviente! ¿Quién para tragarse las peroraciones del que se improvisa filósofo cuando levanta el hervor?
En el matadero… En las cámaras de tortura… Frente a la horca… Cuando la vida está a punto de desvanecerse, sólo queda esa verdad profunda: “Ay, quién pudiera…”
Quién pudiera haber tenido la tez tan oscura como la de mis primos continentales… Entonces no me clavaban en los ojos saltones esa ávida mirada, ni se detenían con la misma apetencia en mis patas ganchudas, mi lomo encorvado y mis bigotes colgantes. ¿Acaso se babeaban ante mi mullido abdomen y me decorticaban el crujiente caparazón con la boca hecha agua de haber tenido yo la piel negruzca? ¡No me trago ese anzuelo! ¡Si habrá depravado? ¡Si habrá voyeur?
Ya poco falta para que sus deditos rollizos me arranquen con maña la cabeza del cuerpo y nada quede de mis entrañas, o de mis embriones... ¡y se los chupen con la lengua afuera! Succionarán entonces mi sustancia entre la espuma de sus labios túrgidos y famélicos. Y regalarán su panza voraz con la carne sobrante de mi espinazo. ¡Quiera dios que se atraganten!
De haber sido empero mi color, y solamente mi color, algo más oscuro, otra lengua nos cantaba.
A ver si nos aderezaban en sus platos por decenas y nos devoraban como sitiados por el hambre si uno solo… si tan sólo uno de nuestros congéneres del color del ébano se hubiera encontrado en la mesa… Vamos, ¡habrían puesto el grito en el cielo! Y se armaba un escándalo… ¡a que sí!
He aquí mi único defecto: no tengo ese don de repugnarles como mis hermanos negros… ¡Maldita sea! No bien sentados en la mesa, impacientes e insaciables, masticarán copiosamente la pulpa de mi cuerpo bien asadito, después de rociarlo con limón, o de mojarlo en una salsa mayonesa. ¡Pura glotonería de destripadores!
Cuando ya cansados de revolotear en el cielo de su boca, los trozos de mi carne se estrellen en su lengua, soltarán ustedes la carcajada lanzándose unos a otros acuciosas y obsequiosas miradas. Rituales de la gula…
Y para dar fe de mi salero y de mi sazón, no vacilarán en balbucear indecorosas palabras con la boca llena… ¡Abominables y repugnantes caníbales!
Ovacionarán al cocinero que nos habrá arrojado vivas al caldero de agua hirviente, y se admirarán, “Qué delicia, mi buen amigo”, “Es usted un verdadero cordon-bleu”… ¡Financistas de la tortura! Con exuberantes modales y engañosos cumplidos, convidarán a los presentes con una bandeja de los restos de nuestros cadáveres… ¡Fraternidad de genocidas!
He de pensar que consideran legítimo infligirme semejante trato simplemente por mi color y mis orígenes, ¿no es así? ¡Ciertamente son racistas!
Vean qué falta la mía: vengo de las profundidades del mar… si yo habitara en tierra firme… si como mi primo de piel morena circulara por sus casas, sus cocinas, sus baños, o sus jardines… y si hubiera rozado el borde de sus labios con mis finísimas y larguísimas antenas… seguro que echaban las tripas en el acto, y escupían sangre de puro carraspeo… ¡y a borbotones! Coman, pues, y aprovechen, señoras y señores… que al pagar será el llorar. Tarde o temprano mis primos negros del continente nos vengarán…
Así es… ¿nunca se preguntaron quién roería su carroña?
A comer como condenados, pues, a llenarse y atracarse hasta reventar. Que ya les llegará su hora.




Yigit Bener
Estambul, Turquía.




Corinne Ferrero.
Pau, Francia.




EdM, febrero 2015

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