tag:blogger.com,1999:blog-8244577604026069532024-02-06T19:37:27.544-08:00CUENTOS IMPRESCINDIBLESencontrados durante el viaje por las grutas literarias.Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.comBlogger335125tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-14853605127597264402021-09-28T11:37:00.000-07:002021-09-28T11:37:25.208-07:00Jim - Bolaño <p> <span style="background-color: white; font-family: georgia, palatino; font-size: 12pt; text-align: center;">Roberto Bolaño</span></p><div class="code-block code-block-4" style="background-color: white; border: 0px; clear: both; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 8px auto; padding: 0px; text-align: center;"><div id="22617-19" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"></div></div><p style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 0px 0px 0.9em; padding: 0px; text-align: center;"><span style="border: 0px; font-family: georgia, palatino; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;"> (cuento)</span></p><p style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 0px 0px 0.9em; padding: 0px; text-align: justify;"><span style="border: 0px; font-family: georgia, palatino; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;"> </span></p><p style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 0px 0px 0.9em; padding: 0px; text-align: justify;"><span style="border: 0px; font-family: georgia, palatino; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim y desde entonces nunca he vuelto a ver a un norteamericano más triste. Desesperados he visto muchos. Tristes, como Jim, ninguno. Una vez se marchó a Perú, en un viaje que debía durar más de seis meses, pero al cabo de poco tiempo volví a verlo. ¿En qué consiste la poesía, Jim?, le preguntaban los niños mendigos de México. Jim los escuchaba mirando las nubes y luego se ponía a vomitar. Léxico, elocuencia, búsqueda de la verdad. Epifanía. Como cuando se te aparece la Virgen. En Centroamérica lo asaltaron varias veces, lo que resultaba extraordinario para alguien que había sido marine y antiguo combatiente en Vietnam. No más peleas, decía Jim. Ahora soy poeta y busco lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes. ¿Tú crees que existen palabras comunes y corrientes? Yo creo que sí, decía Jim.</span><span id="more-20436" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"></span></p><p style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 0px 0px 0.9em; padding: 0px; text-align: justify;"><span style="border: 0px; font-family: georgia, palatino; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Su mujer era una poeta chicana que amenazaba, cada cierto tiempo, con abandonarlo. Me mostró una foto de ella. No era particularmente bonita. Su rostro expresaba sufrimiento y debajo del sufrimiento asomaba la rabia. La imaginé en un apartamento de San Francisco o en una casa de Los Ángeles, con las ventanas cerradas y las cortinas abiertas, sentada a la mesa, comiendo trocitos de pan de molde y un plato de sopa verde. Por lo visto a Jim le gustaban las morenas, las mujeres secretas de la historia, decía sin dar mayores explicaciones. A mí, por el contrario, me gustaban las rubias. Una vez lo vi contemplando a los tragafuegos de las calles del DF. Lo vi de espaldas y no lo saludé, pero evidentemente era Jim. El pelo mal cortado, la camisa blanca y sucia, la espalda cargada como si aún sintiera el peso de la mochila. El cuello rojo, un cuello que evocaba, de alguna manera, un linchamiento en el campo, un campo en blanco y negro, sin anuncios ni luces de estaciones de gasolina, un campo tal como es o como debería ser el campo: baldíos sin solución de continuidad, habitaciones de ladrillo o blindadas de donde hemos escapado y que esperan nuestro regreso. Jim tenía las manos en los bolsillos. El tragafuegos agitaba su antorcha y se reía de forma feroz. Su rostro, ennegrecido, decía que podía tener treintaicinco años o quince. No llevaba camisa y una cicatriz vertical le subía desde el ombligo hasta el pecho. Cada cierto tiempo se llenaba la boca de líquido inflamable y luego escupía una larga culebra de fuego. La gente lo miraba, apreciaba su arte y seguía su camino, menos Jim, que permanecía en el borde de la acera, inmóvil, como si esperara algo más del tragafuegos, una décima señal después de haber descifrado las nueve de rigor, o como si en el rostro tiznado hubiera descubierto la cara de un antiguo amigo o de alguien que había matado. Durante un buen rato lo estuve mirando. Yo entonces tenía dieciocho o diecinueve años y creía que era inmortal. Si hubiera sabido que no lo era, habría dado media vuelta y me hubiera alejado de allí. Pasado un tiempo me cansé de mirar la espalda de Jim y los visajes del tragafuegos. Lo cierto es que me acerqué y lo llamé. Jim pareció no oírme. Al volverse observé que tenía la cara mojada de sudor. Parecía afiebrado y le costó reconocerme: me saludó con un movimiento de cabeza y luego siguió mirando al tragafuegos. Cuando me puse a su lado me di cuenta de que estaba llorando. Probablemente también tenía fiebre. Asimismo descubrí, con menos asombro con el que ahora lo escribo, que el tragafuegos estaba trabajando exclusivamente para él, como si todos los demás transeúntes de aquella esquina del DF no existiéramos. Las llamaradas, en ocasiones, iban a morir a menos de un metro de donde estábamos. ¿Qué quieres, le dije, que te asen en la calle? Una broma tonta, dicha sin pensar, pero de golpe caí en que eso, precisamente, esperaba Jim. Chingado, hechizado / Chingado, hechizado, era el estribillo, creo recordar, de una canción de moda aquel año en algunos hoyos funkis. Chingado y hechizado parecía Jim. El embrujo de México lo había atrapado y ahora miraba directamente a la cara a sus fantasmas. Vámonos de aquí, le dije. También le pregunté si estaba drogado, si se sentía mal. Dijo que no con la cabeza. El tragafuegos nos miró. Luego, con los carrillos hinchados, como Eolo, el dios del viento, se acercó a nosotros. Supe, en una fracción de segundo, que no era precisamente viento lo que nos iba a caer encima. Vámonos, dije, y de un golpe lo despegué del funesto borde de la acera. Nos perdimos calle abajo, en dirección a Reforma, y al poco rato nos separamos. Jim no abrió la boca en todo el tiempo. Nunca más lo volví a ver.</span></p>Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-20712271216196085472021-08-29T16:45:00.000-07:002021-08-29T16:45:33.935-07:00Funes el Memorioso<div style="text-align: justify;"><b>FUNES el Memorioso (cuento, texto completo) escrito por Jorge Luis Borges </b></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, solo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo.Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones. Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?"". Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: 'Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco". La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro. Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto. Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años 85 y 86 veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7 de febrero del año 84", ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat y la obra de Plinio. El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno" zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del capítulo xxiv del libro vii de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn. Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche. Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles. Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo. Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele. Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo xvii, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez. Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente. Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra. Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles. Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar</div>Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-65566409816202664862021-08-14T13:58:00.001-07:002021-08-14T13:58:10.737-07:00la intrusa Borges<p> <b style="background-color: white; font-family: Georgia; font-size: x-large; text-align: -webkit-center;">Jorge Luis Borges</b></p><p align="center" style="background-color: white; font-family: Georgia; text-align: -webkit-center;"><span style="color: black; font-family: Georgia; font-size: medium;">(1899–1986)</span><br /><br /><br /><span style="color: black; font-family: Georgia; font-size: medium;"><span style="font-variant-caps: small-caps; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;">La intrusa</span></span><br /><span style="color: black; font-family: Georgia; font-size: medium;">(<i>El informe de Brodie</i>, 1970)</span><br /><br /><br /></p><p class="MsoNormal" style="background-color: white; line-height: 18pt; margin: 3pt 0in 0.0001pt 0.3in; text-align: right; text-indent: 0in;"><span style="color: black; font-family: Georgia; font-size: small;">2 <span style="font-variant-caps: small-caps; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;">Reyes, i, </span>26.</span><br /></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><p></p><p class="MsoNormal" style="background-color: white; line-height: 18pt; margin: 3pt 0in 0.0001pt 0.3in; text-align: left; text-indent: 0in;"></p><div style="font-family: Georgia; text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> </span><span style="font-variant-caps: small-caps; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; text-indent: 0in;">Dicen (lo cual</span><span style="text-indent: 0in;"> </span><span style="text-indent: 0in;">es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristian, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Moran. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo mas prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.</span></div><span style="color: black; font-family: Georgia; font-size: small;"><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas durmieron en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Mal quistarse con uno era contar con dos enemigos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristian llevó a vivir con Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucia en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirara para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé que negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristian. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristian atado al palenque. En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venia con el mate en la mano. Cristian le dijo a Eduardo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> —Yo me voy a una farra en lo de Farias. Ahí la tenes a la Juliana; si la queres, úsala.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer, Cristian se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban, razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristian solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, mas allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Una tarde, en la plaza de Lomas , Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injirió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristian.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un dialogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenia, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serian las cinco de la mañana cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristian cobró la suma y la dividió después con el otro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraña (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenia que hacer en la Capital. Cristian se fue a Moron; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristian le dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> —De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristian; Eduardo espoleó al overo para no verlos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande —¡quién sabe que rigores y qué peligros habían compartido!— y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que había traído la discordia.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristian uncía los bueyes. Cristian le dijo:</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> —Veni; tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargue, aprovechemos la fresca.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Orillaron un pajonal; Cristian tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro:</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> —A trabajar, hermano. Después nos ayudaran los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará mas perjuicios.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-indent: 0in;"> Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vinculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.</span></div></span><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Georgia;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><p></p>Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-83363945070710698482021-03-19T21:31:00.001-07:002021-03-19T21:31:30.839-07:00Felicidad clandestina <p style="text-align: justify;"> Felicidad clandestina
Clarice Lispector </p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto
enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por
encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a
cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un
librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era
un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella
era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente
monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi
ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole
prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me
informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir
con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la
casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba
lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino
en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a
otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco
rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a
saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me
guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera,
me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno
y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón
palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que
volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del
"día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella
decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta
mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se
ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa,
humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana
de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión
silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más
extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y
con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías
leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado
descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija
desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue
entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:
-Vas a prestar ahora mismo ese libro.
Y a mí:
-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?
Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que
una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que
no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio.
Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa
también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el
sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui
a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber
dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos
más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser
clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí
orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo,
en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante. </p>Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-697367098591760682020-09-28T12:42:00.001-07:002020-09-28T12:42:12.459-07:00El lago de Ray Bradbury <p> <span style="background-color: white; color: #333333; font-family: "PT Serif", serif; font-size: 16px; text-align: justify;">Un cielo a mi medida arrojado sobre el lago Michigan; sobre la arena amarilla, algunos críos gritones botando pelotas; una o dos gaviotas, una madre criticona y yo huyendo de una ola y encontrando este mundo nublado y húmedo.</span></p><div class="container-fluid" style="box-sizing: border-box; color: #333333; font-family: "PT Serif", serif; font-size: 16px; margin-left: auto; margin-right: auto; padding-left: 15px; padding-right: 15px;"><div class="col-sm-8 col-white" style="background-color: white; border-radius: 25px; box-sizing: border-box; float: left; min-height: 1px; padding: 20px; position: relative; width: 651.328px;"><article class="post-1195 texto type-texto status-publish hentry category-cuentos" style="box-sizing: border-box;"><div class="text-justify" style="box-sizing: border-box; text-align: justify;"><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Subí corriendo por la playa.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Mamá me frotó con una esponjosa toalla.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Quédate aquí y sécate -dijo.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Me quedé allí y observé cómo el sol evaporaba las gotas de agua de mis brazos. Las sustituí por carne de gallina.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Hace viento -dijo mamá-. Ponte el suéter.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Espera que vea mi carne de gallina -dije.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Harold -dijo mamá.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Me embutí en el suéter y contemplé alzarse y caer las olas sobre la playa. Pero no desmañadamente, sino adrede, con una especie de verde elegancia. Ni siquiera un hombre borracho podría derrumbarse con la misma elegancia que aquellas olas.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Eran los últimos días de septiembre, cuando las olas se vuelven tristes sin ninguna razón. Con solo seis personas en ella, la playa aparecía demasiado larga y solitaria. Los críos habían dejado de botar la pelota Porque también el viento los ponía tristes, silbando como silbaba, y permanecían sentados, sintiendo avanzar el otoño por la larga playa.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Todos los puestos de perritos calientes estaban cerrados con maderas doradas, clausurando los olores a mostaza, a cebolla y a carne, del largo y alegre verano. Era como clavetear el verano dentro de una hilera de féretros. Uno tras otro, los puestos bajaron sus toldos, cerraron con candados sus puertas, y el viento llegó y barrió la arena, borrando las millones de huellas de pisadas de julio y agosto. Así era en septiembre, no quedaba nada más que la señal de mis zapatillas de tenis, de goma, y los pies de Donald y Delaus Schabold y su padre bajaron por la curva del agua.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Cortinas de arena soplaban sobre las aceras, y el tiovivo estaba tapado con lonas, con todos los caballos paralizados entre el cielo y la tierra en sus barras de latón, mostrando los dientes, galopando. Con sólo la música del viento deslizándose a través de la lona.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Yo estaba allí. Todos los demás estaban en la escuela. Yo no. Mañana estaría de camino hacia el oeste, atravesando en un tren los Estados Unidos. Mamá y yo habíamos llegado a la playa para pasar un último y breve momento.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Había algo en la soledad que me hizo desear alejarme.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Mamá, quiero correr por la playa.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-De acuerdo, pero date prisa en volver, y no te acerques al agua.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Corrí. La arena giraba bajo mis pasos y el viento me levantaba. Ya se sabe cómo es eso al correr, los brazos extendidos mientras se siente como velas entre los dedos, causadas por el viento. Como alas.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Mamá apartada en la distancia, sentada. Pronto no fue más que una mota oscura y yo me encontraba completamente solo. Permanecer solo es una novedad para un niño de doce años. Está acostumbrado a verse siempre rodeado de gente. El único modo de estar solo está en su mente. Por eso es que los niños se imaginan cosas tan fantásticas. Hay tantas personas a su alrededor, diciéndoles lo que tienen que hacer y cómo, que los niños tienen necesidad de escaparse a correr por aunque sólo sea en su mente, para encontrarse en su propio mundo con sus propios valores diminutos.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">De manera que yo estaba realmente solo.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Me metí en el agua y sentí el frío en el vientre. Antes, con la multitud, no me había atrevido a mirar. Pero ahora… un hombre serrado por la mitad. Un mago. El agua es así. Se siente como si uno estuviera serrado por la mitad, y que una parte se disuelve como si fuera azúcar. Agua fría, y de vez en cuando una ola que rompe elegantemente, con una ostentación de encajes.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Pronuncié su nombre. La llamé una docena de veces:</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¡Tally! ¡Tally! ¡Oh, Tally!</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Es curioso, pero uno espera respuestas a sus llamadas cuando es joven. Uno siente que lo que piensa tiene que ser real. Y, a veces, quizá eso no es tan erróneo. Pensé en Tally, nadando en el agua en el pasado mayo, con sus trenzas colgando, rubia. Se fue riéndose, y el sol caía sobre sus pequeños hombros de doce años. Pensé en el agua que permanecía quieta, en el salvavidas saltando al agua, en la madre de Tally gritando, y en que Tally nunca salió…</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-El salvavidas intentó convencer a Tally de que saliera, pero no salió. El salvavidas regresó con solo hebras de entre sus grandes dedos huesudos, y Tally desapareció. Ya no se sentaría más frente a mí en la escuela, ni perseguiría la pelota en las losas de la calle las noches de verano. Se había internado demasiado y el lago no le permitiría regresar.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Y ahora, en el solitario otoño, cuando el cielo era enorme y el agua era enorme y la playa tan larga, yo había bajado por última vez, solo.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Grité su nombre una y otra vez.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¡Tally! ¡Oh, Tally!</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">El viento soplaba suavemente en mis oídos, como sopla en la boca de las conchas marinas, haciéndoles murmurar. El agua subió y se abrazó a mi pecho y luego a mis rodillas, y subió y bajó, absorbiendo la arena bajo mis talones.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¡Tally! ¡Oh, Tally, vuelve!</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Yo solo tenía doce años. Pero sabía lo mucho que amaba a Tally. Era ese amor anterior a todo significado del cuerpo y de la moral. Era ese amor que estaba hecho de todos los días calurosos pasados en la playa y de los tranquilos días en la escuela. Todos los largos días de otoño de los pasados años, cuando yo le llevaba los libros a casa desde la escuela.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¡Tally!</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Grité su nombre por última vez. Tirité. Sentí el agua en la cara y no supe cómo había llegado allí. Las olas no habían subido a esa altura.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Volviéndome, me retiré a la arena y me quedé allí durante media hora, esperando un destello, una señal, un pequeño indicio que me recordara a Tally. Luego, como una especie de símbolo, me arrodillé e hice un castillo de arena, hermoso y alto, como los que Tally y yo habíamos hecho tantas veces. Pero esta vez solo hice la mitad. Luego me levanté.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Tally, si me oyes, ven y haz tú lo que falta.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Empecé a caminar hacia la lejana mota que era mamá. El agua avanzó en círculos sucesivos y se mezcló con la arena del castillo, desmoronándolo poco a poco en la uniformidad original.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">No pude evitar pensar que no hay castillos que uno edifique en la vida que alguna ola no desmorone.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Subí silenciosamente por la playa.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Un tiovivo, a lo lejos, cascabeleaba débilmente, pero era solo el viento.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Salí en el tren al día siguiente.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Atravesamos los campos de trigo de Illinois. El tren tiene escasa memoria. Pronto lo deja todo atrás. Olvida los ríos de la niñez, los puentes, los lagos, los valles, las casas de campo, los dolores y alegrías. Los va esparciendo detrás y se hunden en el horizonte.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Mis huesos se alargaron y se cubrieron de carne; mi mente se cambió en otra más vieja; me despojé de lo que ya no era apropiado; cambié la escuela primaria por el instituto, y los libros del colegio por los libros de Derecho. Y entonces hubo una joven en Sacramento y hubo palabras y besos.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Continué con mis estudios de Derecho. Tenía a la sazón veintidós años y casi había olvidado cómo era el Este.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Margaret sugirió que nuestro aplazado viaje de luna de miel fuera en esa dirección.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">El tren actúa en dos sentidos, como la memoria. Devuelve rápidamente todas aquellas cosas que uno dejó atrás hace muchos años.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Lake Bluff, una ciudad de diez mil habitantes, surgió perfilada contra el cielo. Margaret estaba encantadora con su precioso vestido nuevo. Se dedicó a observarme al tiempo que yo miraba mi viejo mundo. Sus fuertes y blancas manos sujetaron las mías mientras el tren se deslizaba en la estación de Bluff y sacaban nuestro equipaje.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">¡Hay que ver lo que cambian los años los rostros y cuerpos de las personas! Cuando paseamos por la ciudad, cogidos del brazo, no reconocí a nadie. Había rostros que traían recuerdos. Recuerdos de excursiones por barrancos. Rostros con pequeñas risas, procedentes de escuelas primarias ya cerradas, y columpiándose en balancines, y subiendo y bajando en subibajas. Pero no hablé. Me limité a pasear y mirar y llenarme de aquellos recuerdos, como hojas amontonadas en otoño para ser quemadas.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Pasamos allí días felices. Dos semanas en total, volviendo a visitar juntos todos los lugares. Pensé que amaba mucho a Margaret. Por lo menos pensé que la amaba.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Era uno de los últimos días y habíamos bajado a pasear por la costa. El año no estaba tan avanzado como aquel de hacía muchos años, pero en la playa se advertían las primeras señales de abandono. La gente se dispersaba, varios de los puestos de perritos calientes habían cerrado y el viento, como siempre, zumbaba.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Casi vi a mamá sentada en la arena tal como solía sentarse. De nuevo tenía el sentimiento de querer estar solo. Pero no podía decidirme a decírselo a Margaret. Me limité a cogerme a ella y esperé.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Era tarde. La mayor parte de los niños se había ido a casa, Y solo unos pocos hombres y mujeres permanecían tomando el sol, acariciados por el viento.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">La barca del salvavidas subió a la orilla. El salvavidas salió de ella con algo en los brazos.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Me estremecí. Contuve la respiración y me sentí pequeño, solo con doce años, muy pequeño, muy infinitesimal. y asustado. El viento aullaba. No veía a Margaret. Solo podía ver la playa, al salvavidas emergiendo lentamente de su barca con un saco gris en las manos, no muy pesado, y su cara, casi tan gris y arrugada.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Quédate aquí, Margaret -dije, sin saber por qué lo decía.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Pero ¿por qué?</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Quédate aquí, eso es todo…</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Bajé lentamente por la arena hacia donde estaba el salvavidas. El hombre me miró.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¿Qué es eso? -le pregunté.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">El salvavidas se quedó mirándome durante un largo rato, sin poder hablar. Dejó el saco gris en la arena -el agua murmuró a su alrededor- y retrocedió.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¿Qué es? -insistí.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Está muerta -dijo el salvavidas tranquilamente.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Esperé.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Raro -dijo él en voz baja-. La cosa más rara que he visto jamás. Lleva muerta… mucho tiempo.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Repetí sus palabras.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¿Mucho tiempo?</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Diez años, diría yo-. Este año no se ha ahogado ningún niño. Desde 1933 se han ahogado aquí doce niños, pero recuperamos los cuerpos de todos ellos a las pocas horas. De todos menos de uno, que yo recuerde. Este cuerpo, que debe de llevar diez años en el agua. No es… agradable.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Abra el saco -dije, sin saber por qué.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">El viento era más fuere. El salvavidas toqueteó el saco torpemente.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Me parece que es una niña pequeña, porque todavía lleva trenzas. No hay mucho más que decir.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¡Vamos, ábralo! -grité.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Es mejor que no lo haga -dijo, y quizá vio el aspecto de mi rostro-. Era una niña pequeña…</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Abrió el saco lo justo.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">La playa estaba desierta. Solamente el cielo y el viento y el agua y el otoño. La miré.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Dije algo, una y otra vez. El salvavidas me miró.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-¿Dónde la encontró? -pregunté.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Abajo, en la playa, en agua profunda. Es mucho, mucho tiempo para ella, ¿verdad?</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Sacudí la cabeza.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Sí, lo es. Oh, Dios, sí lo es.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Las personas crecen, pensé. Yo he crecido. Pero ella no ha cambiado. Ella es todavía pequeña. Ella es todavía joven. La muerte no permite crecer ni cambiar. Ella es todavía joven. Todavía tiene el pelo rubio. Será siempre joven, y yo la amaré siempre, oh Dios, la amaré siempre.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">El salvavidas ató el saco de nuevo.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Pocos minutos después, yo paseaba solo por la playa. Encontré algo que verdaderamente no esperaba.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Este es el lugar donde el salvavidas descubrió su cuerpo -me dije a mí mismo.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Allí, al borde del agua, permanecía el castillo de arena, solo a medio construir. Tally y yo solíamos hacer castillos. Ella, medio. Y yo, medio.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Lo miré. Allí era donde habían encontrado a Tally. Me arrodillé junto al castillo de arena y vi las pequeñas huellas de pies que procedían del lago y que volvían al lago de nuevo… y no retornaban nunca.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Entonces… me di cuenta.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">-Te ayudaré a acabarlo -dije.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Así lo hice. Construí el resto del castillo muy lentamente y luego, levantándome, me di la vuelta y me alejé para no ver cómo se desmoronaba en las olas, como todas las cosas se desmoronan.</p><p style="box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 11px;">Volví por la playa hacia donde una mujer extraña llamada Margaret me esperaba, </p></div></article></div></div><div class="container-fluid center-block text-center hidden-print" style="box-sizing: border-box; color: #333333; font-family: "PT Serif", serif; font-size: 16px; margin-left: auto; margin-right: auto; padding-left: 15px; padding-right: 15px; text-align: center;"><ins class="adsbygoogle" data-ad-client="ca-pub-1846461212200058" data-ad-format="auto" data-ad-slot="2151334442" data-adsbygoogle-status="done" style="box-sizing: border-box; display: block; height: 0px;"><ins id="aswift_2_expand" style="border: none; box-sizing: border-box; display: inline-table; height: 0px; margin: 0px; padding: 0px; position: relative; visibility: visible; width: 977px;"></ins></ins></div>Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-29477061515251353242020-09-25T05:24:00.000-07:002020-09-25T05:24:03.833-07:00La cascada de George Saunders <p> </p><p><br /></p><div id="left-area" style="background: rgb(255, 255, 255); border: 0px; box-sizing: border-box; color: #282828; float: left; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 16px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 24.4688px 23px 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline; width: 587.266px;"><article class="et_pb_post post-2396 post type-post status-publish format-standard has-post-thumbnail hentry category-cuentos-y-relatos tag-george-saunders" id="post-2396" style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 27px; overflow-wrap: break-word; padding-bottom: 25px;"><div class="et_post_meta_wrapper" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><h1 class="entry-title" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #616244; font-family: Oswald, Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 37px; font-weight: 500; line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 10px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">George Saunders: La cascada</h1><br /></div><div class="entry-content" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 30px 0px 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">A Morse lo sacaba de quicio cruzar los jardines Saint Jude recién acabadas las clases, porque le parecía que si sonreía a los uniformados niños católicos podían pensar que era un chiflado o un pervertido y si no sonreía podían pensar que era un viejo cascarrabias al que el mundo había convertido en un amargado, cosa que, sentía, estaba convencido de ser según ciertos criterios. A veces no estaba del todo seguro de no ser alguna clase de zumbado, aunque estaba seguro de no ser un pervertido. De eso estaba seguro. O relativamente seguro. Estar demasiado seguro, estaba relativamente convencido, era lo que al final te convertía en un chiflado. Así que lo fundamental era la humildad, hacer que su rostro adoptara lo que pensaba que podía pasar por la expresión de un hombre que piensa con cariño en su juventud, una cara desprovista de chifladura o perversión; lo fundamental era la humildad.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">La escuela estaba situada entre arces sobre una ladera que descendía hasta el ancho río Taganac, que se estrechaba, adquiría velocidad y caía por la cascada Bryce, kilómetro y medio más abajo, cerca de la pequeña casa alquilada por Morse, su lastimosamente pequeña casa alquilada, a decir verdad, que sin embargo era lo mejor que podía conseguir y por la cual sabía que tenía que estar agradecido, aunque a veces no estaba nada agradecido y se preguntaba qué había fallado, aunque otras veces estaba bastante contento con su pequeña y torcida casucha cubierta de pintura azul a base de plomo que se descascarillaba y sentía mucha lástima por los pobres diablos que alquilaban precarias pocilgas aún más pequeñas que su precaria pocilga, que era como se sentía en ese momento mientras se adentraba en la soleada tarde y continuaba su agradable caminata a lo largo del verde río jalonado de caras mansiones por cuyos propietarios sentía una profunda envidia.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Morse era alto, delgado y tan gris y sepulcral como una iglesia a punto de ser declarada en ruinas. Los pantalones le quedaban demasiado cortos, y la cara adoptaba periódicamente una mueca tensa e involuntaria que enseguida desaparecía, como si acabara de sufrir un intenso dolor. En el trabajo se lo conocía por salpicar sus conversaciones con breves risas desaforadas y con rachas de entusiasmo incipiente y de posterior incomodidad expresada por una súbita introducción de las manos en los bolsillos, tras lo cual las volvía a sacar, demasiado avergonzado de su propia vergüenza para quedarse ahí un instante más haciendo muecas.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">En el camino sonaron detrás de él una serie de pasos pesados y arrítmicos. Lanzó una mirada y descubrió a Aldo Cummings, un tipo mayor que, aunque casi tenía cuarenta años, todavía vivía con su madre. Cummings no trabajaba, tenía el flequillo cortado recto y llevaba pantalones cortos de deporte incluso en lo más crudo del invierno. Morse deseó que Cummings no se le pegara. Cuando Cummings no se le pegó, y de hecho lo adelantó sin devolverle siquiera su mueca nerviosa y retraída, Morse se sintió culpable por haber sospechado que Cummings quisiera pegársele, luego se picó porque Cummings, que se pegaba incluso al personal de limpieza del ayuntamiento, no hubiera intentado pegársele. ¿Había hecho algo que lo hubiera ofendido? Le preocupaba no caerle bien a Cummings y le preocupaba que se preocupara por no caerle bien a un chiflado como Cummings. ¿Es que era una especie de don angustias? Le preocupaba. Por qué tenía que preocuparse, cuando todo cuanto hacía era ir a casa para disfrutar sin inquietudes de sus hermosos hijos, aunque por otra parte estaba el recital de piano de Robert, que seguro que iba a ser un desastre, porque Robert apenas había practicado y no tenían piano y ni siquiera estaban seguros de dónde y cuándo era el recital, y Annie, bendita niña, se había comido el teclado de cartón que le había hecho a Robert para que practicara. Cuando llegara a casa le haría a Robert un teclado de cartón nuevo y le pediría que practicara. Podría incluso ordenarle que practicara. Podría incluso ordenarle que se hiciera el teclado de cartón y que luego practicara, aunque eso era poco probable, porque cuando se ponía enérgico con Robert, Robert lloriqueaba, y Morse lo quería tanto que no soportaba verlo lloriquear, aunque si no se ponía enérgico él, Robert tenía tendencia a quedarse tumbado en la cama con su guante de béisbol en la cara.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Dios Santo, qué difícil podía ser la vida, por supuesto era consciente de que sin duda podía ser peor, pero ir en semejante estado, con el pulso acelerado, la cara congestionada, muerto de preocupación porque alguien se diera cuenta de lo nervioso que uno estaba, distaba sin duda de ser ideal, y estaba seguro de que su cuerpo estaba segregando toda clase de sustancias químicas nocivas y cuanto más se preocupara por las sustancias químicas nocivas más deprisa manarían de donde fuera que salieran.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Cuando llegara a casa se sentaría en los escalones y disfrutaría de unos minutos de respiración concentrada mientras recitaba su mantra, que era «Cálmate, cálmate», antes de que salieran los niños corriendo y se le agarraran a las piernas y a veces incluso lo mordieran con bastante fuerza llevados por la excitación, y saliera Ruth para recordarle con tono enfadado que no era el único que había trabajado todo el día, y mientras caminaba contempló el hermoso Taganac en un esfuerzo por absorber algo de su serenidad, pero en vez de eso se encontró obsesionándose con el pestillo de la verja, que no cerraba bien, que teóricamente podía permitir que Annie saliera gateando del patio en dirección al río, y se imaginó sollozando en la orilla, y para erradicar ese pensamiento empezó a silbar frenéticamente «Barras y estrellas» mientras se daba palmadas en los costados.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"> </p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"> </p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Cummings dejó atrás con paso ligero el molino restaurado, satisfecho de haber desairado tan contundentemente a Morse, un petulante miembro de la élite dominante de ese Pueblo de conspiradores, un representante de la liga de opresivos opresores que no reconocerían la suerte del esforzado artista si la suerte del esforzado artista se alzara con atribulada dignidad y le mordiera su culo de tergal. Sobre el puente de la calle Pine había un denso nubarrón. A un entrevistador imaginario, Cummings le dijo que la posible lluvia hacía aún más magnífico y radiante el magnífico día radiante a causa de la posibilidad de su pérdida. La posibilidad de su efímera pérdida. La efímera pérdida de los fugaces tránsitos del tiempo. El orgulloso tiempo. El orgulloso tiempo naciente, ese canalla. El tiempo nos convertía a todos en derrochadores, ¿no era así?, con sus demacradas mejillas, sus ecos sepulcrales y sus exhortantes miradas con dedos huesudos. Dedos huesudos que señalaban como si exhortaran, como si dijeran: «Te exhorto a que recuerdes tu naciente muerte final, que, estando como está en camino, humano, se halla próxima. Próxima, pellejo mortal, y no creas que no extenderá su horrible paño mortuorio sobre tu arrugado entrecejo, pronto, en cuanto elija el número que tienes asignado en mi polvoriento libro con el mismo dedo huesudo con el que te estoy señalando ahora, vanidad de vanidades, concupiscente, eludidor de deberes, mientras tú vagas en pos de tus centros de placer terrenales».</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Había ahí un buen material, solo con que fuera capaz de recordarlo durante lo que quedaba del paseo y la inminente tormenta, para garabatearlo con apasionada caligrafía en su bloc amarillo. Pensó con anhelante ardor en su bloc amarillo, pensó. Pensó con anhelante ardor en su bloc amarillo en blanco, en el que, en ese mismísimo día, quedaría cincelada su fama, no… en el que, en ese mismísimo día, quedarían cincelados, o más bien certificados, los exiguos garabatos iniciales que presagiarían su naciente y pujante fama, y algún día alguien desenterraría su bloc amarillo y casi gritaría eureka cuando se diera cuenta del ingente fragmento de detalles insignificantes y sin embargo cruciales que acababa de descubrir, ¡y vaya si entonces querrían conocerlo toda clase de intelectuales vestidas con pequeñas chaquetas negras!</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">En el futuro tenía que acordarse de llevar su bloc a todas partes.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"> </p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">La ciudad se había gastado un dineral en la orilla del río, y ahora el borboteante y tumultuoso río pasaba ya por un salón de manicura en un molino restaurado, un café en una antigua torre de carbón y una pintoresca plaza pública donde algunos estudiantes con extraños cortes de pelo intentaban meter de una patada un balón por la ventanilla medio bajada de un Colt aparcado, y lo hacían con una alegría tan beligerante y molesta que daba la impresión de que se creían los primeros muchachos que caminaban sobre la faz de la tierra, lo cual Morse encontraba preocupante. ¿Y si cuando Annie creciera aparecía por casa con uno de esos bichos raros? No uno de esos bichos raros en concreto, claro, puesto que le llevaban aproximadamente quince años, pero también cabía la posibilidad de que a los veinte llevara a casa a uno de esos bichos raros en concreto, que entonces tendría treinta y cinco años, aunque por encima del cadáver de Morse, por más que en el fondo sabía que no armaría ningún escándalo aun cuando llevara a casa a uno de los mocosos que acababan de colar la pelota en el Colt y que estaban ahora saltando alegremente y empujándose con el pecho desnudo mientras gruñían como morsas; y de hecho sabía muy bien que, en lugar de expulsar de su casa al viejo bicho raro de treinta y cinco años, era probable que le ofreciera café o un refresco en un intento de disuadirlo de corromper a Annie, quien, por el amor de Dios, era solo una niña, porque Morse sabía muy bien la clase de hombre que era en el fondo, apocado ante el conflicto, conciliador ante un defecto, lastimosamente crédulo, y con una punzada se acordó de Len Beck, que en el último año lo había engañado para que se pintara el culo de azul. Si hubiera habido de verdad un Club de Culos Azules, si pintarse el culo hubiera sido de verdad un requisito para ser admitido en él, ya habría sido bastante desastroso, pero descubrir la víspera del baile de graduación que te habías pintado el culo de azul solo para diversión de una camarilla de nadadores insensibles que a continuación mostraron ciertas fotos a tu pareja de baile, eso era demasiado; y se había alegrado, alegrado bastante en realidad, al menos al principio, cuando Beck, borracho, intentó y no pudo llegar nadando al Foley’s Snag, el árbol muerto situado en medio del río, y fue arrastrado hasta la cascada en lo profundo de la noche, la gran tragedia de su último año, una tragedia que por fortuna había eclipsado su culo azul en la memoria colectiva de la clase.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Dos niñas pelirrojas navegaban en una canoa verde, llevadas por la corriente. Le gritaban algo, y él les hizo señas. ¿Habían gritado algo insultante? Ciertamente, era posible. Ciertamente, los niños de hoy tenían poco respeto por la autoridad, aunque había que admitir que siempre estaba Ben Akbar, su vecino, un pequeño genio paquistaní que hacía que Morse mirara a veces con recelo a Robert. Ben era un violoncelista reconocido en todo el estado, pertenecía al equipo de lucha, se mostraba indefectiblemente amable con los niños más pequeños, realizaba pinturas sobre chapa y podía hacer flexiones con una mano. Ah, Ben Shmen, pensó Morse, diez Ben no valían un solo Robert, aunque no se le ocurría un solo ámbito en que Robert superara o igualara siquiera a Ben, el pequeño sabelotodo, aunque ciertamente no tenía nada contra Ben, Ben era solo un niño, pero si Ben pensaba por un minuto que el hecho de ser más competente, simpático o talentoso que Robert le daba derecho de algún modo a mangonearlo, se iba a llevar un chasco, aunque no era que Ben hubiera intentado mangonear alguna vez a Robert. Al contrario, Robert mangoneaba a menudo a Ben, o lo intentaba, aunque siempre fracasaba, porque Ben era demasiado perspicaz para ser engañado por un pequeño estafador como Robert, y la cara de Morse enrojeció al darse cuenta de que acababa de describir a su hijo como un estafador.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Vaya, vaya, qué tortura podía ser la vida. Podía llegar a meterlo a uno en un lugar extraño y oscuro en el que se descubría de pronto haciendo cosas maleducadas e imperdonables, como poner en entredicho a su amado primogénito. Si pudiera escapar de BlasCorp y hacer algo importante, como descubrir una vacuna crucial. Pero era demasiado tarde, y nunca había sido bueno en biología; en realidad la había suspendido dos veces. Ciertamente recibiría con los brazos abiertos cualquier oportunidad. Solo con que pudiera ser un prisionero de guerra torturado que no solo se niega a hablar, sino que dirige a los otros prisioneros con himnos entusiastas poniendo en grave peligro su vida. Solo con que pudiera presenciar un milagro de verdad o salvar al presidente de un asesino o ganar en la lotería y darlo todo a obras de beneficencia. Solo con que pudiera ser parte de algún gran acontecimiento histórico, como los vejetes que había visto en la PBS recibiendo golpes en los disturbios de Hay-market, o hubiera conocido a Medgar Evers o perdido a su beatífica madre en el <em style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Titanic</em>. Sus sueños infantiles habían sido tan brillantes, había esperado tanto, que no podía ser cierto que fuera un don nadie, aunque, por otro lado, ¿qué clase de alguien se pasaba los mejores años de su vida soltando improperios a una fotocopiadora? No era que se quejara. No era que no fuera consciente de que tenía muchas cosas de las que estar agradecido. Quería a sus hijos. Le gustaba el aspecto que tenía Ruth a la luz de la vela una vez había colocado él la cesta de la ropa contra la puerta que no podía cerrarse porque la casa se desmoronaba de una forma alarmante, le gustaba la cara que ponía cuando entraba en ella, le gustaba el modo en que se tomaba en broma la historia del culo azul, aunque no le gustaba particularmente el modo en que la sacaba a relucir cuando se peleaban —por ejemplo, la espantosa noche que les habían arrebatado el piano por falta de pago— ni el modo en que achacaba su pobreza a su pasividad estando los niños cerca ni el hecho de que en el punto álgido de su encaprichamiento por el maestro Li, el monitor de kárate de Robert, había estado llevando a clase hasta seis veces por semana al pobre niño agotado. Pero la cuestión era que, a pesar de ciertas dificultades, quería de verdad a Ruth. Así que, ¿qué más daba que sus cuerpos se deterioraran y engordaran, y ellos se desvistieran a oscuras, y Robert admirara a los fornidos deportistas de la televisión mientras miraba con recelo la espalda encorvada y llena de granos de Morse? No importaba, porque algún día, cuando Robert tuviera una espalda encorvada y llena de granos, estaría agradecido a su padre, quien había supeditado sus mezquinos intereses personales al bien de su familia, aunque, Dios mediante, Robert tendría una carrera presentable por entonces y podría permitirse apuntarse a un gimnasio y visitar a un dermatólogo.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Y Morse se detuvo en seco, preguntándose qué demonios hacían dos niñas solas en una canoa que se dirigía hacia la cascada, al parecer sin remos.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"> </p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Cummings caminaba, contemplando un mítico y oscuro Bosque arbóreo que le recordó la visión arquetípica a la que había puesto el número 114 en su «Libro de visiones arquetípicas», sobre el que su madre, esa mentecata, había derramado gaseosa de uva no hacía mucho. La visión 114 tenía que ver con estar en la linde de un antiguo y denso Bosque en el crepúsculo, con el cálido refugio de la propia morada tras uno y delante la densa Espesura, ahíta de oscuros y aterradores osos que se acercaban desde lúgubres aquelarres. ¿Qué pensaría ese esclavo asalariado lleno de tics si hundiera su corta frente en el embriagador brebaje que eran las «Visiones arquetípicas»? Morse, ja, pensó Cummings, me alegro de no ser Morse, un zopenco con pantalones de la empresa que se arrastra de vuelta a casa, hasta sus desastrados mocosos en la marga acumulada, nacidos, como el resto de su progenie, con los pies de barro hundidos en las fauces del convencionalismo, felices de trabajar alegremente como lemmings en cubículos moribundos mientras comparan sus acciones entre arrebatos de tediosas podaduras del césped, riéndose luego mientras ofrecen a sus mocosos lactantes el pecho Nintendo. Esa sí que era una imagen intensa, pensó Cummings, una imagen que podría desarrollar alguna noche de meditación hasta convertirla en un hercúleo proemio que algún capitoste de Hollywood se zamparía de un bocado de modo que podría regalarle a su madre un Lexus y largarse a París con alguna mujer exuberante y de piernas largas después de dedicar una temporada a fortalecer el cuerpo y darle algunas curvas a los brazos para cautivarla física e intelectualmente, y en París la chica de piernas largas y quizá pantalones de piel ceñidos se sentaría en una cama antigua con los hombros envueltos en un hermoso chal o una manta y lo contemplaría con ojos de gacela mientras él meditaría en el balcón sobre la lluvia parisina y demás, ¡y vaya si se cocerían en su propio jugo Morse y su ralea cuando les enviara una postal en un gesto de amabilidad!</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Y vaya si no se postraría de hinojos ante él el Pueblo arrepentido cuando en los mercadillos se vendieran camisetas estampadas con ese rostro suyo ganado con tanto esfuerzo, su heráldico rostro leonino, se podría decir, y cuando él concediera audiencia en el porche ataviado con un whitmanesco traje blanco mientras su madre merodearía a sus espaldas sin comprender nada de su obra y ofreciendo inanes canapés a los múltiples admiradores; ¿acaso no sería dulce la venganza cuando antiguas estrellas de fútbol como Ned Wentz empezaran a suplicarle que les diera lecciones sobre el arte del soneto? Y todo cuanto se requería para que esas cosas sucedieran era algo de papel, unos lápices y un apabullante talento visionario como tardaría en verse otro igual, escribirían los críticos, todo lo cual poseía en abundancia, y dobló la última curva antes de la cascada, eufórico con sus propias posibilidades, y vio una canoa del color de las hojas del verano embestir el tajamar que formaba el Snag. Las niñas que iban en ella fueron arrojadas hacia delante y gritaron con todas sus fuerzas sobre las espumeantes olas que impedían que fueran oídas mientras el bote se rajaba como siguiendo una especie de costura y empezaba a llenarse de agua en rápidas y fatales cantidades. Cummings se detuvo estupefacto, el cuerpo electrificado, los pelos erizándose en la parte posterior de su estirado cuello, pensando: tengo que hacer algo, tienen la cara ensangrentada, pero qué, un agua fría tan rápida, de todos modos tengo que hacer algo, y saltó con inseguridad por encima de la berma, buscando ayuda pero sin encontrar más que un campo de elevados tallos de maíz seco.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"> </p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Morse empezó a correr. Con toda probabilidad era una estupidez. Con toda probabilidad las niñas estaban a salvo en tierra, o si no la ayuda estaba ya en camino, aunque seguro que era posible que las niñas no estuvieran en tierra y que la ayuda no estuviera en camino y de hecho era incluso posible que la ayuda que estuviera en camino fuera él, lo cual era preocupante, porque nunca había sido bueno sometido a presión y en una crisis a menudo se quedaba debatiendo mentalmente posibles opciones con la boca abierta. Pensándolo bien, era posible, incluso probable, que el bote hubiera caído ya por la cascada o chocado contra el Snag. Se acordó de la tripulación de la barcaza <em style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Fat Chance</em>, rescatada con un puente de cuerda en los primeros años de Reagan. Deseó que varios hombres resueltos y bañados en sudor estuvieran ya en el lugar y que uno de ellos lo enviara a llamar por teléfono, aunque, ¿y si en el camino se olvidaba del número y tenía que volver y pedirle al hombre resuelto y bañado en sudor que se lo repitiera? ¿Y si Ruth se enteraba de ese fallo y se moría de vergüenza y se divorciaba de él y le prohibía ver a los niños, que de todos modos no querrían verlo por inútil y cagueta? Ciertamente, eso era ser no positivo. Eso era ciertamente un ejemplo de convocar el fracaso por medio de la negatividad. Porque, quién sabía, a lo mejor podía estar en una hilera ayudando a los hombres resueltos y sufrir una grave quemadura con la cuerda y volver a casa como un héroe con las manos vendadas, lo cual podría hacer que Ruth lo mirara desde una óptica sexual más favorable, y permanecerían despiertos toda la noche celebrando su nueva hombría e intercambiando dulces palabras entre enérgicos arrebatos sexuales, aunque, ¿eran esas cosas en las que había que pensar en un momento en que estaba en juego la vida de unas niñas? Era malo, no cabía duda. No tenía un hueso sincero en todo el cuerpo. Las otras personas eran más sencillas y miraban el mundo con una mirada más limpia, pero él era ensimismado, poco sincero y lo estropeaba todo, porque estropear un rescate no tenía nada que ver con olvidarte de echar al correo las invitaciones para la fiesta de cumpleaños de tu hijo, cosa que le había ocurrido hacía poco, aunque ciertamente habían gastado una pequeña fortuna rectificando la situación, se pararon cuando ya solo les faltaba cargar un poni de verdad en la Visa, pero la cuestión era que eso iba en serio y que tenía que vencer. Y echando a correr con sus delgadas piernas, extrañamente inclinado a la altura de la cintura, los faldones de la camisa agitándose tras él y la rodilla mala doliéndole, se reconvino y apartó todas las dudas sobre sus capacidades y toda negatividad y se dispuso a ayudar a los hombres resueltos de la forma en que pudiera ayudarlos una vez doblara la curva y evaluara la situación.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Sin embargo, cuando dobló la curva y evaluó la situación, no encontró ningún puente de cuerda ni hombres resueltos, solo una canoa partiéndose contra la base del Snag y dos niñas con suéteres a juego intentando achicar agua con el cubo para el cebo. ¿Qué hacer? Eso era un desastre. ¿Ir por ayuda? ¿Salir corriendo hasta el centro comercial y llamar al 911 desde Knife World? No había tiempo. La canoa se hundía ante sus ojos. Las niñas se ahogarían antes de que llegara a la autopista 8. ¿Se podía nadar hasta el Snag? Desde luego que no. Nadie lo había hecho. ¿Era buen nadador? Mediocre, en el mejor de los casos. Por lo tanto, tendría que salir corriendo en busca de ayuda. Pero correr era inútil. Porque no había tiempo. Acababa de decidirlo. Y lo de nadar estaba descartado. Por lo tanto, las niñas iban a morir. Estaban ya básicamente muertas. Aunque eso no podía ser. Era demasiado triste. ¿Qué sería de la madre que esa mañana las había vestido con suéteres a juego? ¿Cómo iba a soportarlo? Pronto las niñas estarían desnudas, magulladas y muertas sobre una mesa. Eso era inconcebible. Pensó en Robert desnudo, magullado y desnudo sobre una mesa. ¿Qué hacer? Deseó violentamente estar en cualquier otro lugar. Las niñas lo vieron en ese momento y pareció que intentaban explicarle con las manos que pronto estarían muertas. Dios mío, ¿se creían que estaba ciego? ¿Se creían que era idiota? ¿Acaso era su padre? ¿Se creían que era Jesucristo? Estaban muertas. Estaban desesperadas, llamándolo, pero estaban muertas, tan muertas como los muertos antiguos, y él estaba vivo, lo necesitaban en casa, no era un descerebrado, no había manera de que alguien pudiera responsabilizarlo de eso, y emitiendo con la garganta un débil suspiro de desesperación se quitó los mocasines y arrojó su feo y largo cuerpo al agua.</p><p style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">© <a href="https://lecturia.org/tag/george-saunders/" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #a9a389; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-decoration-line: none; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">George Saunders</a>: The Falls (La cascada). Publicado en <em style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">The New Yorker</em>, 22 de enero de 1996. Traducción de Juan Gabriel López Guix.</p><div class="rmp-widgets-container rmp-wp-plugin rmp-main-container js-rmp-widgets-container js-rmp-widgets-container--2396" data-post-id="2396" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 1rem 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: center; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><div class="rmp-rating-widget js-rmp-rating-widget" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><p class="rmp-heading rmp-heading--title" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; font-size: 1.625rem; margin: 0px 0px 0.4rem; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><br /></p><p class="rmp-rating-widget__hover-text js-rmp-hover-text" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 0.4rem; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"></p><p class="rmp-rating-widget__results js-rmp-results" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px 0px 0.4rem; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><br /></p><p class="rmp-rating-widget__msg js-rmp-msg" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0.4rem 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"></p></div></div><div class="et_social_inline et_social_mobile_on et_social_inline_bottom" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 30px 0px 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><div class="et_social_networks et_social_3col et_social_slide et_social_rounded et_social_left et_social_no_animation et_social_withnetworknames et_social_outer_dark" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; 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border: 0px; box-sizing: border-box; line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; position: relative; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><div class="et_bloom_header_outer" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; height: auto; line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><div class="et_bloom_form_header split et_bloom_header_text_light" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background-attachment: initial; background-clip: initial; background-color: rgb(51, 51, 38) !important; background-image: none; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial; background: none rgb(51, 51, 38); border: 0px; box-sizing: border-box; line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; overflow: hidden; padding: 15px 15px 25px; position: relative; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><div class="et_bloom_form_text" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; clear: none; display: table-cell; line-height: 1em; margin: 0px; max-width: 100%; outline: 0px; padding: 15px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><h2 style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none transparent; border: 0px; box-sizing: content-box; color: rgba(0, 0, 0, 0.8); font-family: Oswald, Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 24px; line-height: 1.1em; margin: 0px; outline: 0px; padding-bottom: 0px !important; padding-left: 0px; padding-right: 0px; padding-top: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><br /></h2><p style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none transparent; border: 0px; box-sizing: content-box; color: rgba(0, 0, 0, 0.5); font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 14px; line-height: 1.6em; margin: 0.5em 0px 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;">Recibe cada semana en tu correo las novedades literarias de Lecturia.</p></div></div></div><div class="et_bloom_form_content et_bloom_1_field et_bloom_bottom_inline" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none rgb(233, 233, 233); border: 0px; box-sizing: border-box; color: rgba(0, 0, 0, 0.5); line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; padding: 40px 30px; position: relative; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline; width: 562.797px;"><form class="clearfix" method="post" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><div class="et_bloom_fields" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; height: 39px; line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><p class="et_bloom_popup_input et_bloom_subscribe_email" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; float: left; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 20px 0px 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline; width: 341.891px;"><input style="appearance: none; background-color: white; border-color: initial; border-radius: 3px; border-style: none; border-width: initial; color: rgba(0, 0, 0, 0.5); display: block; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 14px; font-weight: 600; padding: 10px; width: 321.891px;" /></p><button class="et_bloom_submit_subscription" data-account="spartakku@gmailcom" data-ip_address="true" data-list_id="3" data-optin_id="optin_2" data-page_id="2396" data-service="mailpoet" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-color: rgb(232, 90, 52) !important; background-image: none; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial; background: none rgb(232, 90, 52); border-color: initial; border-radius: 3px; border-style: none; border-width: initial; color: white; cursor: pointer; font-family: "Open Sans", sans-serif; font-size: 14px; font-weight: 600; letter-spacing: 1px; padding: 10px; position: relative; text-transform: uppercase; width: 160.891px;"><span class="et_bloom_button_text et_bloom_button_text_color_light" face=""Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none transparent; border: 0px; box-sizing: content-box; color: #444444; line-height: 1em; margin-bottom: 10px !important; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; margin: 0px 0px 10px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; text-transform: none; vertical-align: baseline;">SUSCRIBIR!</span></button></div></form><div class="et_bloom_success_container" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: none transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; height: 0px; line-height: 1em; margin: 0px; opacity: 0; outline: 0px; overflow: hidden; padding: 0px; position: relative; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline; z-index: -1;"><span class="et_bloom_success_checkmark" style="-webkit-font-smoothing: antialiased; background: rgb(130, 192, 22); border-radius: 30px; border: 0px; box-sizing: content-box; color: #444444; display: block; font-weight: 700; height: 28px; left: 251.391px; line-height: 1em; margin-bottom: 10px !important; margin-left: -20px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; margin: 0px 0px 10px -20px; opacity: 0; outline: 0px; padding: 8px 7px 7px 10px; position: absolute; text-size-adjust: 100%; top: 30px; transform: rotate(180deg); transition: all 1s ease 0s; vertical-align: baseline; width: 28px;"></span></div></div></div></div></div></div></div><div class="et_post_meta_wrapper" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><section id="comment-wrap" style="box-sizing: border-box; padding-top: 75px;"><div class="nocomments" id="comment-section" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"></div><div class="comment-respond" id="respond" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 17px 0px 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><h3 class="comment-reply-title" id="reply-title" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #616244; font-family: Oswald, Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 27px; font-weight: 500; line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 10px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><br /></h3><form action="https://lecturia.org/wp-comments-post.php" class="comment-form" id="commentform" method="post" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 50px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><p class="comment-form-comment" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><textarea cols="45" id="comment" maxlength="65525" name="comment" required="required" rows="8" style="background-color: #eeeeee; border-color: rgb(187, 187, 187); border-width: 0px; color: #999999; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 18px; line-height: 1em; margin: 0px; padding: 12px; width: 562.797px;"></textarea></p><p class="comment-form-author" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><input id="author" maxlength="245" name="author" required="required" size="30" style="appearance: none; background-color: #eeeeee; border-color: rgb(187, 187, 187); border-style: solid; border-width: 0px; color: #999999; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 18px; line-height: 1em; margin: 0px; padding: 12px; width: 264.5px;" type="text" value="" /></p><p class="comment-form-email" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><input aria-describedby="email-notes" id="email" maxlength="100" name="email" required="required" size="30" style="appearance: none; background-color: #eeeeee; border-color: rgb(187, 187, 187); border-style: solid; border-width: 0px; color: #999999; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 18px; line-height: 1em; margin: 0px; padding: 12px; width: 264.5px;" type="text" value="" /></p><p class="comment-form-url" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><input id="url" maxlength="200" name="url" size="30" style="appearance: none; background-color: #eeeeee; border-color: rgb(187, 187, 187); border-style: solid; border-width: 0px; color: #999999; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 18px; line-height: 1em; margin: 0px; padding: 12px; width: 264.5px;" type="text" value="" /></p><p class="form-submit" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 1em; text-align: right; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><input class="submit et_pb_button" id="submit" name="submit" style="appearance: none; background-position: 50% 50%; background-repeat: no-repeat; background-size: cover; border-color: initial; border-radius: 3px; border-style: solid; color: #a9a389; cursor: pointer; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 20px; line-height: 1.7em; padding: 0.3em 1em; position: relative; transition: all 0.2s ease 0s;" type="submit" value="Enviar comentario" /></p></form></div></section></div></article></div><div id="sidebar" style="background: rgb(255, 255, 255); border: 0px; box-sizing: border-box; color: #282828; float: left; font-family: "Open Sans", Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 16px; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 28px 30px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline; width: 228.375px;"><div class="widget_text et_pb_widget widget_custom_html" id="custom_html-4" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; float: none; margin: 0px 0px 30px; max-width: 100%; outline: 0px; overflow-wrap: break-word; padding: 0px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline; width: 198.375px;"><h4 class="widgettitle" style="background: transparent; border: 0px; box-sizing: border-box; color: #616244; font-family: Oswald, Helvetica, Arial, Lucida, sans-serif; font-size: 22px; font-weight: 500; line-height: 1em; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px 0px 10px; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><br /></h4></div></div>Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-66138780805696111222020-05-31T16:06:00.002-07:002020-05-31T16:15:52.271-07:00La señora mayor - Jorge Luis Borges <span style="background-color: white; font-family: "verdana" , "geneva" , sans-serif; font-size: 13.86px; text-align: justify;">LA SEÑORA MAYOR </span><br />
<br /><br />El 14 de enero de 1941, María Justina Rubio de Jáuregui cumpliría cien años. Era la única hija de guerreros de la Independencia que no había muerto aún.<br /><div style="text-align: justify;">
El coronel Mariano Rubio, su padre, fue lo que sin irreverencia puede llamarse un prócer menor. Nacido en la parroquia de la Merced, hijo de hacendados de la provincia, fue promovido a alférez en el ejército de los Andes, militó en Chacabuco, en la derrota de Cancha Rayada, en Maipú y, dos años después, en Arequipa. Se cuenta que la víspera de esta acción, José de Olavarría y él cambiaron sus espadas. A principios de abril del 23 ocurriría el célebre combate de Cerro Alto que, por haberse librado en el valle, suele denominarse también de Cerro Bermejo. Siempre envidiosos de nuestras glorias, los venezolanos atribuyeron esta victoria al general Simón Bolívar, pero el observador imparcial, el historiador argentino, no se deja embaucar y sabe muy bien que sus laureles corresponden al coronel Mariano Rubio. Éste, a la cabeza de un regimiento de húsares colombianos, decidió la incierta contienda de sables y de lanzas, que preparó la no menos famosa acción de Ayacucho, en la que también se batió. En ésta recibió una herida. El 27 le fue dado actuños, que ya eran casi la vejez. Fue amigo de Florencio Varela. Es harto verosímil que los profesores del Colegio Militar lo hubieran aplazado; sólo había cursado batallas pero ni un solo examen. Dejó dos hijas, de las cuales María Justina, la menor, es la que nos importa.<br />
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;"><br />A fines del 53 la viuda del coronel y sus hijas se fijaron en Buenos Aires. No recobraron el establecimiento de campo confiscado por el tirano, pero el recuerdo de esas leguas perdidas, que no habían visto nunca, perduró largamente en la familia. A la edad de diecisiete años, María Justina casó con el doctor Bernardo Jáuregui, que, aunque civil, se batió en Pavón y en Cepeda y murió en el ejercicio de su profesión durante la Fiebre Amarilla. Dejó un hijo y dos hijas; Mariano, el primogénito, era inspector de rentas y solía frecuentar la Biblioteca Nacional y el Archivo, urgido por el propósito de escribir una exhaustiva biografía del héroe, que nunca terminó y que acaso no empezó nunca. La mayor, María Elvira, se casó con un primo suyo, un Saavedra, empleado en el Ministerio de Hacienda; Julia, con un señor Molinari, que, aunque de apellido italiano, era profesor de latín y una persona de lo más ilustrada. Omito a nietos y a bisnietos; basta que mi lector se figure una familia honrosa y venida a menos, presidida por una sombra épica y por la hija que nació en el destierro.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Vivían modestamente en Palermo, no lejos de la Iglesia de Guadalupe, donde Mariano recordaba aún haber visto, desde un tranvía de La Gran Nacional, una laguna que bordeaba uno que otro rancho de ladrillo sin revocar, no de chapas de cinc; la pobreza de ayer era menos pobre que la que ahora nos depara la industria. También las fortunas eran menores</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">La casa de los Rubio ocupaba los altos de una mercería del barrio. La escalera lateral era angosta; la baranda, que estaba a la derecha, se prolongaba en uno de los costados del oscuro vestíbulo, donde había una percha y unas sillas. El vestíbulo daba a la salita con muebles tapizados, y la salita al comedor, con muebles de caoba y una vitrina. Las persianas de hierro, siempre cerradas por temor a la resolana, dejaban pasar una media luz. Me acuerdo de un olor a cosas guardadas. En el fondo estaban los dormitorios, el baño, un patiecito con pileta de lavar y la pieza de la sirvienta. En toda la casa no había otros libros que un volumen de Andrade, una monografía del héroe, con adiciones manuscritas, y el Diccionario Hispano-Americano de Montaner y Simón, adquirido porque lo pagaban a plazos y por el mueblecito correspondiente. Contaban con una pensión, que siempre les llegaba con atraso, y con el alquiler de un terreno —único resto de la estancia, antes vasta— en Lomas de Zamora.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">En la fecha de mi relato, la señora mayor vivía con Julia, que había enviudado, y con un hijo de ésta. Seguía abominando de Artigas, de Rosas y de Urquiza; la primera guerra europea, que le hizo detestar a los alemanes, de los que sabía muy poco, fue menos real para ella que la revolución del noventa y que la carga de Cerro Alto. Desde 1932 había ido apagándose poco a poco; las metáforas comunes son las mejores, porque son las únicas verdaderas. Profesaba, por supuesto, la fe católica, lo cual no significa que creyera en un Dios que es Uno y es Tres, ni siquiera en la inmortalidad de las almas.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Murmuraba oraciones que no entendía y las manos movían el rosario. En lugar de la Pascua y del Día de Reyes había aceptado la Navidad, así como el té en vez del mate. </span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Las palabras protestante, judío, masón, hereje y ateo eran, para ella, sinónimas y no querían decir nada. Mientras pudo no hablaba de españoles sino de godos, como lo habían hecho sus padres. En 1910, no quería creer que la Infanta, que al fin y al cabo era una princesa, hablara, contra toda previsión, como una gallega cualquiera y no como una señora argentina. Fue en el velorio de su yerno donde una parienta rica, que nunca había pisado la casa pero cuyo nombre buscaban con avidez en la crónica social de los diarios, le dio la desconcertante noticia. La nomenclatura de la señora de Jáuregui siguió siendo anticuada; hablaba de la calle de las Artes, de la calle del Temple, de la calle Buen Orden, de la calle de la Piedad, de las dos Calles Largas, de la plaza del Parque y de los Portones. La familia afectaba esos arcaísmos, que eran espontáneos en ella.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Decían orientales y no uruguayos. No salía de su casa; quizá no sospechaba que Buenos Aires había ido cambiando y creciendo. Los primeros recuerdos son los más vívidos; la ciudad que la señora se figuraba del otro lado de la puerta de calle sería muy anterior a la del tiempo en que tuvieron que mudarse del centro. Los bueyes de las carretas descansarían en la plaza del Once y las violetas muertas aromarían las quintas de Barracas. </span><i style="background-color: transparent;">Ya no sueño más que con muertos</i><span style="background-color: transparent;"> fue una de las últimas cosas que le oyeron decir. Nunca fue tonta, pero no había gozado, que yo sepa, de placeres intelectuales; le quedarían los que da la memoria y después el olvido. Siempre fue generosa. Recuerdo los tranquilos ojos claros y la sonrisa. Quién sabe qué tumulto de pasiones, ahora perdidas y que ardieron, hubo en esa vieja mujer, que había sido agraciada. Muy sensible a las plantas, cuya modesta vida silenciosa era afín a la de ella, cuidaba unas begonias en su cuarto y tocaba las hojas que no veía. Hasta 1929, en que se hundió en el entresueño, contaba sucedidos históricos, pero siempre con las mismas palabras y en el mismo orden, como si fueran el Padrenuestro, y sospeché que ya no respondían a imágenes. Lo mismo le daba comer una cosa que otra. Era, en suma, feliz.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Dormir, según se sabe, es el más secreto de nuestros actos. Le dedicamos una tercera parte de la vida y no lo comprendemos. Para algunos no es otra cosa que un eclipse de la vigilia; para otros, un estado más complejo, que abarca a un tiempo el ayer, el ahora y el mañana; para otros, una no interrumpida serie de sueños. Decir que la señora de Jáuregui pasó diez años en un caos tranquilo es acaso un error; cada instante de esos diez años puede haber sido un puro presente, sin antes ni después. No nos maravillemos demasiado de ese presente que contamos por días y por noches y por los centenares de las hojas de muchos calendarios y por ansiedades y hechos; es el que atravesamos cada mañana antes de recordarnos y cada noche antes del sueño. </span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Todos los días somos dos veces la señora mayor.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Los Jáuregui vivían, ya lo hemos visto, en una situación algo falsa. Creían pertenecer a la aristocracia, pero la gente que figura los ignoraba; eran descendientes de un prócer, pero los manuales de historia solían prescindir de su nombre. Es verdad que lo conmemoraba una calle, pero esa calle, que muy pocos conocen, estaba perdida en los fondos del cementerio del Oeste.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">La fecha se acercaba. El 10, un militar de uniforme se presentó con una carta firmada por el propio ministro anunciando su visita para el 14; los Jáuregui mostraron esa carta a todo el vecindario y recalcaron el membrete y la firma autógrafa. Luego fueron llegando los periodistas para la redacción de la nota. Les facilitaron todos los datos; era evidente que en su vida habían oído hablar del coronel Rubio. Gente casi desconocida habló por teléfono para que los invitaran.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Con diligencia trabajaron para el gran día. Enceraron los pisos, limpiaron los cristales de las ventanas, desenfundaron las arañas, lustraron la caoba, pulieron la platería de la vitrina, modificaron la disposición de los muebles y dejaron abierto el piano de la sala para lucir el cubreteclas de terciopelo. La gente iba y venía. La única persona ajena a esa bulla era la señora de Jáuregui, que parecía no entender nada. Sonreía; Julia, asistida por la sirvienta, la acicaló, como si ya estuviera muerta. Lo primero que las visitas verían al entrar sería el óleo del prócer y, un poco más abajo y a la derecha, la espada de sus muchas batallas. Aun en las épocas de penuria se habían negado siempre a venderla y pensaban donarla al Museo Histórico. Una vecina de lo más atenta les prestó para la ocasión una maceta de malvones.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">La fiesta empezaría a las siete. Fijaron como hora las seis y media, porque sabían que a nadie le gusta llegar a encender las luces. A las siete y diez no había un alma; discutieron con alguna acritud las desventajas y ventajas de la impuntualidad. Elvira, que se preciaba de llegar a la hora precisa, dictaminó que era una imperdonable desconsideración tener esperando a la gente; Julia, repitiendo palabras de su marido, opinó que llegar tarde es una cortesía, porque si todos lo hacen es más cómodo y nadie apura a nadie. A las siete y cuarto la gente no cabía en la casa. El barrio entero pudo ver y envidiar el coche y el chauffeur de la señora de Figueroa, que no las invitaba casi nunca, pero que recibieron con efusión, para que nadie sospechara que sólo se veían por muerte de un obispo. El presidente envió a su edecán, un señor muy amable, que dijo que para él era todo un honor estrechar la mano de la hija del héroe de Cerro Alto. El ministro, que tuvo que retirarse temprano, leyó un discurso muy conceptuoso, en el cual, sin embargo, se hablaba más de San Martín que del coronel Rubio. La anciana estaba en su sillón, contra unos almohadones y a ratos inclinaba la cabeza o dejaba caer el abanico. Un grupo de señoras distinguidas, las Damas de la Patria, le cantaron el Himno, que pareció no oír. Los fotógrafos dispusieron a la concurrencia en grupos artísticos y prodigaron sus fogonazos. Las copitas de oporto y de jerez no daban abasto.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Descorcharon varias botellas de champagne. La señora de Jáuregui no articuló una sola palabra: acaso ya no sabía quién era. Desde esa noche guardó cama.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Cuando los extraños se fueron la familia improvisó una pequeña cena fría. El olor del tabaco y del café ya había disipado el del tenue benjuí.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Los diarios de la mañana y de la tarde mintieron con lealtad; ponderaron la casi milagrosa retentiva de la hija del prócer, que "es archivo elocuente de cien años de la historia argentina". Julia quiso mostrarle esas crónicas. En la penumbra, la señora mayor seguía inmóvil, con los ojos cerrados. No tenía fiebre; el médico la examinó y declaró que todo andaba bien. A los pocos días murió. La irrupción de la turba, el tumulto insólito, los fogonazos, el discurso, los uniformes, los repetidos apretones de manos y el ruidoso champagne habían apresurado su fin. Tal vez creyó que era la Mazorca que entraba.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent;">Pienso en los muertos de Cerro Alto, pienso en los hombres olvidados de América y de España que perecieron bajo los cascos de los caballos; pienso que la última víctima de ese tropel de lanzas en el Perú sería, más de un siglo después, una señora anciana.</span></div>
<div style="background-color: white; font-family: verdana, geneva, sans-serif; font-size: 13.86px;">
<span style="background-color: transparent; font-size: xx-small;">En </span><i style="background-color: transparent; font-size: x-small;">El informe de Brodie</i><span style="background-color: transparent; font-size: xx-small;">, (1970)</span></div>
</div>
<div style="background-color: white; font-family: Verdana, Geneva, sans-serif; font-size: 13.86px; text-align: justify;">
<div class="main-outer" style="background: none center top repeat scroll transparent; border-radius: 0px; box-shadow: rgba(0, 0, 0, 0.15) 0px 0px 0px; font-family: Verdana, Geneva, sans-serif; font-size: 12.6px; min-height: 0px; position: relative; text-align: start;">
<div class="fauxborder-left main-fauxborder-left" style="background-position: left top; background-repeat: repeat-y; position: relative;">
<div class="region-inner main-inner" style="margin: 0px auto; max-width: 100%; min-height: 0px; min-width: 0px; padding: 15px 5px 20px; position: relative; width: auto;">
<div class="columns fauxcolumns" style="padding-left: 0px; padding-right: 260px; position: relative; zoom: 1;">
<div class="columns-inner" style="min-height: 0px;">
<div class="column-right-outer" style="float: left; margin-right: -260px; position: relative; width: 260px;">
<div class="column-right-inner" style="background: rgb(238, 238, 236); padding: 0px 0px 0px 15px;">
<br />
<br />
<aside><div class="sidebar section" id="sidebar-right-1" style="margin: 0px 15px;">
<div class="widget PopularPosts" data-version="1" id="PopularPosts1" style="line-height: 1.4; margin: 30px 0px; min-height: 0px; position: relative;">
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Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-35972238264153996842020-05-16T08:17:00.002-07:002020-05-16T08:19:55.718-07:00Un día de campo - Guy de Maupassant <div align="center" style="background-color: white;">
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: medium;"><b><span style="font-variant-caps: small-caps; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;">Un día de campo</span></b></span> <span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: x-small;">(1881)</span><br />
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: small;">(“Une partie de campagne”)</span><br />
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: x-small;">Originalmente publicado en la revista <i>La Vie moderne</i> (2 y 9 de abril de 1881);<br /><i>La Maison Tellier</i><br />(París: Victor Havard Éditeur, 1881, 310 págs.)</span></div>
<div class="MsoNormal" style="background-color: white; line-height: 18pt; margin: 3pt 0in 0.0001pt 0.3in; text-align: left; text-indent: 0in;">
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia"; text-indent: 0in;"> </span><span style="font-family: "georgia"; text-indent: 0in;">Tenían proyectado hacía</span><span style="font-family: "georgia"; text-indent: 0in;"> cinco meses salir a almorzar en los alrededores de París el día del santo de la señora Dufour, que se llamaba Pétronille. Por ello, como habían esperado con impaciencia esa partida, se habían levantado muy temprano aquella mañana.</span></div>
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: small;"></span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: small;"><span style="text-indent: 0in;"> El señor Dufour, que le había pedido prestado el coche al lechero, conducía. La carreta, de dos ruedas, estaba muy limpia; tenía un techo sostenido por cuatro montantes de hierro del que colgaban cortinas que habían alzado para ver el paisaje. Sólo la de detrás flotaba al viento, como una bandera. La mujer, al lado de su esposo, estaba radiante con un extraordinario traje de seda cereza. A continuación, en dos sillas, se sentaban una vieja abuela y una jovencita. Se distinguía también la cabellera amarilla de un muchacho que, a falta de asiento, se había tumbado al fondo y del que aparecía sólo la cabeza.</span></span></div>
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: small;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Tras haber seguido la avenida de los Campos Elíseos y cruzado las fortificaciones por la puerta Maillot, se habían puesto a contemplar la comarca.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Al llegar al puente de Neuilly, el señor Dufour había dicho:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Ahí tenéis el campo, ¡por fin! —y su mujer, ante esa señal, se había enternecido con la naturaleza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> En la encrucijada de Courbevoie, les había asaltado la admiración ante la lejanía de los horizontes. A la derecha, allá lejos, estaba Argenteuil, con su elevado campanario; por encima aparecían los cerros de Sannois y el Molino de Orgemont. A la izquierda, el acueducto de Marly se dibujaba sobre el cielo claro de la mañana, y se divisaba también, de lejos, la terraza de Saint-Germain; mientras que enfrente, al final de una cadena de colinas, unas tierras removidas indicaban el nuevo fuerte de Cormeilles. Muy al fondo, con un retroceso formidable, por encima de llanuras y pueblos, se entreveía un oscuro verdor de bosques.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El sol comenzaba a quemar los rostros; el polvo llenaba los ojos de continuo y, a los dos lados de la carretera, se desplegaba una campiña interminablemente desnuda, sucia y hedionda. Hubiérase dicho que una lepra la había devastado, royendo hasta las casas, pues esqueletos de edificios hundidos y abandonados, o bien pequeñas casuchas inacabadas por falta de pago a los contratistas, alzaban sus cuatro paredes sin techo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> De trecho en trecho crecían en el suelo estéril largas chimeneas de fábricas, única vegetación de aquellos campos pútridos por los cuales la brisa de la primavera paseaba un perfume de petróleo y de esquisto mezclado con otro olor aún menos agradable.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Por fin habían cruzado el Sena por segunda vez, y, en el puente, había sido arrobador. El río resplandecía de luz; un vaho se elevaba de él, absorbido por el sol, y se experimentaba una suave quietud, una frescura benéfica al respirar por fin un aire más puro que no había sido barrido por el humo negro de las fábricas o las miasmas de los muladares.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Un hombre que pasaba había dado el nombre de la zona: Bezons.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El coche se detuvo, y el señor Dufour se puso a leer la prometedora muestra de un figón: “Restaurante Poulin, calderetas y pescado frito, reservados particulares,bosquecillos y columpios. ¿Qué, señora Dufour, te conviene? ¿te decidirás por fin?”</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La mujer leyó a su vez: “Restaurante Poulin, calderetas y pescado frito, reservados particulares, bosquecillos y columpios”. Después miró largamente la casa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Era una posada de campo, blanca, situada al borde de la carretera. Mostraba, por la puerta abierta, el cinc brillante del mostrador ante el cual estaban dos obreros endomingados.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Por fin la señora Dufour se decidió:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Sí, está bien —dijo—, y, además, tiene buenas vistas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El coche entró en un amplio terreno plantado de grandes árboles que se extendía detrás de la posada y que sólo estaba separado del Sena por el camino de sirga.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Entonces se apearon. El marido saltó primero, luego abrió los brazos para recibir a su mujer. El estribo, sujeto por dos barras de hierro, estaba muy lejos, de forma que, para alcanzarlo, la señora Dufour tuvo que dejar ver la parte inferior de una pierna cuya primitiva finura desaparecía ahora bajo una invasión de grasa que bajaba de los muslos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El señor Dufour, a quien el campo excitaba ya, le pellizcó vivamente la pantorrilla, y después, cogiéndola por debajo de los brazos, la depositó pesadamente en tierra, como un enorme paquete.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Ella se dio unas palmadas en su traje de seda para desprender el polvo, mientras miró el lugar donde se encontraba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Era una mujer de unos treinta y seis años, metida en carnes, exuberante y de aspecto agradable. Respiraba con fatiga, sofocada violentamente por la opresión de un corsé demasiado apretado; y la presión de aquel chisme empujaba hacia su papada la masa fluctuante del pecho superabundante.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> A continuación la jovencita, posando la mano en el hombro de su padre, saltó con ligereza ella sola. El muchacho de pelo amarillo se había apeado poniendo un pie sobre la rueda, y ayudó al señor Dufour a descargar a la abuela.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Entonces desengancharon el caballo, que fue atado a un árbol, y el coche cayó de narices, con los dos varales en el suelo. Los hombres, habiéndose quitado las levitas, se lavaron las manos en un cubo de agua, y después se reunieron con las señoras instaladas ya en los balancines.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La señorita Dufour trataba de columpiarse de pie, ella sola, sin lograr darse suficiente impulso. Era una guapa chica de dieciocho a veinte años; una de esas mujeres cuyo encuentro por la calle os azota con un súbito deseo, y os deja hasta la noche una vaga inquietud y una agitación de los sentidos. Alta, de talle esbelto y caderas anchas, tenía la piel muy morena, los ojos muy grandes, el pelo muy negro. Su traje dibujaba netamente la firme plenitud de su carne acentuada aún más por los esfuerzos que hacía con los riñones para remontarse. Sus brazos tensos sujetaban las cuerdas por encima de su cabeza, de modo que su pecho se alzaba, sin una sacudida, a cada impulso que daba. Su sombrero, arrastrado por una ráfaga de viento, había caído a sus espaldas; y el balancín se lanzaba poco a poco, mostrando a cada vuelta sus piernas finas hasta la rodilla, y lanzando a la cara de los dos hombres, que la miraban riendo, el aire de sus faldas, más embriagador que los vapores del vino.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Sentada en el otro columpio, la señora Dufour gemía de forma monótona y continua:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Cyprien, ven a empujarme; ¡ven a empujarme de una vez, Cyprien!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Al final él fue y, remangándose la camisa, como antes de emprender un trabajo, puso a su mujer en movimiento con infinita fatiga.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Aferrada a las cuerdas, tenía las piernas estiradas, para no tropezar con el suelo, y disfrutaba al verse aturdida por el vaivén del chisme. Sus formas, sacudidas, tembleteaban continuamente como la gelatina en una bandeja. Pero, a medida que los impulsos crecían, la asaltaron el vértigo y el miedo. A cada bajada, lanzaba un grito agudo que hacía acudir a todos los rapaces del pueblo; y allá, delante de ella, por encima del seto del jardín, distinguía vagamente un surtido de cabezas traviesas que gesticulaban variadamente con las risas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Al aparecer una camarera, encargaron el almuerzo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Fritos del Sena, conejo salteado, ensalada y postre —articuló la señora Dufour, con aire importante.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Traiga dos litros de tinto y una botella de burdeos —dijo su marido. —Almorzaremos en la hierba —agregó la joven.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La abuela, enternecida al ver el gato de la casa, lo perseguía hacia diez minutos prodigándole inútilmente las más dulces denominaciones. El animal, halagado interiormente sin duda por aquella atención, se mantenía siempre muy cerca de la mano de la buena señora, aunque sin dejarse alcanzar, y daba tranquilamente vueltas a los árboles, contra los cuales se frotaba, la cola erguida, con un pequeño ronroneo de placer.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¡Mirad! —gritó de repente el joven de pelo amarillo que fisgoneaba por el terreno—, ¡hay unos barcos estupendos!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Fueron a ver. Bajo un pequeño cobertizo de madera estaban colgadas dos soberbias yolas de remeros, finas y trabajadas como muebles de lujo. Descansaban una junto a otra, semejantes a dos altas mozas delgadas, con su longitud estrecha y reluciente, y daban ganas de marchar sobre el agua en las hermosas noches apacibles o en las claras mañanas de verano, de rozar los ribazos floridos donde árboles enteros bañan sus ramas en el agua, donde temblequea el eterno escalofrío de las cañas, y de donde alzan el vuelo, como relámpagos azules, rápidos martines pescadores.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Toda la familia, con respeto, las contemplaba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Oh, sí, son estupendas —repitió gravemente el señor Dufour.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Y las detallaba como un experto. Había remado, él también, en sus verdes años, decía; e incluso con aquello en la mano —y hacía ademán de tirar de los remos— le importaba un bledo todo el mundo. Había vapuleado en carreras a más de un inglés, en tiempos, en Joinville; y bromeó con la palabra damas, con que se designan los dos toletes que sujetan los remos, diciendo que los remeros, y con razón, no salían jamás sin sus damas. Se acaloraba al perorar y proponía obstinadamente que apostasen que con una barca como aquélla él haría seis leguas por hora sin apresurarse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Está listo —dijo la camarera que apareció en la entrada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se precipitaron; pero hete aquí que en el mejor sitio, que la señora Dufour había elegido mentalmente para instalarse, estaban almorzando ya dos jóvenes. Eran los propietarios de las yolas, sin duda, pues iban vestidos de remeros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se habían estirado en unas sillas, casi acostados. Tenían la cara tostada por el sol y el pecho cubierto solamente por una fina camiseta de algodón blanco que dejaba asomar sus brazos desnudos, robustos como los de un herrero. Eran dos sólidos mozos y presumían mucho de vigor, pero mostraban en todos sus movimientos esa gracia elástica de los miembros que se adquiere con el ejercicio, tan diferente de la deformación que imprime al obrero su penoso esfuerzo, siempre igual.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Intercambiaron rápidamente una sonrisa al ver a la madre, luego una mirada al divisar a la hija.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Dejémosles nuestro sitio —dijo uno—, así entablaremos relación.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El otro se levantó al punto y, con su gorra mitad roja y mitad negra en la mano, se ofreció caballerosamente a ceder a las señoras el único lugar del jardín donde no daba el sol. Aceptaron deshaciéndose en disculpas; y, para que la cosa fuera más campestre, la familia se instaló en la hierba sin mesa ni asientos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Los dos jóvenes se llevaron su cubierto a unos cuantos pasos y reanudaron la comida. Sus brazos desnudos, que mostraban sin cesar, turbaban un poco a la joven. Incluso fingía volver la cabeza y no fijarse en ellos, mientras que la señora Dufour, más atrevida, instigada por una curiosidad femenina que era acaso deseo, los miraba a cada momento, comparándolos sin duda con añoranza con las fealdades secretas de su marido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se había derrumbado sobre la hierba, con las piernas dobladas a la manera de los sastres, y se meneaba continuamente, con el pretexto de que las hormigas se le habían metido en alguna parte. El señor Dufour, huraño ante la presencia y la amabilidad de los extraños, buscaba una postura cómoda que por lo demás no encontraba, y el joven de pelo amarillo comía silenciosamente como un ogro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Hace un tiempo precioso, caballero —dijo la gruesa señora a uno de los remeros. Quería mostrarse amable a causa del sitio que les habían cedido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Sí, señora —respondió—. ¿Vienen ustedes a menudo al campo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¡Oh!, una o dos veces al año solamente, para tomar el aire; ¿y usted, caballero?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Vengo a dormir todas las noches.</span></div>
—¡Ah!, debe de ser muy agradable.<br /><div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Sí, desde luego, señora.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Y contó su vida de todos los días, poéticamente, de manera que hizo vibrar el corazón de aquellos burgueses privados de hierba y hambrientos de paseos por el campo con ese bobo amor a la naturaleza que los obsesionaba todo el año detrás del mostrador de su tienda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La joven, emocionada, alzó los ojos y miró al remero. El señor Dufour habló por primera vez:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Eso sí que es vida —dijo. Agregó—: ¿Un poco más de conejo, querida?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —No, gracias, cariño.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Ella se volvió de nuevo hacia los jóvenes y, señalando sus brazos:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¿No tienen nunca frío así? —dijo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se echaron a reír los dos, y espantaron a la familia con el relato de sus prodigiosos esfuerzos, de sus baños sudados, de sus carreras entre la niebla de las noches; se golpearon violentamente el pecho para demostrar qué sonido daba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¡Oh!, tienen ustedes pinta de fuertes —dijo el marido, que ya no hablaba de la época en que vapuleaba a los ingleses.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La joven los examinaba ahora de lado; y el muchacho de pelo amarillo, atragantándose con la bebida, tosió desesperadamente, rociando el traje de seda cereza de la jefa, que se enfadó y mandó traer agua para lavar las manchas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Entre tanto la temperatura se volvía terrible. El río relumbrante parecía un foco de calor, y los vapores del vino turbaban las cabezas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El señor Dufour, sacudido por un hipo violento, se había desabrochado el chaleco y la cintura del pantalón; mientras que su mujer, presa de sofocos, desabotonaba su traje poco a poco. El aprendiz balanceaba con aire alegre sus greñas de lino y se servía trago tras trago. La abuela, sintiéndose achispada, se mantenía muy rígida y muy digna. En cuanto a la joven, no dejaba traslucir nada; sólo sus ojos se encendían vagamente, y su piel muy morena se coloreaba en las mejillas con un tono más rosado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El café los remató. Hablaron de cantar y cada cual echó su copla, que los otros aplaudieron con frenesí. Después se levantaron con dificultad, y mientras que las dos mujeres, aturdidas, respiraban, los dos hombres, totalmente curdas, hacían gimnasia. Pesados, fofos, y con el rostro escarlata, se colgaban torpemente de las anillas sin lograr levantarse; y sus camisas amenazaban continuamente con evacuar sus pantalones para ondear al viento como estandartes.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Entre tanto los remeros habían echado las yolas al agua y regresaban cortésmente a proponer a las señoras un paseo por el río.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Señor Dufour, ¿me dejas? ¡Por favor! —gritó su mujer.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El la miró con pinta de borracho, sin entender. Entonces se acercó un remero, con dos cañas de pescar en la mano. La esperanza de pescar gobios, ese ideal de los tenderos, encendió los ojos sombríos del hombrecillo, que accedió a todo lo que quisieron, y se instaló a la sombra, bajo el puente, los pies bailando encima del río, junto al joven del pelo amarillo, que se durmió a su lado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Uno de los remeros se sacrificó; se llevó a la madre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¡En el bosquecillo de la isla de los ingleses! —gritó al alejarse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La otra yola se puso en marcha más lentamente. El remero miraba tanto a su compañera que no pensaba en otra cosa, y lo había invadido una emoción que paralizaba su vigor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La joven, sentada en el asiento del timonel, se abandonaba a la dulzura de estar sobre el agua. Se sentía asaltada por una renuncia a pensar, por una quietud de los miembros, por un abandono de sí misma, como presa de una múltiple embriaguez. Se había puesto muy roja, con la respiración entrecortada. El aturdimiento del vino, multiplicado por el calor torrencial que chorreaba en torno a ella, hacía que todos los árboles de la orilla la saludasen a su paso. Una vaga necesidad de disfrute, una fermentación de la sangre recorrían su carne excitada por los ardores de aquel día; y estaba también turbada por aquel mano a mano sobre el agua, en medio de aquella tierra despoblada por el incendio del cielo, con aquel joven que la encontraba hermosa, cuyos ojos le besaban la piel, y cuyo deseo era tan penetrante como el sol.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La impotencia de ambos para hablar aumentaba su emoción, y miraban los alrededores. Entonces, haciendo un esfuerzo, él le preguntó su nombre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Henriette —dijo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¡Vaya!, yo me llamo Henri —prosiguió él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El sonido de sus voces los había calmado; se interesaron por las orillas. La otra yola se había parado y parecía esperarlos. El que la tripulaba gritó:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Os alcanzaremos en el bosque; vamos hasta Robinson, porque la señora tiene sed.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Después se inclinó sobre los remos y se alejó tan rápidamente que pronto dejaron de verlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Mientras tanto un fragor continuo que se distinguía vagamente desde hacía un tiempo se acercaba muy deprisa. El propio río parecía estremecerse como si el ruido sordo ascendiera de sus profundidades.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¿Qué es eso que se oye? —preguntó ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Era el salto de la presa que cortaba el río en dos en la punta de la isla. El se perdía en una explicación cuando, en medio del estruendo de la cascada, un canto de pájaro que parecía muy remoto los sorprendió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Vaya —dijo él—, los ruiseñores cantan de día: eso es que las hembras incuban.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> ¡Un ruiseñor! Ella no lo había oído nunca, y la idea de escuchar uno despertó en su corazón la visión de poéticas ternuras. ¡Un ruiseñor! , es decir, el invisible testigo de las citas de amor al que invocaba Julieta en su balcón; esa música del cielo concertada con los besos de los hombres; ¡ese eterno inspirador de todas las romanzas lánguidas que abren un ideal azul en los pobres corazoncitos de las chiquillas enternecidas!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Iba, pues, a oír un ruiseñor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —No hagamos ruido —dijo su compañero—, podemos bajar en el bosque y sentarnos muy cerca de él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La yola parecía deslizarse. Aparecieron unos árboles en la isla, cuya ribera era tan baja que los ojos se sumergían en lo más tupido de la espesura. Se detuvieron; la barca quedó atada; y, apoyándose Henriette en el brazo de Henri, se adentraron entre las ramas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Inclínese —dijo él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se inclinó, y penetraron en un inextricable revoltijo de bejucos, de hojas y de cañas, en un asilo inencontrable que era preciso conocer y al que el joven llamaba riendo “su reservado particular”.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Justamente por encima de sus cabezas, posado en uno de los árboles que los resguardaban, el pájaro seguía desgañitándose. Lanzaba trinos y gorgoritos, después desgranaba grandes sonidos vibrantes que llenaban el aire y parecían perderse en el horizonte, desplegándose a lo largo del río y volando sobre las llanuras, a través del silencio de fuego que entorpecía la campiña.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> No hablaban por miedo a que escapase. Estaban sentados uno junto al otro y, lentamente, el brazo de Henri rodeó la cintura de Henriette y la estrechó con dulce presión. Ella, sin cólera, cogió aquella mano audaz y la alejaba sin cesar a medida que él la acercaba, sin experimentar, por otra parte, el menor embarazo con aquella caricia, como si hubiera sido una cosa natural que rechazaba con igual naturalidad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Escuchaba al pájaro, perdida en un éxtasis. Sentía deseos infinitos de felicidad, bruscas ternuras que la atravesaban, revelaciones de poesías sobrehumanas, y tal aplanamiento de los nervios y del corazón que lloraba sin saber por qué. El joven la estrechaba contra sí ahora; no lo rechazaba ya sin pensar en ello.</span></div>
</span></div>
<div style="text-align: left;">
<div class="MsoNormal" style="line-height: 18pt; margin: 3pt 0in 0.0001pt 0.3in; text-align: left; text-indent: 0in;">
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "georgia";"><br /></span></div>
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: small;"></span><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: small;"><span style="text-indent: 0in;"> El ruiseñor calló de pronto. Una voz lejana gritó:</span></span></div>
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: small;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¡Henriette!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —No conteste —dijo él muy bajo—, haría volar al pájaro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Tampoco ella pensaba en responder.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se quedaron así algún tiempo. La señora Dufóur se había sentado en alguna parte, pues se oían vagamente, de vez en cuando, los grititos de la gruesa señora que bromeaba sin duda con el otro remero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La jovencita seguía llorando, embargada por sensaciones muy dulces, la piel cálida y pinchada en todas partes por desconocidos cosquilleos. La cabeza de Henri estaba sobre su hombro; y, bruscamente, la besó en los labios. Ella tuvo una rebelión furiosa y, para evitarlo, se dejó caer de espaldas. Pero él se arrojó sobre ella, cubriéndola con todo su cuerpo. Persiguió un buen rato aquella boca que le huía, y después, al alcanzarla, pegó a ella la suya. Entonces, enloquecida por un deseo formidable, ella le devolvió el beso, estrechándolo sobre su pecho, y toda su resistencia cedió como aplastada por una carga demasiado pesada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Todo estaba en calma en las cercanías. El pájaro volvió a cantar. Lanzó primero tres notas penetrantes que parecían una llamada de amor, después, tras un silencio de un instante, inició con voz debilitada unas lentísimas modulaciones.</span></div>
Se deslizó una brisa suave, levantando un murmullo de hojas, y entre la profundidad de las ramas pasaban dos suspiros ardientes que se mezclaban con el canto del ruiseñor y con el leve hálito del bosque.<br /> Una embriaguez invadía al pájaro, y su voz, acelerándose poco a poco como un incendio que prende o una pasión que crece, parecía acompañar bajo el árbol un restallido de besos. Después el delirio de su gaznate se desencadenó enloquecido. Tenía desmayos prolongados en un trino, grandes espasmos melodiosos.<br /> A veces descansaba un poco, emitiendo solamente dos o tres sonidos ligeros que terminaban de pronto con una nota sobreaguda. O bien comenzaba una loca carrera, con brotes de gamas, estremecimientos, sacudidas, como un furioso canto de amor, seguido por gritos de triunfo.<br /> Pero se calló, al escuchar bajo él un gemido tan profundo que se le hubiera tomado por el adiós de un alma. El ruido se prolongó algún tiempo y se remató con un sollozo.<br /> Estaban muy pálidos, los dos, al abandonar su lecho de verdor. El cielo azul les parecía oscurecido; el ardiente sol estaba apagado a sus ojos; percibían la soledad y el silencio. Caminaban rápidamente uno al lado del otro, sin hablarse, sin tocarse, pues parecían haberse convertido en enemigos irreconciliables, como si una repugnancia se hubiera alzado entre sus cuerpos, un odio entre sus ánimos.<br /> De vez en cuando, Henriette gritaba:<br /> —¡Mamá!<br /> Se produjo un ajetreo bajo un zarzal. Henri creyó ver una enagua blanca que se bajaba con rapidez sobre una gruesa pantorrilla; y apareció la enorme señora, un poco confusa y más roja aún, los ojos muy brillantes y el pecho tumultuoso, demasiado cerca quizás de su vecino. Este debía de haber visto cosas muy divertidas, pues su rostro estaba surcado por risas súbitas que lo cruzaban a pesar suyo.<br /> La señora Dufour se cogió de su brazo con aire tierno, y volvieron a las barcas. Henri, que caminaba delante, siempre mudo al lado de la jovencita, creyó distinguir de repente una especie de gran beso ahogado.<br /> Por fin regresaron a Bezons.<br /><div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> El señor Dufour, pasada la borrachera, se impacientaba. El joven de pelo amarillo tomaba un bocado antes de dejar la posada. El coche estaba enganchado en el patio, y la abuela, montada ya, se desolaba porque tenía miedo de que la cogiera la noche en la llanura, pues los alrededores de París no eran seguros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se dieron apretones de manos, y la familia Dufour se marchó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Hasta la vista —gritaban los remeros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Un suspiro y una lágrima les respondieron.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Dos meses después, al pasar por la calle de los Mártires, Henri leyó sobre una puerta: Dufour, ferretero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Entró.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La gruesa señora abultaba aún más tras el mostrador. Se reconocieron al punto y, después de mil cumplidos, él pidió noticias.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¿Qué tal la señorita Henriette?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Muy bien, gracias, se ha casado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> La emoción le oprimió; agregó:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Y... ¿con quién?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Pues con el joven que nos acompañaba, ya sabe usted; él se hará cargo del negocio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¡Oh!, claro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se marchaba muy triste, sin saber demasiado bien por qué. La señora Dufour lo llamó:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —¿Y su amigo? —dijo tímidamente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Pues le va bien.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Déle recuerdos nuestros, ¿eh?; y cuando venga, dígale que pase a vernos... —se ruborizó mucho, y después agregó—: Me dará mucho gusto; dígaselo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —No dejaré de hacerlo. ¡Adiós!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —No..., ¡hasta pronto!</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Al año siguiente, un domingo que hacía mucho calor, todos los detalles de esta aventura, que Henri no había olvidado nunca, regresaron a él súbitamente, tan claros y deseables, que volvió solo a su cuarto del bosque.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Quedó estupefacto al entrar. Ella estaba allí, sentada en la hierba, con aire triste, mientras que a su lado, en mangas de camisa, su marido, el joven de pelo amarillo, dormía a conciencia, como un bruto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Se puso tan pálida al ver a Henri que éste creyó que iba a desmayarse. Después empezaron a charlar con toda naturalidad, como si nada hubiese ocurrido entre ellos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> Pero cuando él le contaba que le gustaba mucho aquel paraje y que iba a menudo a descansar allí los domingos, evocando muchos recuerdos, ella lo miró largamente a los ojos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Yo pienso en eso todas las noches —dijo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="text-indent: 0in;"> —Vamos, querida —replicó bostezando su marido—, creo que ya es hora de marcharnos.</span></div>
</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
</div>
<div class="MsoNormal" style="background-color: white; line-height: 18pt; margin: 3pt 0in 0.0001pt 0.3in; text-align: left; text-indent: 0in;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black; font-family: "georgia"; font-size: small;"><br /></span></div>
</div>
Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-51006181242036572682020-04-06T17:11:00.002-07:002020-04-06T17:11:35.972-07:00Mañana será otro día, Juan Carlos Onetti <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div class="entry-content" style="box-sizing: border-box; font-size: 1.05882em; padding-bottom: 1em;">
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em;">
<em style="box-sizing: border-box;"><span style="box-sizing: border-box; font-weight: 600;">Por:</span></em></div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em;">
<em style="box-sizing: border-box;"><span style="box-sizing: border-box; font-weight: 600;">Juan Carlos Onetti</span></em></div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
La lluvia había dejado las Ramblas casi vacías y solo quedaba gente agrupada en el café encristalado donde, desde meses atrás, no la dejaban entrar.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
La Sonia, de pie en el portal de la casa vacía, vio que la lluvia pasaba fatigada, amansa llovizna, la vio cesar mientras crecía el frío del viento, y pensó que aquello era un signo de buena suerte. Un poco más lejos, del otro lado del ancho paseo, las luces de la ciudad comenzaban a encenderse. Empezaba la noche y respirando el aroma tristón de su abrigo mojado, la Sonia pensó que también empezaba la esperanza. Sonrió, sin creer de verdad, como una niña a la que le recitaban un cuento ya oído e inverosímil.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Volvió a tantear la rizada peluca rubia y con gran cuidado —tenía las uñas muy largas— fue estirando las medias caladas que sostenía el portaligas.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Volvió a sentir hambre y recordó que tenía un <em style="box-sizing: border-box;">sándwich</em> de jamón en el bolso. Pero no podía estropear el dibujo de boca que se había hecho con el <em style="box-sizing: border-box;">rouge</em> y con tanto cuidado. También recordó que hasta fin de mes estaba en orden con la policía y se obligó a caminar, acercándose al borde de las aceras para sonreír a los coches, mover las caderas y detenerse fingiendo buscar algo en la enorme cartera. Pero nada, nadie, y sin dinero para probar suerte en los bares donde todavía le dejaban entrar.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Era la noche y después fue la madrugada en el barrio sucio de la gran ciudad. Y Sonia, ya sin hambre, casi sin esperanzas continuaba caminando sobre el dolor de los tacones de aguja.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Se repitieron los diálogos breves con los hombres que pasaban.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
—Vamos. ¿Vienes?</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
—Que te den por saco.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
—Eso quiero. También yo te puedo dar si quieres enterarte.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Hombres y hombres y su asco por ellos. La luz limpia amenazaba llegar desde el puerto y las otras se iban apagando. Subió las escaleras pisando con las caras medias de seda. Abrió la puerta manchada.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
—¿Cómo te fue?</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
—Como la mierda, nena. Estoy hambriento. Creo que teníamos una lata de sardinas y quedó pan del desayuno.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
El chico, moreno y flaco, se levantó de la cama y se puso a revolver el armario; dijo con voz de mimo y queja:</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
—Todavía no me besaste.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
—Ahora.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Frente al espejo, la Sonia se quitó la peluca y se acarició las mejillas.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
—Otra vez barbuda.</div>
<div style="box-sizing: border-box; text-align: justify;">
Después se desnudó y estuvo mirando los pechos hinchados con parafina y el sexo que le colgaría tembloroso e inútil hasta después de las sardinas</div>
</div>
<div class="related_info noticias" style="box-sizing: border-box;">
<div class="row" style="background-color: white; box-sizing: border-box; color: #292929; display: flex; flex-wrap: wrap; font-family: Quicksand, sans-serif; font-size: 17px; margin-left: -15px; margin-right: -15px;">
<div class="col col-12 col-xl-6 mb-5" style="box-sizing: border-box; flex: 0 0 100%; margin-bottom: 3rem !important; max-width: 100%; min-height: 1px; padding-left: 15px; padding-right: 15px; position: relative; text-align: justify; width: 748.889px;">
<div class="row" style="box-sizing: border-box; display: flex; flex-wrap: wrap; margin-left: -15px; margin-right: -15px;">
</div>
</div>
</div>
</div>
</div>
Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-53446496409478268222020-04-06T17:00:00.000-07:002020-04-06T17:11:55.544-07:00Los traidores, Eduardo Sacheri <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div class="entry-content" style="box-sizing: border-box; font-size: 1.05882em; padding-bottom: 1em;">
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em;">
<br /></div>
<div style="background-color: white; box-sizing: border-box; color: #292929; font-family: Quicksand, sans-serif; font-size: 18px; margin-bottom: 1em;">
<em style="box-sizing: border-box;"><span style="box-sizing: border-box; font-weight: 600;">Eduardo Sacheri</span></em></div>
<div style="background-color: white; box-sizing: border-box; color: #292929; font-family: Quicksand, sans-serif; font-size: 18px; margin-bottom: 1em;">
<em style="box-sizing: border-box;">Que nadie se haga cargo de esta historia,</em></div>
<div style="background-color: white; box-sizing: border-box; color: #292929; font-family: Quicksand, sans-serif; font-size: 18px; margin-bottom: 1em;">
<em style="box-sizing: border-box;">ni de sus apellidos ni de sus equipos.</em></div>
<div style="background-color: white; box-sizing: border-box; color: #292929; font-family: Quicksand, sans-serif; font-size: 18px; margin-bottom: 1em;">
<em style="box-sizing: border-box;">Lo único cierto es Ella.</em></div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
<em style="box-sizing: border-box;"><br /></em></div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
¿Qué decís, pibe? Llegaste temprano. Vení, acomodate. <em style="box-sizing: border-box;">“¡Hey, jefe: dos cafés!”</em>. Dejate de jorobar, pibe, yo invito”. El sábado pasado convidaste vos. ¿Y qué tiene que ver que hoy sea el clásico? El café sale lo mismo. Van uno a cero.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Miralo bien al petisito que juega de nueve. Lo vi en el entrenamiento del jueves, no sabés cómo la lleva. Se mezcló bárbaro con la Primera. Lo acaban de traer. De Merlo, creo. Una maravilla. Aparte ahora que nos cagó Zabala nos hacen falta delanteros. Es una fija, pibe. La única que nos queda es sacar pibes de abajo. Y sacarlos como si fueran chorizos, ¿eh? Si no, te pasa como con Zabala. El club se rompe el alma para retenerlo cuatro, cinco años, y a la primera de cambio cuando le ofrecen dos mangos se te pianta a cualquier lado y te desarma el plantel. Sí, seguro. Si no les importa nada. ¿La camiseta? No pibe, ésa te calienta a vos o a mí, pero ¿a éstos? ¿No fue el imbécil éste y firmó para Chicago? Ya sé que es un traidor, pero fijate lo que le importa.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Se muda al Centro y listo, si te he visto no me acuerdo. Igual no te preocupés. Hoy no la va a tocar. A ese matungo no le da el cuero para amargarnos la vida. Ya sé que con Chicago la cosa se puede poner fulera. Clásicos son clásicos. Pero quedate tranquilo. Es un amargo y no se va a destapar ahora.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Si vos hubieras vivido en la época de Gatorra sí que te hubieses chupado un veneno de aquéllos. Vos no habías nacido, ¿no? Si fue hace una pila de años… ¿Y cómo sabés tanto del asunto? Ah, tu viejo estuvo en la cancha. Bueno, entonces no tengo que recordarte mucho. Fue algo como lo de Zabala pero peor. Porque Gatorra era nuestro, pero nuestro, nuestro. Desde purrete había jugado con los colores gloriosos. Pero resulta que en el pináculo de su carrera, cuando nos dejó a tres puntos del ascenso en una campaña de novela, va y firma con Chicago. Fue el acabose, pibe, el acabose. No lo lincharon porque en esa época la gente se tomaba las cosas con más calma. Porque en Chicago la siguió rompiendo. Y para peor, en el primer clásico en el que jugó contra nosotros, con ese harapo bicolor puesto en el lugar donde hasta entonces había estado “la gloriosa”, nos metió tres goles y nos los gritó como un loco. Así, pibe, sin ponerse colorado. Lo putearon de lo lindo, pero el resentido parece que cuanto más lo insultaban más se enchufaba. Escuchame un poco: el tercer gol lo metió de taco, con las manos en la cintura, sonriendo para el lado en que estaba la hinchada del Gallo. Ni te imaginás, pibe.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Así que tu viejo lo vio, fijate un poco. Si hubieses estado, nene. No sabés lo que fue aquello. Pero 10 mejor, lo mejor…</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
¿Te cuento una historia rara? ¿Seguro? Tiempo tenemos: van cinco minutos del segundo tiempo. Falta como una hora para que empiece. Bueno, entonces te cuento: ¿qué me decís si te digo que ese partido de los tres goles de Gatorra con la camiseta de Chicago yo lo vi en medio de la tribuna de ellos, rodeado por esos ignorantes que gritaban como enajenados? ¿Qué me dirías si te digo que los dos primeros goles hasta tuve que alzar los brazos y sonreír como si estuviera chocho de la vida?</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
¿Sabés qué pasa, pibe? La verdad es que Gatorra no era el único traidor de aquella tarde: yo también estaba del lado equivocado. Sí, flaco, como te cuento. Y todo, ¿sabés por qué?: por una mina. Todo por una mina, ¿te das cuenta? No, ya sé que no entendés ni jota. No te apurés. Dejame que te explique.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
A veces la vida es así, pibe, te pone en lugares extraños. La cosa vino más o menos de este modo: un año antes más o menos de ese partido de la traición de Gatorra, les ganamos en Mataderos, encima con un gol de él, fijate un poco. A la salida me desencontré con los muchachos de la barra, así que entré a caminar por ahí, cerca de la cancha, pero me desorienté feo. Muy tranquilo no andaba, qué querés que te diga. Ya era de tardecita, y terminar a oscuras rodeado de gente de Chicago no me hacía ninguna gracia, sabés. Pero en una de ésas doy vuelta una esquina y la veo. No te das una idea, pibe. Era la piba más linda que había visto en mi vida. Llevaba un trajecito sastre color grisecito. Y zapatitos negros. Mirá si me habrá impactado: jamás de los jamases me fijaba en la pilcha de las minas. Y de ésta al segundo de verla ya le tenía hasta la cantidad de botones del chaleco. Era menudita pero, ¡qué cinturita, mama mía, y qué piernas! Bueno, pibe, no te quiero poner nervioso. Y cuando le vi la cara… ¡Qué ojos, Dios Santo! No sabés los ojos que tenía. Cuando me miró yo sentí que me acababa de perforar los míos, y que el cerebro me chorreaba por la nuca. Qué cosa, la pucha. Estaba apoyada contra un auto, con un par de fulanos a cada lado. Dudé un momento. Si me paraba ahí y la seguía mirando capaz que esos tipos me terminaban surtiendo. Pero, ¿si me iba? ¿Cómo iba a verla de nuevo? No tenía ni idea de dónde cuernos estaba. Era entonces o nunca. Así que enfilé para donde estaban. Sí, como lo oís. Mirá que me he acordado veces, pibe. ¿Cómo me animé a encarar hacia el grupito ése, de nochecita, en Mataderos, después de llenarles la canasta? Y fue por amor, pibe. No hay otra explicación posible ¿Qué vas a hacerle?</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Cuando me acerqué medio que entre dos de los fulanos me salieron al paso. Ahí un poco me quedé: los medí y me avivé de que me llevaban como una cabeza. Atorado, voy y les pregunto para dónde queda Avenida de los Corrales. Apenas hablé me quise morir. Ahí nomás se iban a apiolar: ¿qué hacía un tarado caminando solo por Mataderos el sábado a la nochecita, preguntando por Avenida de los Corrales, si no era un hincha de Morón que venía de llenarles la canasta y no tenía ni idea de dónde estaba parado? Tranquilo, Nicanor, me dije. Capaz que estos tipos ni bola con el fútbol. Pero la esperanza me duró poco. Uno de los tipos me encara y me pregunta de mal modo: <em style="box-sizing: border-box;">“¿Vos no serás uno de esos negros de Morón, no?”</em>. Yo me quedé helado. Iba a empezar a tartamudear una excusa cuando la oí a ella: <em style="box-sizing: border-box;">“Alberto, cuidá tus modales, querés”</em>. Dijo cinco palabras, pibe. Cinco. Pero bastó para que yo supiera que tenía la voz más dulce del planeta Tierra. Casi me la quedo mirando de nuevo como un bobo, pero el instinto de conservación pudo más y me encaré con el tal Alberto. Yo sé que ahora te lo cuento, cuarenta años después, y parece imperdonable. Pero ubicate en el momento. La piba ésta. Yo con el amor quemándome las tripas. Y esos cuatro camorreros listos para llenarme la cara de dedos. La boca puede caminarte más rápido que la mente, sabés: <em style="box-sizing: border-box;">“¿Qué decís? ¿De Morón? Ni loco, enterate”</em>. Y volví a mirarla. A esa altura ya me quería casar, sabés. Así que no se me movió un pelo cuando seguí: <em style="box-sizing: border-box;">“De Chicago hasta la muerte”</em>.</div>
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Los tipos sonrieron, y a mí me pareció que ella se aflojaba en una expresión tierna. El único que siguió mirándome con dudas fue el tal Alberto: <em style="box-sizing: border-box;">“Y decime, si sos de Chicago, ¿cómo cuernos no sabés dónde queda la Avenida de los Corrales?”</em>. Era vivo, el muy turro. Los demás me clavaron los ojos, repentinamente apiolados del dilema. Pero yo andaba inspirado. Y la miraba de vez en cuando a la piba y el verso me salía como de una fuente: <em style="box-sizing: border-box;">“Resulta…</em> -me hice el que dudaba si exponer semejante confidencia-, <em style="box-sizing: border-box;">resulta que es la primera vez que puedo venir a la cancha”</em>. Los tipos me miraron extrañados. Yo ya andaba por los treinta, así que no se entendía mucho semejante retraso. <em style="box-sizing: border-box;">“Yo vivo en Morón</em> -seguí-, <em style="box-sizing: border-box;">es cierto, pero… </em>-los tipos me clavaban los ojos-, <em style="box-sizing: border-box;">pero volví a caminar recién hace cuatro meses”</em>.</div>
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Te la hago corta, pibe. Arranqué para donde pude, y lo que se me ocurrió fue eso. Supongo que fue por los nervios. Pero no vayas a creer. Después fui hilvanando una mentira con otra, y terminó tan linda que hasta yo terminé emocionado. Les dije que de chiquito me había dado la polio y había quedado paralítico. Y que por eso nunca había podido ir a la cancha. Agregué que me hice fanático de Chicago por un amigo que me visitaba y que después murió en la guerra (no sé en qué carajo de guerra, dicho sea de paso, pero les dije que en la guerra). Y que me había enterado de que en Estados Unidos había un doctor que hacía una operación milagrosa para casos como el mío. Y que había vendido todo lo que tenía para pagarme el tratamiento. Terminé diciendo que había sido todo un éxito. Que había vuelto hacía dos semanas, después de la rehabilitación, y que apenas había podido me había lanzado a Mataderos a ver al Chicago de mis amores. Tan poseído del papel estaba que cuando conté mi tristeza por los dos goles recibidos en la tarde se me quebró la voz y se me humedecieron los ojos. Cuando terminé los cuatro energúmenos me rodeaban y el tal Alberto me apoyaba una mano en el hombro.</div>
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<em style="box-sizing: border-box;">“Me llamo Mercedes, encantada”</em>. Me alargó la diestra, y mientras se la estrechaba pensé que cuando llegara a casa me iba a cortar la mano y la iba a poner de recuerdo sobre la repisa. Tenía la piel suave, y me dejó en los dedos un aroma de flores que me duró hasta la mañana siguiente. Después se presentaron los tipos. Tres eran hermanos de ella, “gracias a Dios”, pensé. Y el coso ése, Alberto, era un amigo. <em style="box-sizing: border-box;">“Me cacho en diez, será posible, el muy maldito”</em>, me lamenté.</div>
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Estaban en la vereda de la casa de ella. Y acababan de volver del partido. El corazón me dio un vuelco cuando me enteré de que el papá de ella era miembro de la comisión directiva, y que el más grande de los hermanos era vocal de la asamblea. No sólo eran de Chicago: ya era una cosa como Romeo y Julieta, ¿viste?.</div>
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Resulta que iban todos los sábados a ver a Chicago, pero Mercedes iba sólo cuando jugaban de locales. Y al palco, junto con el padre. Los hermanos y el otro tarado iban a la popular, con algunos amigos. Se ofrecieron a llevarme a casa. Traté de disuadirlos, diciéndoles que en Morón tal vez no fueran bien recibidos, pero insistieron. <em style="box-sizing: border-box;">“Tendrás que descansar”</em>, decían.</div>
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Yo fui rezando todo el viaje para no cruzarme con ninguno de los vagos de mis amigos. Llegué sano y salvo. Tuve el cuidado de cojear levemente al bajar delante del portón de casa. Los saludé efusivamente. Ellos se dijeron algo mientras yo me alejaba. <em style="box-sizing: border-box;">“¡Nicanor!”</em>, me llamó el hermano grande. <em style="box-sizing: border-box;">“¿Querés venir el sábado con nosotros?”</em>. Mi alma estaba vendida definitivamente al diablo. Me di vuelta. Y algo vi en los ojos de ella que me decidió. <em style="box-sizing: border-box;">“Seguro</em> -contesté-. <em style="box-sizing: border-box;">Pero no se molesten hasta acá. Los veo en la sede”.</em> Los miré alejarse creyendo entender a San Pedro cuando escuchó cantar al gallo el Viernes Santo.</div>
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Cuando entré a casa la encaré a mi vieja y le di rápido el resumen de mi nueva vida. Pobre viejita, no entendía nada. Cuando le dije que me habían traído unos hinchas de Chicago rajó para la heladera para prepararme unos paños fríos. <em style="box-sizing: border-box;">“Vos te insolaste”</em>, diagnosticó. Pero la seguí hasta la cocina y con paciencia le expliqué varias veces el asunto. <em style="box-sizing: border-box;">“¿Tan rica es esa chica, Nicanor?”</em>, me preguntó. <em style="box-sizing: border-box;">“No me pregunte, mamita”</em>, contesté turbado. Se ve que entendió, porque nunca más me dijo nada.</div>
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Con los muchachos la cosa iba a ser distinta. ¿Cómo explicarles semejante agachada? No me animé a hablar. Tuve que apilar una mentira sobre la otra, y sobre la otra, y así hasta formar una torre interminable. En el barrio dije que me había salido un laburito de contabilidad en una empresa de colectivos, los sábados. Y los muchachos, lógicamente, se quejaron. Decían: <em style="box-sizing: border-box;">“¿Para qué lo querés Nicanor? Si con el sueldo del banco para vos y tu vieja te alcanza y te sobra”</em>. Y yo que <em style="box-sizing: border-box;">“no, sabés que pasa, que quiero ahorrar unos manguitos”</em>, y toda esa sanata. La vieja resultó de fierro. Tan entregado me veía a mí que hasta colaboró con alguna mentirita menor para darme más coartada.</div>
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Cuando salía a hacer las compras comentaba que el pobre Nicanor estaba deslomándose con dos trabajos, para comprarle los remedios para el asma. <em style="box-sizing: border-box;">“¿Y desde cuándo tiene asma, Doña Rita?” “Es ‘asma muda’, por eso”</em>, contestaba. Pobre viejita, se ve que en la familia nunca fuimos demasiado brillantes para el verso.</div>
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El asunto es que en ese año emprendí una doble vida de Padre y Señor nuestro. Durante la semana hacía mi vida normal: después del banco pasaba por la sede del Deportivo a tomar una copita y jugar naipes con los muchachos. Cara de póker, como si nada. Una vez sola estuve a punto de pisar el palito. Se habían trenzado en una discusión de las habituales, pero ese día se les había dado por lucirse citando equipos en cuya formación se repitieran ciertos nombres de pila. No sé, Carlos, Artemio, el que fuera. Y voy yo como un pelotudo y digo que en la primera de Chicago juegan cuatro tipos que se llaman Roberto. Me miraron como si fuera un extraterrestre. Salí del paso levantando el dedo y con voz solemne: <em style="box-sizing: border-box;">“Y, viejo, conoce a tu enemigo”</em> o alguna imbecilidad por el estilo. Pero transpiré la gota gorda. ¿Qué querés? Pasaba lo evidente. Todos los sábados a ver a Chicago. Chicago para acá, Chicago para allá, como si fuese el hincha más fiel del planeta. Ya me conocía hasta las mañas del aguatero suplente. Pero ¿cómo no iba a ir? Si a la vuelta los hermanos me insistían para que me quedara a un vermouth en casa de Mercedes. Por supuesto me los tenía que bancar al viejo y a los hermanitos, pero también estaba ella, que se prendía a las conversaciones futboleras con elegancia pero sin remilgos.</div>
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Todo tenía sus ventajas: si perdía Chicago yo disfrutaba como un príncipe heredero las caras de culo de mis acompañantes, mientras fingía certeras palabras de consuelo y pronosticaba futuras abundancias. Si ganaban, la algarabía del papá solía redundar en una invitación para comer afuera, todos juntos, Merceditas incluida. Así que no podía quejarme. Es cierto que la conciencia a veces me remordía mientras saboreaba la picada con el Gancia rodeado de mis enemigos de sangre. Pero de inmediato se acercaba Mercedes, precedida por su sonrisa de arco iris y su mirada de incendio; Mercedes rodeada por su fragancia de mujer inolvidable, ofreciéndome la última aceituna antes de que se la deglutieran aquellos mastodontes, y la sensación de culpa se disolvía en una egoísta gratitud a Dios y a la creación en general.</div>
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Pero lo bueno dura poco, pibe. Ese es el asunto. Ya iba para un año de mi traición inconfesa cuando se me vino encima el choque del siglo. Morón versus Chicago, con el malparido de Gatorra estrenando los trapos verdinegros luego de venderse a Lucifer por unos pocos pesos. Yo ya tenía decidido enfermarme de algo incurable ese fin de semana y ver el clásico desde la tribuna correcta de la vida. Ya había anunciado en la sede del Deportivo que en la empresa de colectivos había pedido un adelanto de vacaciones para disfrutar de esa tarde impostergable, en la cual con justa razón los simpatizantes del Gallo harían naufragar al ‘vendido’ en un océano de insultos que perseguiría su memoria por el resto de la eternidad. Los muchachos habían recibido mi anuncio con alborozo. En el campamento enemigo abrí el paraguas aludiendo a cierta enfermedad incurable de una cierta tía mía residente en Formosa (que súbitamente se agravaría y me llamaría a su lado para no despedirse del mundo en soledad).</div>
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El problema surgió el martes anterior al partido. Debo confesar que para ese entonces yo asistía los martes a la nochecita a un vermouth en la sede de Mataderos. No me mirés así, pibe. Yo estaba compenetrado de mi papel, y Mercedes me tenía totalmente enajenado. Pero los cuatro brutos ésos me la marcaban de cerca. De alguna manera tenía que verla entre semana, aunque fuera de pasadita. Además, estaba ese fulano Alberto, el “amigo”, que no la dejaba ni a sol ni a sombra. En verdad, nunca los había visto en actitud de noviecitos. Nada que ver. Pero el tipo se la comía con los ojos. Y al viejo de ella lo seguía como un perro, el muy guacho. Le chupaba las medias que daba asco: le llevaba los papeles, le hacía de chofer, le tenía la puerta vaivén de la sede. Lástima que yo siempre fui tan bueno. Porque si no, en algún amontonamiento en la popular lo empujo y termina veinte escalones más abajo con cuarenta huesos rotos, viste. Pero siempre fui un romántico bobalicón, qué le vas a hacer.</div>
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Pero ese martes anterior al clásico se me vino el mundo abajo. El muy imbécil va y anuncia en la mesa de café que el viejo de Merceditas lo ha autorizado a llevarla al cine el sábado a la noche, como festejo especial del previsible triunfo de Chicago en el clásico vespertino. Los hermanos de Mercedes lo palmearon complacidos; y yo tuve que fingir algo parecido a una sonrisa aprobatoria.</div>
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Ahora no tenía salida. O lo mataba el sábado en la cancha o el tipo me ganaba definitivamente de mano. Justo ahora, que Mercedes prolongaba las miradas que cruzábamos furtivas en el vermouth de la nochecita, y me buscaba tema de conversación cuando nos encontrábamos a la salida del palco y caminábamos todos juntos hasta el auto. ¿O era una impresión mía, inducida por el embotamiento del amor que le tenía? El hecho, pibe, es que tuve que dar media vuelta en el aire y cambiar de planes.</div>
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A los muchachos les dije que en la empresa de colectivos me habían denegado el permiso, bajo amenaza de echarme. Ellos ofrecieron quemar la terminal con mis jefes adentro, pero los disuadí entre sonrisas, convenciéndolos de que no era para tanto. A los hermanos de Mercedes les dije que mi tía la que se estaba muriendo en Formosa se había curado de repente.</div>
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Celebraron y brindaron a mi salud y a la de mi tía. Al único que se lo vio medio arisco fue al tal Alberto, como si sospechara algo turbio, o como si lo hubiese desilusionado mi permanencia en Buenos Aires. Por supuesto que verlo así me llenó de alegría.</div>
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Con todas esas complicaciones de última hora no tuve tiempo de detenerme a pensar seriamente en las dificultades de presenciar ese clásico histórico en la tribuna visitante. ¿Entendés, chiquilín? Primera dificultad: que me reconociera la gente del Gallo. Solución: anteojos negros, cuatro días sin afeitarme y un amplio sombrero para protegerme del sol. Segundo problema: llegar en medio de los visitantes y ser reconocido pese a mis camuflajes. Solución: entrar a primera hora, solo, y esperar en las gradas la llegada de la tribu de Merceditas, bien escondido en el extremo de la popular opuesto a la zona de plateas.</div>
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Quedaba un tercer problema, pero éste no tenía solución posible: soportar noventa minutos en nuestra cancha en silencio, o moviendo los labios acompañando a los energúmenos éstos, mientras del otro lado del césped los nuestros descargaban su justo rosario contra esos malparidos y sobre todo contra Gatorra, su más pérfida y reciente adquisición. Y mientras tanto rezar, rezar para que nadie se diera cuenta de la impostura, para que Gatorra estuviese en una mala tarde, para que ganáramos el clásico, para que la derrota le torciese el humor al padre de Mercedes y cancelara la salida al cine de la noche en el auto del tarado de Alberto. Demasiados pedidos para un solo Dios en un solo rezo. Pero, ¿qué iba a hacer, pibe?.</div>
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Cumplí mi plan a la perfección. Llegué a la una en punto, recién abiertas las puertas. Completé mi atuendo con un piloto verde y amplio que había sido de mi difunto tío. No sabés la facha, pibe: sombrero ancho, anteojos negros, capote militar y barba de varios días. Cuando me vio salir de casa a la viejita casi le da un soponcio. Tuve que sacarme todo de raje para mostrarle y convencerla de que no era una aparición de San La Muerte.</div>
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¿Qué te contaba, pibe? Ah, sí. Que llegué temprano y me acomodé bien arriba en las gradas a esperar. Cuando fueron llegando los de Chicago no hablaban de otra cosa: jorobaban con cuántos goles nos iba a meter Gatorra, practicaban los cantitos alusivos, hacían gestos, no sabés, pibe. Una tortura. A eso de las dos cayeron los hermanos de Mercedes. Tuve que hacerles señas mientras me acercaba a ellos para que me reconocieran. Aduje una extraña reacción cutánea que me obligaba a protegerme del sol. <em style="box-sizing: border-box;">“¿Qué sol, si en cualquier momento llueve?”</em>. No podía faltar el inoportuno de Alberto para buscarle la quinta pata al gato. <em style="box-sizing: border-box;">“Secuela de la operación, por la anestesia, sabés”</em>. Los otros lo codearon, enternecidos por mi sufrimiento, y lo obligaron a callar.</div>
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Cuando faltaban quince minutos, en la tribuna visitante no cabía un alfiler. La verdad, ellos habían traído a todo el mundo. Y a la luz de cómo fueron los hechos hicieron bien, ¿no? Imaginate pibe: ser testigo de una goleada bárbara con tres tantos de un tipo que traicionó a tus enemigos y ahora juega para vos. ¿No parece un cuento de hadas, pibe?.</div>
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A Merceditas la ubiqué enseguida gracias al enorme paraguas negro que el viejo de ella abrió cuando empezó a chispear, faltando cuatro minutos. Levanté un brazo a modo de saludo, y ella me contestó con una sonrisa que me levantó la temperatura debajo del capote verde. ¿Cómo hizo para ubicarme con semejante indumentaria? En ese momento me dije que era el amor el que la guiaba con sus dictados. No pongás esa cara, pibe, ya sé que uno es cursi cuando habla de amor, pero qué querés. Si la hubieses visto como yo la vi. Nunca más volví a ver a una mina tan linda como estaba Merceditas esa tarde. Llevaba un vestidito verde con cartera y zapatitos negros (y qué querés, si la pobre no conoció otro cuadro) que le quedaba que ni pintado. Y el pelo recogido en un rodete. Y los labios rojos. Me hubiese quedado mirándola el resto de la tarde. Bah, el resto de la vida.</div>
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Pero cuando salieron a la cancha los ojos se me fueron a Gatorra. El muy guacho iba bien erguido, encabezando la fila. Recibía los insultos casi con gracia, con elegancia. Cuando enfiló para el medio miró hacia la hinchada visitante que se vino abajo. En esa época los equipos no solían saludar desde el medio, pero el soberbio éste se tomó el tiempo de alzar los brazos en dirección a las vías del Sarmiento, para que a sus espaldas un rumor de rabia se alzara como un incendio desde la barra enfurecida. Yo rezaba debajo de mi disfraz para que lo partieran a la primera de cambio. Pero se ve que Dios andaba en otra cosa. Porque este malnacido, este traidor imperdonable, eludió a cuatro tipos y la tocó suavecita a la salida del arquero. Alrededor mío los fulanos se subían unos a otros, lloraban, gritaban como energúmenos, levantaban los brazos gesticulando obscenidades. Sintiéndome Judas tuve que alzar los brazos, para no botonearme tanto. En cuanto pude miré para el palco y la vi a Mercedes aplaudiendo con la carterita colgada del antebrazo izquierdo y sonriendo hacia donde yo estaba; y solté dos lagrimones de dolor que me corrieron bajo los lentes oscuros. La impotencia, ¿sabés?.</div>
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Veinte minutos más y ¡zas! Córner y un cabezazo del cornudo de Gatorra. Dos a cero y de nuevo el delirio. Ahí yo empecé a pensar que en realidad todo era un castigo por mi traición; y que la culpa de esa humillación colectiva la tenía yo, el Judas moderno del fútbol argentino. Decí que cuando terminó el primer tiempo y todos los tipos se apuraron a apoyar el trasero en algún huequito libre de los escalones, yo me hice el otario y me quedé parado. Me pasé los quince minutos hablando por gestos con Merceditas, a través de la distancia. Ya sé, flaco: alrededor mío tenía cinco mil tipos convencidos de que yo era un pelotudo. Pero qué querés, si era un primor la piba. Aparte, de vez en cuando, lo relojeaba de costadito al tal Alberto y estaba hecho una furia, no sabés.</div>
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En el segundo tiempo nos pegaron un peludo inolvidable, pero estaba por terminar y no nos habían vacunado de nuevo. Yo miraba el reloj cada veinticinco segundos, desesperado porque terminara de una vez por todas el suplicio chino. <em style="box-sizing: border-box;">“Quedate tranquilo, Nicanor, que están muertos”</em>, me tranquilizaban los hermanos. <em style="box-sizing: border-box;">“Ya sé, ya sé”</em>, contestaba yo, en una mueca semisonriente, y con ganas de descuartizarlos con una sierra de calar. Yo los veía a los nuestros, al otro lado del océano verde, y el pecho se me hinchaba de orgullo. Seguían cantando e insultándolo a Gatorra en cuatro idiomas, indiferentes a las burlas y al oprobio. ¡Qué no hubiera dado por estar entonces del otro lado! Pero de inmediato giraba hacia mi derecha y la veía a ella, tomadita del brazo del viejo, indefensa, pura, increíblemente hermosa, y me decidía a tolerar unos minutos más.</div>
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Pero lo que pasó entonces fue demasiado. Faltaban cinco. Se escapa Gatorra y enfrenta al arquero. Le amaga y lo pasa. Se detiene. La hinchada visitante grita enloquecida. El arquero vuelve sobre sus pasos. El Traidor, con la sangre fría de un cirujano, vuelve a enganchar y el guardameta pasa como una tromba para el otro lado. A mi alrededor deliran. Pero falta. Porque el inmundo ése se da vuelta con las manos en jarra, observa parsimoniosamente a la heroica hinchada del Gallo, y le da a la bola un tacazo displicente en dirección al arco vencido. Para terminar de perpetrar su osadía, se acerca al alambrado y empieza a besarse el harapo verdinegro que los turros esos usan de camiseta.</div>
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Uno de los hermanos de Mercedes me estampó tal apretón que casi me arranca el sombrero. Delante mío dos tipos lloraban abrazados. Yo miraba sin poder dar crédito a mis ojos. Enfrente, la hinchada de mis amores en un silencio de sepulcro. Alrededor estos fulanos con una chochera de mil demonios. Y al pie de las gradas Gatorra besuqueándose la casaca con cara de chico bueno y cumplidor. Es el día de hoy que aún recuerdo la sensación de fuego que empezó a subirme desde las tripas, y que terminó casi quemándome la piel de la cara. Y para colmo van los nuestros, primero sueltos, algunos pocos, luego más, por fin todos, dándole al <em style="box-sizing: border-box;">“¡El que no salta, es de Chicago… el que no salta, es de Chicago!”</em>, y a mí se me empezó a dar vuelta el estómago como si me estuviesen mirando a mí a través de todo el largo de la cancha; como si ni el sombrero ni el capote ni los lentes oscuros hubiesen bastado para tapar la traición delante de los míos. Supongo que tratando de encontrar fuerzas para seguir corrompiéndome, miré hacia la platea para verla. Allí estaba, como siempre en todo ese año de mi perdición: bella, perfecta, inolvidable. Sonriendo hacia donde yo estaba, quemando el cemento desde su sitio hasta el mío con las chispas de sus ojos incandescentes.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Le pedí a Dios que me hiciera nacer de nuevo. Que me cambiara de vida. Que me arrancara para siempre la memoria. Pero algo adentro mío, algo empezó a crecer mientras escuchaba los cantos del otro lado y las burlas de éste, una mezcla de vergüenza y de pudor y de rabia por saber al fin definitivamente que no podía, y que por más que quisiera y lo intentara nunca jamás de los jamases podría cambiar de vereda, aunque la perdiese a ella para siempre, aunque me pasase el resto de la vida lamentándome semejante cuestión de principios, porque tarde o temprano todo iba a saltar, porque un martes u otro les iba a terminar cantando las cuarenta en esa sede de mierda que tienen ellos, o un sábado del año del carajo me iba a pudrir de aplaudir castamente los goles de ellos, y porque aunque no les partiera una botella en la zabiola a todos los hermanos y al tal Alberto, tarde o temprano en la jeta se me iba a notar que no, que nunca jamás en la puta vida voy a ser de Chicago, porque mis viejos me hicieron derecho y no como al turro malparido de Gatorra. Y cuanto más me calentaba conmigo, más me calentaba con él, porque mientras se besaba la camiseta más y más yo sentía que me decía: <em style="box-sizing: border-box;">“Vení, Nicanor, vení conmigo acá al pastito, dale vos también algunos chuponcitos a la camiseta, dale Nicanor, no te hagás rogar, si vos y yo somos iguales, si los dos somos un par de vendidos, yo por la guita y vos por la minita, pero somos iguales; dale Nicanor, qué te cuesta, dale, sacate el disfraz y vení, que estamos cortados por la misma tijera, pero por lo menos yo no me ando escondiendo”</em>.</div>
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Cuando tuve a mis hijos me puse nervioso, es cierto. Pero nunca sufrí tanto como esos dos minutos de los festejos del tercer gol de Gatorra en cancha nuestra. Te lo juro. Volví a levantar los ojos. Todo seguía igual. Alrededor mío la hinchada de Chicago comenzaba a apaciguarse: se destrenzaban los abrazos, algunos se sentaban para reponer energías, otros se ajustaban la portátil a la oreja para escuchar los detalles. Enfrente bailaban las banderas rojiblancas. A mi derecha, Mercedes me acunaba en sus ojos. Abajo, el traidor prolongaba un poco más la burla hacia mi gente.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
De ahí en más no pude controlarme. Miré por anteúltima vez a la platea e hice un gesto de adiós con la mano. Después me erguí en puntas de pie. Hice bocina con ambas manos. Respiré hondo. Entrecerré los ojos. Y cacareé con todas las fuerzas de mi alma renacida un: <em style="box-sizing: border-box;">¡¡¡¡¡GATORRA VENDIDO HIJO DE MIL PUTA!!!!!</em> que se escuchó hasta en la Base Marambio.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
No tuve ni tiempo de disfrutar la sensación de alivio que me sobrevino apenas lo mandé al carajo, porque en el instante en que me enfrié un poco tomé conciencia del sitio donde estaba: ahí solito con mi alma, en medio de los leones, listo para ser devorado. Cuando miré a las fieras, había por lo menos sesenta pares de ojos clavados en mi pobre persona, y por los cuchicheos se iba corriendo la voz gradas arriba y gradas abajo. <em style="box-sizing: border-box;">“¿Qué dijiste?”</em>, me encaró de mal modo el tal Alberto, desde el escalón inferior al mío. Lo miré. A fin de cuentas yo estaba ahí por su culpa: ¿no estaba en ese antro en un intento desesperado por evitar su salida nocturna con Merceditas? El maldito no sólo iba a salir con ella: después de lo de hoy tendría el camino definitivamente libre de obstáculos. Sin pensarlo dos veces le mandé un directo a la mandíbula. El muy zopenco cayó hacia atrás organizando una pequeña avalancha en los tres o cuatro escalones subsiguientes.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Mi vida pendía de un hilo: no sólo acababa de deschavarme delante de cinco mil enemigos. Acababa también de surtirle una linda piña a un socio querido y respetado de la institución. Sin pensarlo dos veces, tomé la decisión que finalmente y pese a todo terminó salvándome la vida. Salí disparado escalones abajo, aprovechando el claro dejado por mi contrincante semidesvanecido. Llegué al alambrado y me prendí con ambas manos como si fueran tenazas. Ya detrás mío distinguía con claridad los primeros <em style="box-sizing: border-box;">“atájenlo que es de la contra”, “párenlo que es un vendido”, “vení que te reviento la jeta a patadas”</em>. Con los mocasines me costó enganchar los pies en los rombos del alambre. Encima no faltaban los comedidos que sin saber muy bien del asunto igual trataban de atajarme por la ropa. Perdí el sombrero de una pedrada. Los anteojos se me cayeron forcejeando con un viejito sin dientes que no me soltaba la pierna derecha. Gracias a Dios, en esa época el alambrado era más bajo. Me pinché hasta el alma cuando llegué a la cúspide. Me arqueé hacia atrás para verla por última vez en mi vida. No fue fácil, pibe. ¿Sabés lo que fue saber que estaba renunciando a ella para siempre?.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Para ese entonces ya me tiraban con serpentinas sin desenrollar. Igual me encaramé como pude en el alambrado y, en acto penitencial y al grito de <em style="box-sizing: border-box;">“¡Sí, sí, señores, yo soy del Gallo”</em> obsequié floridos cortes de manga a derecha e izquierda, hasta que me acertaron un cascote en plena frente, perdí el equilibrio y me fui de cabeza. Gracias al cielo, caí del lado de la cancha. Si no, estos tipos me cuelgan ya sabés de dónde.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
El resto me lo contaron, porque permanecí inconsciente como cinco días. Mi vieja batió el récord de velas encendidas en la Catedral, pobrecita. Cuando abrí los ojos estaban todos. El Negro, Chuli, Tatito. Me habían cubierto con la bandera del Gallo. Primero pensé que estaba muerto y que me estaban velando; pero los muchachos me convencieron, en medio de mis lágrimas, de que estaba vivito y coleando. <em style="box-sizing: border-box;">“La clavícula, tres costillas y cinco puntos en la zabiola</em> -me decían-, <em style="box-sizing: border-box;">la sacaste rebarata, Nicanor”</em>.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Sí, pibe, como lo escuchás. Yo soy ese tipo del capote verde que se tiró desde la cabecera visitante a la cancha el día de ese clásico espantoso de los tres goles de Gatorra. Sí, capaz que lo hacés ahora y te pegan tres tiros y no contás el cuento. Yo qué sé, eran otros tiempos.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Yo era joven, y aparte no sabés. Si la hubieses visto a Mercedes… Nunca volví a conocer a otra mujer como ella. Pero, bueno, qué le vas a hacer, así es la vida. Igual sufrí como un condenado, no vayas a creer. Los muchachos me decían que no lo tomara así, que minas hay muchas pero Gallo hay uno solo, y todas esas cosas que son verdad, pero, qué querés, a mí esa piba me había pegado muy hondo, sabés. Eh, chiquilín, no te pongás triste. ¿Qué se le va a hacer? Hay cosas que podés hacer y cosas que no.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
A ver, dejame fijarme un poco. Sí, por acá ya se están parando. Me rajo que quedó un caminito. Dale, pibe. Ayudame a levantarme. No, ya me tengo que ir, dale. ¿No ves que acaba de terminar el partido de reserva? Ya sé que ahora empieza el partido en serio. No flaco, en serio. Tengo que rajarme. No, pibe, ¿qué corazón, ni qué carajo? Del bobo ando hecho un poema.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Pero qué querés. Promesas son promesas. Y si me quedo capaz que no puedo contenerme y falto a mi palabra. El sábado que viene me contás. No, pibe, en serio. Tengo que irme. Permiso, permiso, gracias. Hasta el sábado.</div>
<div style="box-sizing: border-box; margin-bottom: 1em; text-align: justify;">
Creéme, pibe. Te digo en serio. ¿Cómo qué promesa, pibe? <em style="box-sizing: border-box;">“Vos jurame que nunca más gritás un gol de Morón contra Chicago. Nunca en la vida. Y yo le digo a papá que le guste o no le guste nos casamos igual”</em>.</div>
<div style="box-sizing: border-box; text-align: justify;">
¡Chau, pibe!</div>
</div>
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<h2 class="title_section" style="box-sizing: border-box; line-height: 1.2; margin: 0px 0px 1em; overflow: hidden; padding: 0px; position: relative;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #6b6b6b; font-size: 18.673px; font-weight: 300; text-transform: uppercase;"><br /></span></div>
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<span style="font-size: 24px;"><br /></span></div>
</h2>
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Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-6723798486931291242019-02-25T07:55:00.002-08:002020-05-16T08:20:45.626-07:00El gordo Luis - Roberto Fontanarrosa <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<h3 class="site-heading" style="background-color: white; box-sizing: border-box; color: #353535; font-family: "Open Sans", "Helvetica Neue", Helvetica, Arial, sans-serif; font-size: 24px; font-weight: 400; letter-spacing: -0.5px; line-height: 3rem; margin: 0px 0px 15px;">
El gordo Luis - Fontanarrosa</h3>
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Te conté la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel? Es mundial la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel. </div>
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<br /></div>
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Casi se convierte en otra víctima del imperialismo salvaje el pobre Gordo. Del colonialismo, por decirlo de otra manera. Porque, decime vos, qué carajo tiene que ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá Noel. ¿Quién le dio chapa al Papá Noel? Un tipo vestido para la nieve, abrigado como para ir a la Antártida, en un trineo tirado por renos. ¡Renos, mi querido! ¿Cuándo mierda hemos visto un reno nosotros? ¿Alguna vez te fuiste a Buenos Aires en auto y viste al costado del camino un reno morfando pasto debajo de un árbol? </div>
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<br /></div>
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Pero el pobre Gordo casi la palma con esa historia... ¿No te conté la del Gordo Luis? Porque se la cuento a todos. Fue hace como quince años. El Gordo estaba en la lona total. Pero en la lona lona, no tenía un mango partido por la mitad, lo habían despedido de la proveeduría donde laburaba y lo ponías cabeza abajo y no le caía una moneda. Para colmo, se venían las fiestas y algo había que comprar para poner arriba de la mesa el 24 a la noche.</div>
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<br /></div>
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El Gordo tiene dos pibes que eran muy chiquitos en ese entonces y a esa edad a los pendejos no les vas a andar explicando el fato del FMI, la tecnología que reemplaza a los trabajadores y todas esas pelotudeces. </div>
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<br /></div>
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La cuestión es que empezó a buscar laburo, alguna changa, cualquier cosa, trabajar de lo que fuera. Primero empezó por su barrio, con los amigos y conocidos, ahí por Mendoza al fondo. Ya después entró a andar por cualquier lado para conseguir algo. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y resulta que en el barrio Echesortu, una vieja que tenía una casa bastante grande de electrodomésticos le ofrece disfrazarse de Papá Noel y repartir caramelos a los chicos en la puerta para promocionar su negocio. Lo de siempre. Le tiraba unos mangos, por supuesto, que al Gordo le venían bastante bien. Y ahí fue el Luis, che. </div>
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<br /></div>
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Ahora, imaginate la escena, porque estamos hablando de Rosario, Capital de los Cereales, ubicada a orillas del anchuroso río Paraná. </div>
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<br /></div>
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El Gordo Luis, tenés que pensar en un tipo arriba de los cien kilos, fácil fácil debe andar por los 120, porque es alto, grandote, Luis. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y te digo que resultaba perfecto para Papá Noel porque el Luis es más bueno que Lassie, nunca lo he visto enojado al Gordo, es un pan de Dios. </div>
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<br /></div>
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Pero tenés que tener en cuenta una cosa ineludible. Rosario... pleno verano... mediodía, un sol de la puta madre que lo reparió, algo así como 83 grados a la sombra, y ese gordo metido adentro de un traje de Papá Noel con una tela tipo felpa así de gruesa, así de gruesa no te miento, gorro, barba de algodón, bigotes, botas y guantes. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
¡Guantes! Porque la vieja era una vieja hinchapelotas, conservadora, que quería que el Gordo se pareciera exactamente a Papá Noel y que se vistiera todo como correspondía, el pobre Gordo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Viste que hay veces en que tipos hacen de Papá Noel pero sin guantes y hasta a veces sin barba, o pendejas jovencitas vestidas de colorado pero con polleritas cortonas, tipo minifaldas, y las gambas al aire así están más frescas? </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero claro, el Gordo Luis era perfecto para hacer de Papá Noel y por eso se le ocurrió eso a esa vieja hija de puta. Porque lo vio al Gordo gordo y con esos cachetitos medio coloradones que tiene el tipo, el personaje, Santa Claus. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hasta la voz media ronca tiene Luis... ¿viste que Papá Noel se ríe siempre con esa risa ronca? Jo, jo. Hasta eso tiene Luis, la voz ronca. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Jo, jo, jo... Pero vuelvo al tema. Doce del mediodía, pleno diciembre, un sol que rajaba la tierra, un calor infernal, los pajaritos que se caían muertos al piso por la canícula, se venían en baranda y se desnucaban contra la vereda... y el Gordo ahí, che, con el traje de lana gruesa, barba y bigote, sacudiendo una campana de papel maché o algo así y dándoles caramelos a los chicos que se juntaban para verlo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
A los quince minutos, a los quince minutos te juro, el traje del Gordo ya no era colorado... ¿viste que esos trajes son colorado medio clarito? Bueno, era violeta, violeta era, por la transpiración a chorros que largaba el Gordo. Pero no un pedazo, alguna zona del traje, no. Ni tampoco era solamente debajo de los brazos o arriba de la zapán que es donde uno transpira más, no. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Era todo, completo, íntegro. Al Gordo le corrían ríos de sudor sobre la piel, ríos, torrentes que le empapaban acá, acá, acá, las ingles, las pelotas, las pantorrillas, ríos que le inundaban las botas, por ejemplo. Me contaba después -porque todo esto me lo contó él mismo- que sentía las botas llenas de agua, como si las hubiera metido en un balde de agua caliente, le chapoteaban. Todo alrededor, no te miento, todo alrededor, en el piso, en un diámetro de ocho metros más o menos en torno al Gordo, parecía que habían baldeado. Toda la vereda mojada, de lo que chivaba el Gordo, se le saltaban los goterones de la cabeza, parecía las Aguas Danzantes el Gordo, imaginate. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Te digo que era ya un espectáculo grotesco, lamentable, pero Luis le seguía metiendo voluntad, le ponía ganas, caminaba de un lado al otro, se reía, llamaba a los chicos. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En eso, una vecina, una vieja de esas que nunca faltan, que están al reverendo pedo como bocina de avión, que vivía a unas dos puertas del negocio de electrodomésticos, sale a la puerta y lo ve al Gordo. O escuchó el griterío de los chicos y salió a ver que pasaba. Lo ve al Gordo y se apiada de él... ¿Viste? Esas viejas comedidas, bienintencionadas, chuecas, que caminan medio encorvadas, que les cuesta moverse pero que rompen las pelotas permanentemente, un cuete la vieja, una ladilla. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se manda para adentro de nuevo la vieja, flaquita ¿viste? Bajita, canosa con un rodete y aparece al rato con una jarra así de grande, pero así de grande, con un líquido amarillento que parecía limonada, lleno de hielo. Transpiraba de fría la jarra. Y se la ofrece al Gordo, che. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El Gordo medio le dice que no, que no se hubiera molestado, que no puede desatender su trabajo pero, en definitiva, la acepta, lógicamente. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Además, los hijos de mil putas del negocio de electrodomésticos no le habían alcanzado ni un vaso de agua al Gordo. ¡Ni un vaso de agua siquiera! Después hablan de los norteamericanos. Nosotros somos tan hijos de puta como ellos para explotar a la gente. Lo que pasaba también es que a esa hora había quedado un solo encargado en el negocio. La vieja que contrató a Luis tenía como cinco negocios por otras partes de la ciudad y andaba de recorrida; y el otro empleado que laburaba ahí se había quedado en el fondo del local, rascándose las bolas debajo del único ventilador de techo que tenían esos miserables. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La cuestión es que la vecina saca un banquito chiquito a la calle, lo deja al lado de la puerta de su casa, medio sobre el umbral para que no le diera el sol directo, le dice a Luis "Aquí se lo dejo", y ahí se lo deja. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando el Gordo pudo zafar un poco del pendejerío, te imaginás que con ese calor llegó un momento en que había mucha menos gente en la calle, se prendió a la limonada y se bajó media jarra de un saque. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero resulta que no era limonada, boludo, no era limonada. Era vino blanco, vino blanco era. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La vieja le había zampado en la jarra un par de botellas de vino blanco, le había metido hielo a rolete y se lo había dejado ahí, con las mejores intenciones. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El Gordo, con la desesperación, con el calor que tenía en el cuerpo, recién se dio cuenta cuando ya se había mandado más de catorce litros sin respirar, de un saque. Y aparte, seamos sinceros, cuando ya se dio cuenta no pudo parar, no pudo parar. Te estoy hablando de un muchacho de 120 kilos después de estar moviéndose casi tres horas a pleno sol con 4000 grados de temperatura. No pudo parar. Se mandó todo el vino blanco. Fondo blanco. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Bueno, te imaginarás... te imaginarás el pedo tísico que se levantó ese muchacho. Una curda inmediata y espantosa, demencial. Una curda como para trescientas personas. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Casi no había desayunado, estaba sin almorzar, para colmo, el Gordo no era un tipo que tomara mucho alcohol, al menos que yo recuerde. Un poco de vino con la cena, nada más. Alguna copita de sidra. O a veces, en los bailes, alguno de esos tragos maricones como el gin tonic, pero con mucha más agua tónica que otra cosa. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡El pedo que se agarró ese muchacho, Dios querido, el pedo que se agarró! </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No te digo que empezó a cantar boludeces, ni a caminar torcido, ni a vomitar contra las paredes, ni nada de eso. Pero entró a regalar todo lo que tenía a su alcance, se le dio por la beneficencia, le dio un ataque de comunismo acelerado. Primero terminó en cinco minutos con la existencia de caramelos y chocolatines que eran para toda la tarde... </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡Y después empezó a regalar los electrodomésticos! Empezó regalándole una tostadora eléctrica a un pendejo. Después le regaló un ventilador a la madre de otro de los pibes, después siguió con multiprocesadoras, veladores, hornos a microondas, etcétera... </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Llamaba a la gente a los gritos, entraba al negocio y les daba algo, repartía, entregaba todo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y el empleado que se rascaba las bolas adentro del negocio ni se dio cuenta, debía estar en el fondo, en una oficinita que estaba detrás, arreglando papeles o apolillando una siesta mientras esperaba la hora en que el patrón llegaba. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Lo cierto es que, te imaginás, a los quince minutos en la puerta del negocio había un mundo de gente que venía de todas partes alertada por los otros que ya habían ligado algo de arribeño, por la mamúa del Gordo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
La gente pensaba que era una promoción del negocio o, en todo caso, se hacía la turra, cazaba los artefactos, se los llevaba y a otra cosa mariposa, si te he visto no me acuerdo, andá a cantarle a Gardel. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En eso aparece el dueño del boliche, un pelado con cara de amargo que llegó en su auto, un coche nuevo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y cuando el tipo se dio cuenta de lo que estaba pasando se puso loco, lógicamente se puso loco. Entró a gritar, a arrebatarles las cosas a la gente, a recuperar licuadoras, televisores portátiles, radios que la gente se llevaba </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ante el despelote se despertó el empleado de adentro y salió cagando aceite a ayudarlo al pelado. Había tironeos, forcejeos, agarrones, hasta voló algún puñete. Y en eso llegó la cana, un patrullero que andaba de ronda. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En el despelote, cuando medio se enteró de cómo había venido la mano por lo que contaban los que se piraban con las licuadoras y todo eso, que gritaban que Papá Noel se las regalaba, el pelado les indicó a los policías que lo metieran en cana al Gordo, responsable de todo ese quilombo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y bien dice el Martín Fierro que no hay nada como el peligro para refrescar a un mamado. Ahí el Gordo se despejó, se dio cuenta, volvió a la realidad, se esclareció el Gordo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Además, ya había vuelto a transpirar como un litro del vino blanco, me imagino, se había aliviado un poco de la tranca, y comprendió la cagada que se había mandado. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero te conté que es un tipo manso, un tipo tranquilo que no se iba a poner a resistirse o a echarle la culpa a nadie. Supo que tenía la culpa, y entonces, todavía medio tambaleante, bajó la sabiola, se fue para adentro del negocio para cambiarse la ropa en el baño y meterse, derechito viejo, solito, adentro del patrullero. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Afuera seguía el desbole entre el pelado, su empleado, la gente y los canas que ahora también se habían unido a la tarea de recuperar todo lo que había regalado el Gordo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El Gordo se fue al baño, se mojó la cara, cosa que terminó de despejarlo, se sacó esas pilchas de mierda de Papá Noel, se puso la ropa que había llevado en un bolsito y salió de nuevo a la calle. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando salía para la calle -el negocio es bastante largo- lo ve venir al dueño con uno de los canas, desencajado el pelado, a las puteadas, buscándolo. Claro, lo ve al Gordo, sin el traje colorado, de camisita celeste y pantalones vaqueros, un bolso en la mano, el pelo negro achatado por el agua de la canilla, y no lo reconoce. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No lo reconoce porque tampoco era él quien lo había contratado sino la conchuda de su esposa. "¿Adónde está? ¿Adónde está?" me contaba el Gordo que preguntaba el pelado, que venía a los pedos con el policía. Y el Gordo pensó que se refería al traje de Papá Noel que se había sacado. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Yo no sé si el Gordo lo entendió así, seguía en curda o se hizo bien el boludo, la cosa es que señaló hacia el baño y el pelado y el policía se mandaron para allí. Cuando el Gordo salió a la calle todavía había un amontonamiento de gente y el otro empleado discutía con medio mundo reclamando facturas o recibos de compra. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Nadie lo reconoció entonces al Gordo, sin el disfraz. Incluso de última, el otro policía del patrullero que se había quedado afuera, lo encara al Gordo cuando el Gordo ya se piraba y el Gordo piensa: "Cagamos". </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y el cana le pregunta "¿Ese bolso es suyo?". El Gordo me contó que él le iba a decir la verdad, que sí, que era suyo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero tuvo miedo de que el cana le hiciera más preguntas, o que se lo hiciera abrir y le dijo: "No, lo vengo a devolver". Y se lo entregó, un bolso de mierda que después de todo a él no le servía para un carajo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El Gordo se piró haciéndose el pelotudo, temeroso todavía de que alguien lo reconociese y lo mandara en cana cuando ya estaba a una cuadra. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Casi termina preso, el Gordo, mirá vos. Zafó porque la vieja que lo contrató tampoco sabía ni cómo se llamaba ni adónde vivía. Era un contrato basura, pero realmente basura el del pobre Gordo. Pero casi termina engayolado. Por tener que disfrazarse de Papá Noel con esos vestidos de invierno, podés creer. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Que los argentinos nos tengamos que vestir con ropa de abrigo en pleno verano porque a los yankis se les ocurrió que Santa Claus vende más que el Niñito Dios. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Eso le decía yo al Gordo, después, en el club. "El año que viene ofrecete para algún pesebre, Gordo. Por lo menos de Niño Dios te ponen en bolas en una cunita y te cagás de risa porque estás fresco." Eso le decía yo, para joderlo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
<div>
<div style="text-align: justify;">
"De lo único que puedo hacer yo en un pesebre viviente es de vaca, Zurdo -me decía el Gordo- De vaca". </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero por lo menos es un animal conocido, ¿no es cierto? Un bicho familiar al paisaje, el rumiante emblemático de la pampa húmeda, base de la riqueza de nuestro país. Algo nuestro... ¡Qué me vienen con que a los chicos les gusta Papá Noel, el trineo y los alces esos! Si mis pibes me vienen a pedir un alce de ésos les pongo tal voleo en el orto que aterrizan más allá de la Circunvalación del voleo que les pego, tenelo por seguro. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ya bastante que el otro día les compré un conejo, un conejo de verdad, que es terriblemente pelotudo y lo único que hace es comer lechuga y cagarnos todo el patio. Y si me insisten con esas pelotudeces inventadas por los yankis que se vayan a vivir a Cincinnati, pendejos colonizados de mierda. Que a mí no me dicen el Zurdo al pedo, me lo dicen por tener una formación doctrinaria... </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡Pobre Gordo! Estuvo a punto de convertirse en una nueva víctima del capitalismo salvaje.</div>
</div>
</div>
Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-12398192404394953292019-02-25T07:52:00.002-08:002019-02-25T07:53:54.400-08:00La fiesta del monstruo - Borges y Bioy Casares<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<b>La fiesta del monstruo
H. Bustos Domecq </b><br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
<i>Aquí empieza su aflición </i></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>Hilario Ascasubi en el poema La Refalosa /cuchillo de los gauchos/<br />/poeta unitario/</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Te prevengo, Nelly, que fue una jornada cívica en forma. Yo, en mi condición de pie plano, y de
propenso a que se me ataje el resuello por el pescuezo corto y la panza hipopótama, tuve un serio
oponente en la fatiga, máxime calculando que la noche antes yo pensaba acostarme con las gallinas,
cosa de no quedar como un crosta en la performance del feriado. Mi plan era sume y reste:
apersonarme a las veinte y treinta en el Comité; a las veintiuna caer como un soponcio en la cama jaula,
para dar curso, con el Colt como un bulto bajo la almohada, al Gran Sueño del Siglo, y estar en pie al
primer cacareo, cuando pasaran a recolectarme los del camión. Pero decime una cosa ¿vos no creés
que la suerte es como la lotería, que se encarniza favoreciendo a los otros? En el propio puentecito de
tablas, frente a la caminera, casi aprendo a nadar en agua abombada con la sorpresa de correr al
encuentro del amigo Diente de Leche, que es uno de esos puntos que uno se encuentra de vez en
cuando. Ni bien le vi su cara de presupuestívoro, palpité que él también iba al Comité y, ya en tren de
mandarnos un enfoque del panorama del día, entramos a hablar de la distribución de bufosos para el
magno desfile, y de un ruso que ni llovido del cielo, que los abonaba como fierro viejo en Berazategui.
Mientras formábamos en la cola, pugnamos por decirnos al vesre que una vez en posesión del arma de
fuego nos daríamos traslado a Berazategui aunque a cada uno lo portara el otro a babucha, y allí, luego
de empastarnos el bajo vientre con escarola, en base al producido de las armas, sacaríamos, ante el
asombro general del empleado de turno ¡dos boletos de vuelta para Tolosa! Pero fue como si
habláramos en inglés, porque Diente no pescaba ni un chiquito, ni yo tampoco, y los compañeros de fila
prestaban su servicio de intérprete, que casi me perforan el tímpano, y se pasaban el Faber cachuzo
para anotar la dirección del ruso. Felizmente, el señor Marforio, que es más flaco que la ranura de la
máquina de monedita, es un amigo de ésos que mientras usted lo confunde con un montículo de caspa,
está pulsando los más delicados resortes del alma del popolino, y así no es gracia que nos frenara en
seco la manganeta, postergando la distribución para el día mismo del acto, con pretexto de una demora
del Departamento de Policía en la remesa de las armas. Antes de hora y media de plantón, en una cola
que ni para comprar kerosene, recibimos de propios labios del señor Pizzurno, orden de despejar al
trote, que la cumplimos con cada viva entusiasta que no alcanzaron a cortar enteramente los escobazos
rabiosos de ese tullido que hace las veces de portero en el Comité.A una distancia prudencial, la barra
se rehizo. Loiácono e puso a hablar que ni la radio de la vecina. La vaina de esos cabezones con labia
es que a uno le calientan el mate y después el tipo ?vulgo el abajo firmante- no sabe para dónde agarrar
y me lo tienen jugando al tresiete en el almacén de Bernárdez, que vos a lo mejor te amargás con la
ilusión que anduve de farra y la triste verdad fue que me pelaron hasta el último votacén, si el consuelo
de cantar la nápola, tan siquiera una vuelta.
(Tranquila Nelly, que el guardaguja se cansó de morfarte con la visual y ahora se retira, como un bacán
en la zorra. Dejale a tu pato Donald que te dé otro pellizco en el cogotito).
Cuando por fin me enrosqué en la cucha, yo registraba tal cansancio en los pieses que al inmediato
capté que el sueñito reparador ya era de los míos. No contaba con ese contrincante que es el más sano
patriotismo. No pensaba más que en el Monstruo y al otro día lo vería sonreírse y hablar como el gran
laburante argentino que es. Te prometo que vine tan excitado que al rato me estorbaba la cubija para
respirar como un ballenato. Reciencito a la hora de la perrera concilié el sueño, que resultó tan cansador
como no dormir, aunque soñé primero con una tarde, cuando era pibe, que la finada mi madre me llevó
a una quinta. Creeme, Nelly, que yo nunca había vuelto a pensar en esa tarde, pero en el sueño
comprendí que era la más feliz de mi vida, y eso que no recuerdo nada sino un agua con hojas
reflejadas y un perro muy blanco y muy manso, que yo le acariciaba el Lomuto; por suerte salí de esas
purretadas y soñé con los modernos temarios que están en el marcador: el Monstruo me había
nombrado su mascota y, algo después, su Gran Perro Bonzo. Desperté y, para haber soñado tanto
destropósito, había dormido cinco minutos. Resolví cortar por lo sano: me di una friega con el trapo de la
cocina, guardé todos los callordas en el calzado Fray Mocho, me enredé que ni un pulpo entre las
mangas y las piernas de la combinación mameluco-, vestí la corbatita de lana con dibujos animados que
me regalaste el Día del Colectivero y salí sudando grasa porque algún cascarudo habrá transitado por la
vía pública y lo tomé por el camión. A cada falsa alarma que pudiera, o no, tomarse por el camión, yo
salía como taponazo al trote gimnástico, salvando las sesenta varas que hay desde el tercer patio a la
puerta de calle. Con entusiasmo juvenil entonaba la marcha que es nuestra bandera, pero a las doce
menos diez, vine afónico y ya no me tiraban con todo los magnates del primer patio. A las trece y veinte
llegó el camión, que se había adelantado a la hora y cuando los compañeros de cruzada tuvieron el
alegrón de verme, que ni me había desayunado con el pan del loro de la señora encargada, todos
votaban por dejarme, con el pretexto que viajaban en un camión carnicero y no en una grúa. Me les
enganché como acoplado y me dijeron que si les prometía no dar a luz antes de llegar a Espeleta, me
portarían en mi condición de fardo, pero al fin se dejaron convencer y medio me izaron. Tomó furia como
una golondrina el camión de la juventud y antes de media cuadra paró en seco frente del Comité. Salió
un tape canoso, que era un gusto cómo nos baqueteaba y, antes que nos pudieran facilitar, con toda
consideración, el libro de quejas, ya estábamos traspirando en un brete, que ni si tuviéramos las nucas
de queso Mascarpone. A bufoso por barba fue la distribución alfabética; compenetrate, Nelly; a cada
revólver le tocaba uno de nosotros. Sin el mínimo margen prudencial para hacer cola frente al
Caballeros, o tan siquiera para someter a la subasta un arma en buen uso, nos guardaba el tape en el
camión del que ya no nos evadiríamos sin una tarjetita de recomendación para el camionero.
A la voz de ¡aura y se fue! Nos tuvieron hora y media al rayo del sol, a la vista por suerte, de nuestra
querida Tolosa, que en cuanto el botón salía a correrlos, los pibes nos tenían a hondazo limpio, como si
en cada uno de nosotros apreciaran menos el compatriota desinteresado que el pajarito para la polenta.
Al promediar la primera hora, reinaba en el camión esa tirantez que es la base de toda reunión social
pero después la merza me puso de buen humor con la pregunta si me había anotado para el concurso
de la Reina Victoria, una indirecta vos sabés, a esta panza bombo, que siempre dicen que tendría que
ser de vidrio para que yo me divisara aunque sea un poquito, los basamentos horma 44. Yo estaba tan
afónico que parecía adornado con el bozal, pero a la hora y minutos de tragar tierra, medio recuperé
esta lengüita de Campana y, hombro a hombro con los compañeros de brecha, no quise restar mi
concurso a la masa coral que despachaba a todo pulmón la marchita del Monstruo, y ensayé hasta
medio berrido que más bien salió francamente un hipo, que si no abro el paragüita que dejé en casa,
ando en canoa con cada salivazo que usted me confunde con Vito Dumas, el Navegante Solitario. Por
fin arrancamos y entonces sí que corrió el aire, que era como tomarse el baño en la olla de la sopa, y
uno almorzaba un sangüiche de chorizo, otro su arrolladito de salame, otro su panetún, otro su media
botella de Vascolet y el de más allá la milanesa fría, pero más bien todo eso vino a suceder ora vuelta,
cuando fuimos a la Ensenada, pero como yo no concurrí, más gano si no hablo. No me cansaba de
pensar que toda esa muchachada moderna y sana pensaba en todo como yo, porque hasta el más
abúlico oye las emisiones en cadena, quieras que no. Todos éramos argentinos, todos de corta edad,
todos del Sur y nos precipitábamos al encuentro de nuestros hermanos gemelos que, en camiones
idénticos procedían de Fiorito y Villa Domínico, de Ciudadela, de Villa Luro, de La Paternal, aunque por
Villa Crespo pulula el ruso y yo digo que más vale la pena acusar su domicilio legal en Tolosa Norte.
¡Qué entusiasmo partidario te perdiste, Nelly! En cada foco de población muerto de hambre se nos
quería colar una verdadera avalancha que la tenía emberretinada el más puro idealismo, pero el capo
de nuestra carrada, Garfunkel, sabía repeler como corresponde a ese fabarutaje sin abuela, máxime si
te metés en el coco que entre tanto mascalzone patentado bien se podía emboscar un quintacolumna
como luz, de esos que antes que usted dea la vuelta del mundo en ochenta días me lo convencen que
es un crosta y el Monstruo un instrumento de la Compañía de Teléfono. No te digo niente de más de un
cagastume que se acogía a esas purgas para darse de baja en el confusionismo y repatriarse a casita lo
más liviano; pero embromate y confesá que de dos chichipíos el uno nace descalzo y el otro con patín
de munición, porque vuelta que yo creía descolgarme del carro era patada del señor Garfunkel que me
restituía al seno de los valientes. En las primeras etapas los locales nos recibían con entusiasmo
francamente contagioso, pero el señor Garfunkel, que no es de los que portan la piojosa puro adorno, le
tenía prohibido al camionero sujetar la velocidad, no fuera algún avivato a ensayar la fuga relámpago.
Otro gallo nos cantó en Quilmes, donde el crostaje tuvo permiso para desentumecer los callos plantales,
pero ¿quién, tan lejos del pago iba a apartarse del grupo? Hasta ese momentazo, dijera el propio Zoppi
o su mamá, todo marchó como un dibujo, pero el nerviosismo cundió entre la merza cuando el trompa,
vulgo Garfunkel, nos puso blandos al tacto con la imposición de deponer en cada paredón el nombre del
Monstruo, para ganar de nuevo el vehículo, a velocidad de purgante, no fuera algún cabreira a
cabrearse y a venir calveira pegándonos. Cuando sonó la hora de la prueba empuñé el bufoso y bajé
resuelto a todo, Nelly, anche a venderlo por menos de tres pessolanos. Pero ni un solo cliente asomó el
hocico y me di el gusto de garabatear en la tapia unas letras frangollo, que si invierto un minuto más, el
camión me da el esquinazo y se lo traga el horizonte rumbo al civismo, a la aglomeración, a la
fratellanza, a la fiesta del Monstruo. Como para aglomeración estaba el camión cuando volví hecho un
queso con camiseta, con la lengua de afuera. Se había sentado en la retranca y estaba tan quieto que
sólo le faltaba el marco artístico para ser una foto. A Dios gracias formaba entre los nuestros el gangoso
Tabacman, más conocido como Tornillo sin Fin, que es el empedernido de la mecánica, y a la media
hora de buscarle el motor y de tomarse toda la Bilz de mi segundo estómago de camello, que así yo
pugno que le digan siempre a mi cantimplora, se mandó con toda franqueza su “a mí que me registren”,
porque el Fargo a las claras le resultaba una firme ilegible.
Bien me parece tener leído en uno de esos quioscos fetentes que no hay mal que por bien no venga, y
así Tata Dios nos facilitó una bicicleta olvidada en contra de una quinta de verdura, que a mi ver el
bicicletista estaba en proceso de recauchutaje, porque no asomó la fosa nasal cuando el propio
Garfunkel le calentó el asiento con la culata. De ahí arrancó como si hubiera olido todo un cuadrito de
escarola, que más bien parecía que el propio Zoppi o su mamá le hubiera munido el upite de un petardo
Fu-Man-Chú. No faltó quien se aflojara la faja para reírse al verlo pedalear tan garufiento, pero a las
cuatro cuadras de pisarles los talones lo perdieron de vista, causa que el peatón, aunque se habilite las
manos con el calzado Pecus, no suele mantener su laurel de invicto frente a Don Bicicleta. El
entusiasmo de la conciencia en marcha hizo que en menos tiempo del que vos, gordeta, invertís en
dejar el mostrador sin factura, el hombre se despistara en el horizonte, para mí que rumbo a la cucha, a
Tolosa.Tu chanchito te va a ser confidencial, Nelly: quien más, quien menos ya pedaleaba con la
comezón del gran Spiantujen, pero como yo no dejo siempre de recalcar en las horas que el luchador
viene enervado y se aglomeran los más negros pronósticos, despunta el delantero fenómeno que marca
goal; para la patria, para el Monstruo; para nuestra merza en franca descomposición, el camionero. Ese
patriota que le sacó el sombrero se corrió como patinada y paró en seco al más avivato del grupo en
fuga. Le aplicó súbito un mensaje que al día siguiente, por los chichones, todos me confundían con la
yegua tubiana del panadero. Desde el suelo me mandé cada hurra que los vecinos se incrustaban el
pulgar en el tímpano. De mientras, el camionero nos puso en fila india a los patriotas, que si alguno
quería desapartarse, el de atrás tenía carta blanca para atribuirle cada patada en el culantro que todavía
me duele sentarme. Calculate, Nelly, qué tarro el último de la fila ¡nadie le shoteaba la retaguardia! Era,
cuándo no, el camionero, que nos arrió como a concentración de pie planos hasta la zona, que no
trepido en caracterizar como de la órbita de Don Bosco, vale, de Wilde. Ahí la casualidad quiso que el
destino nos pusiera al alcance de un ónibus rumbo al descanso de hacienda de La Negra, que ni llovido
por Baigorri. El camionero, que se lo tenía bien remanyado al guarda-conductor, causa de haber sido los
dos ?en los tiempos heroicos del Zoológico popular de Villa Domínico- mitades de un mismo camello, le
suplicó a ese catalán de que nos portara. Antes que se pudiera mandar su Suba Zubizarreta de práctica,
ya todos engrosamos el contingente de los que llenábamos el vehículo, riéndonos hasta enseñar las
vegetaciones, del puntaje senza potencia, que, por razón de quedar cola, no alcanzó a incrustarse en el
vehículo, quedando como quien dice ?vía libre? para volver, sin tanta mala sangre, a Tolosa. Te
exagero, Nelly, que íbamos como en onibus, que sudábamos propio como sardinas, que si vos te
mandás el vistazo, el señoras de Berazategui te viene chico. ¡Las historietas de regular interés que se
dieron curso! No te digo niente de la olorosa que cantó por lo bajo el tano Potasman, a la misma vista de
Sarandí y de aquí lo aplaudo como un cuadrumano a Tornillo sin Fin que en buena ley vino a ganar su
medallón de Vero Desopilante, obligándome bajo amenaza de tincazo en los quimbos, a abrir la boca y
cerrar los ojos: broma que aprovechó sin un desmayo para enllenarme las entremuelas con la pelusa y
los demás producidos de los fundillos. Pero hasta las perdices cansan y cuando ya no sabíamos lo que
hacer, un veterano me pasó la cortaplumita y la empuñamos todos a uno para más bien dejar como
colador el cuero de los asientos. Para despistar, todos nos reíamos de mí; en después no faltó uno de
esos vivancos que saltan como pulgas y vienen incrustados en el asfáltico, cosa de evacuarse del
carromato antes que el guarda-conductor sorprendiera los desperfectos. El primero que aterrizó fue
Simón Tabacman que quedó propio ñato con el culazo; muy luego Fideo Zoppi o su mamá; de último,
aunque reviente de la rabia, Rabasco; acto continuo, Spatola; doppo, el vasco Speciale. En el itnerinato,
Monpurgo se prestó por lo bajo al gran rejunte de papeles y bolsas de papel, idea fija de acopiar
elemento para una fogarata en forma que hiciera pasto de las llamas al Broackway, propósito de
escamotear a un severo examen la marca que dejó el cortaplumita. Pirosanto, que es un gangoso sin
abuela, de esos que en el bolsillo portan menos pelusa que fósforos, se dispersó en el primer viraje,
para evitar el préstamo de Rancherita, no sin comprometer la fuga, eso sí, con un cigarrillo Volcán que
me sonsacó de la boca. Yo, sin ánimo de ostentación y para darme un poco de corte, estaba ya
frunciendo la jeta para debatir la primera pitada cuando el Pirosanto, de un saque, capturó el cigarrillo, y
Morpurgo, como quien me dora la píldora, acogió el fósforo que ya me doraba los sabañones y metió
fuego al papelamen. Sin tan siquiera sacarse el rancho, el funyi o la galera, Morpurgo se largó a la calle,
pero yo panza y todo, lo madrugué y me tiré un rato antes y así pude brindarle un colchón, que
amortiguó el impacto y cuasi me desfonda la busarda con los noventa kilos que acusa. Sandié, cuando
me descalcé de esta boca los tamanguses hasta la rodilla de Manolo Morpurgo, l´ónibus ardía en el
horizonte, mismo como el spiedo de Perosio, y el guarda-conductor-propietario, lloraba dele que dele
ese capital que se le volvía humo negro. La barra, siendo más, se reía, pronta, lo juro por el Monstruo, a
darse a la fuga si se irritaba el ciervo. Tornillo, que es el bufo tamaño mole, se le ocurrió un chiste que al
escucharlo vos con la boca abierta vendrás de gelatina con la risa. Atenti, Nelly. Desemporcate las
orejas, que ahí va. Uno, dos, tres y PUM. Dijo ?pero no te me vuelvas a distraer con el spiantaja que le
guiñás el ojo- que el ónibus ardía mismo como el spiedo de Perosio. Ja, ja, ja.
Yo estaba lo más campante, pero la procesión iba por dentro. Vos, que cada parola que se me cae de
los molares, la grabás en los sesos con el formón, tal vez hagas memoria del camionero, que fue medio
camello con el del ónibus. Si me entendés, la fija que ese cachascán se mandaría cada alianza con el
lacrimógeno para punir nuestra fea conducta estaba en la cabeza de los más linces. Pero no temás por
tu conejito querido: el camionero se mandó un enfoque sereno y adivinó que el otro, sin ónibus, ya no
era un oligarca que vale la pena romperse todo. Se sonrió como el gran bonachón que es; repartió, para
mantener la disciplina, algún rodillazo amistoso (aquí tenés el diente que me saltó y se lo compré
después para recuerdo) y ¡cierren filas y paso redoblado, marrr!¡Lo que es la adhesión! La gallarda
columna se infiltraba en las lagunas anegadizas, cuando no en las montañas de basura, que acusan el
acceso a la Capital, sin más defección que una tercera parte, grosso modo, del aglutinado inicial que
zarpó de Tolosa. Algún inveterado se había propasado a medio encender su cigarrillo Salutaris, claro
está, Nelly, que con el visto bueno del camionero. Qué cuadro para ponerlo en colores: portaba el
estandarte, Spátola, con la camiseta de toda confianza sobre la demás ropa de lana; lo seguían de
cuatro en fondo, Tornillo, etc.
Serían recién las diecinueve de la tarde cuando al fin llegamos a la Avenida Mitre. Morpurgo se rió todo
de pensar que ya estábamos en Avellaneda. También se reían los bacanes, que a riesgo de caer de los
balcones, vehículos y demás bañaderas, se reían de vernos de a pie, sin el menor rodado. Felizmente
Babuglia en todo piensa y en la otra banda del Riachuelo se estaban herrumbrando unos camiones e
nacionalidad canadiense, que el Instituto, siempre attenti, adquirió en calidad de rompecabezas de la
Sección Demoliciones del ejército americano. Trepamos con el mono a uno caki y entonando el ?Adiós,
que me voy llorando? esperamos que un loco del Ente Autónomo, fiscalizado por Tornillo Sin Fin,
activara la instalación del motor. Suerte que Rabasco, a pesar de esa cara de fundillo, tenía cuña con un
guardia del Monopolio y, previo pago de boletos, completamos un bondi eléctrico, que metía más ruido
que un solo gaita. El bondi ?talán, talán- agarró p?al Centro; iba superbo como una madre joven que,
soto la mirada del babo, porta en la panza las modernas generaciones que mañana reclamarán su lugar
en las grandes meriendas de la vida... En su seno, con un tobillo en el estribo y otro sin domicilio legal,
iba tu payaso querido, iba yo. Dijera un observador que el bondi cantaba; hendía el aire impulsado por el
canto; los cantores éramos nosotros. Poco antes de la calle Belgrano la velocidad paró en seco desde
unos veinticuatro minutos; yo traspiraba para comprender, y anche la gran turba como hormiga de más y
más automotores, que no dejaba que nuestro medio de locomoción diera materialmente un paso.
El camionero rechinó con la consigna ¡Abajo chichipíos! y ya nos bajamos en el cruce de Tacuarí y
Belgrano. A las dos o tres cuadras de caminarla, se planteó sobre tablas la interrogante: el garguero
estaba reseco y pedía líquido. El Emporio y Despacho de Bebidas Puga y Gallach ofrecía un principio
de solución. Pero te quiero ver, escopeta: ¿cómo abonábamos? En ese vericueto, el camionero se nos
vino a manifestar como todo un expeditivo. A la vista y paciencia de un perro dogo, que terminó por
verlo al revés, me tiró cada zancadilla delante de la merza hilarante, que me encasqueté una rejilla
como sombrero hasta el masute, y del chaleco se rodó la chirola que yo había rejuntado para no hacer
tan triste papel cuando cundiera el carrito de la ricotta. La chirola engrosó la bolsa común y el
camionero, satisfecho mi asunto, pasó a atender a Souza, que es la mano derecha de Gouveia, el de los
pegotes Pereyra ?sabés- que vez pasada se impusieron también como la Tapioca Científica. Souza,
que vive para el Pegote, ews cobrador del mismo, y así no es gracia que dado vuelta pusiera en
circulación tantos biglietes de hasta cero cincuenta que no habrá visto tantos juntos ni el Loco
Calcamonía, que marchó preso cuando aplicaba la pintura mondongo a su primer bigliete. Los de
Souza, por lo demás, no eran falsos y abonaron, contantes y sonantes, el importe neto de las Chissottis,
que salimos como el que puso seca la mamajuana. Bo, cuando cacha la guitarra, se cree Gardel. Es
más, se cree Gotuso. Es más, se cree Garófalo. Es más, se cree Giganti-Tomassoni. Guitarra, propio no
había en ese local, pero a Bo le dio con “Adiós Pampa Mía” y todos lo coreamos y la columna juvenil era
un solo grito. Cada uno, malgrado su corta edad, cantaba lo que le pedía el cuerpo, hasta que vino a
distraernos un sinagoga que mandaba respeto con la barba. A ese le perdonamos la vida, pero no se
escurrió tan fácil otro de formato menor, más manuable, más práctico, de manejo más ágil. Era un
miserable cuatro ojos, sin la musculatura del deportivo. El pelo era colorado, los libros bajo el brazo y de
estudio. Se registró como un distraído que cuasi se lleva por delante a nuestro abanderado, Spátola.
Bonfirraro, que es el chinche de los detalles, dijo que él no iba a tolerar que un impune desacatara el
estandarte y foto del Monstruo. Ahí nomás lo chumbó al Nene Tonelada, de apelativo Cagnazzo, para
que procediera. Tonelada, que siempre es el mismo, me soltó cada oreja, que la tenía enrollada como el
cartucho de los manises y, cosa de caerle simpático a Bonfirraro, le dijo al rusovita que mostrara un
cachito más de respeto a la opinión ajena, señor, y saludara a la figura del Monstruo. El otro contestó
con el despropósito que él también tenía su opinión. El Nene, que las explicaciones lo cansan, lo
arrempujó con una mano que si el carnicero la ve, se acabó la escasez de la carnasa y el bife de
chorizo. Lo rempujó a un terreno baldío, de esos que en el día menos pensado levantan una playa de
estacionamiento y el punto vino a quedar contra los nueve pisos de una pared senza finestra ni ventana.
De mientras los traseros nos presionaban con la comezón de observar y los de fila cero quedamos
como sangüche de salame entre esos locos que pugnaban por una visión panorámica y el pobre
quimicointas acorralado que, vaya usted a saber, se irritaba. Tonelada, atento al peligro, reculó para
atrás y todos nos abrimos como abanico dejando al descubierto una cancha del tamaño de un
semicírculo, pero sin orificio de salida, porque de muro a muro estaba la merza. Todos bramábamos
como el pabellón de los osos y nos rechinaban los dientes, pero el camionero, que no se le escapa un
pelo en la sopa, palpitó que más o menos de uno estaba por mandar in mente su plan de evasión.
Chiflido va, chiflido viene, nos puso sobre la pista de un montón aparente de cascote, que se brindaba al
observador. Te recordarás que esa tarde el termómetro marcaba una temperatura de sopa y no me vas
a discutir que un porcentaje nos sacamos el saco. Lo pusimos de guardarropa al pibe Saulino, que así
no pudo participar en el apedreo. El primer cascotazo lo acertó, de puro tarro, Tabacman, y le
desparramó las encías, y la sangre era un chorro negro. Yo me calenté con la sangre y le arrimé otro
viaje con un cascote que le aplasté una oreja y ya perdí la cuenta de los impactos, porque el bombardeo
era masivo. Fue desopilante; el jude se puso de rodillas y miró al cielo y rezó como ausente en su media
lengua. Cuando sonaron las campanas de Monserrat se cayó, porque estaba muerto. Nosotros nos
desfogamos un rato más, con pedradas que ya no le dolían. Te lo juro, Nelly, pusimos el cadáver hecho
una lástima. Luego Morpurgo, para que los muchachos se rieran, me hizo clavar la cortapluma en lo que
hacía las veces de cara.
Después del ejercicio que acalora me puse el saco, maniobra de evitar un resfrío, que por la parte baja
te representa cero treinta en Genioles. El pescuezo lo añudé en la bufanda que vos zurciste con tus
dedos de hada y acondicioné las orejas sotto el chambergolino, pero la gran sorpresa del día la vino a
detentar Pirosanto, con la ponenda de meterle fuego al rejunta piedras, previa realización en remate de
anteojos y vestuario. El remate no fue suceso. Los anteojos andaban misturados con la viscosidad de
los ojos y el ambo era un engrudo con la sangre. También los libros resultaron un clavo, por saturación
de restos orgánicos. La suerte fue que el camionero (que resultó ser Graffiacane), pudo rescatarse su
reloj del sistema Roskopf sobre diecisiete rubíes, y Bonfirraro se encargó de una cartera Fabricant, con
hasta nueve pesos con veinte y una instantánea de una señorita profesora de piano, y el otario Rabasco
se tuvo que contentar con un estuche Bausch para lentes y la lapicera fuente Plumex, para no decir
nada del anillo de la antigua casa Poplavsky.Presto, fordeta, quedó relegado al olvido ese episodio
callejero. Banderas de Boitano que tremolan, toques de clarín que vigoran, doquier la masa popular,
formidavel. En la Plaza de Mayo nos arengó la gran descarga eléctrica que se firma doctor Marcelo N.
Frogman. Nos puso en forma para lo que vino después: la palabra del Monstruo. Estas orejas la
escucharon, gordeta, mismo como todo el país, porque el discurso se transmite en cadena</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
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Pujato, 24 de noviembre de 1947.</div>
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Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-63003166752400884232019-02-03T16:22:00.002-08:002020-05-16T08:20:23.106-07:00El banquete Gombrowicz<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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<br /></div>
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<a href="http://www.bartleby.com.ar/category/cuento/">CUENTO</a></div>
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EL BANQUETE – WITOLD GOMBROWICZ</div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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Las sesiones del Consejo… las sesiones secretas del Consejo se desarrollaban en la oscuridad de la sala de los retratos, cuya autoridad multisecular superaba y anulaba hasta la misma autoridad del Gran Consejo. Desde la altura de los antiguos muros, los crepusculares retratos contemplaban, sordos y mudos, los rostros hieráticos de los dignatarios, quienes, a su vez, contemplaban la vetusta y descarnada figura del Gran Canciller y Ministro de Estado. Aquel anciano seco y poderoso habló secamente, como de costumbre, sin intentar de ningún modo ocultar su profunda alegría, invitó a los ministros y viceministros de Estado a solemnizar el histórico momento, poniéndose de pie. En efecto, después de largas y complicadas gestiones, tendrían lugar las nupcias del Rey con la archiduquesa Renata Adelaida Cristina. Renata Adelaida Cristina se hallaba ya en la Corte, y, al día siguiente, durante el banquete real, los prometidos (que hasta el momento sólo se conocían por fotografías) serían presentados… Aquella excelsa unión acrecentaría y multiplicaría hasta el infinito el prestigio y el poder de la Corona. ¡La Corona! ¡La Corona! Sin embargo, una terrible preocupación, una profunda inquietud, peor todavía, un terror manifiesto se mostraba en los rostros expertos e inteligentes de los ministros y de los viceministros de Estado, y algo informulado y dramático se ocultaba entre sus viejos y fatigados labios.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Inmediatamente después de un voto unánime del Consejo, el Canciller abrió el debate, cuya característica principal fue, sin embargo, el silencio, un silencio sordo y mudo. El Ministro del Interior fue el primero en pedir la palabra, pero cuando le fue concedida, comenzó a callar y no hizo sino callar durante todo el tiempo que duró su intervención… después de lo cual volvió a sentarse. Hizo después uso de la palabra el Ministro de la Corte Real, pero también él no hizo sino levantarse y callar todo lo que tenía que decir y volvió a sentarse. A continuación, muchos ministros pidieron la palabra: se levantaban, callaban, volvían a sentarse, mientras el silencio, el obstinado silencio del Consejo, multiplicado por el silencio de los retratos y el silencio de los muros, se hacía cada vez más poderoso. Las velas agonizaban. El inflexible canciller presidía el silencio. Las horas pasaban.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Cuál era la razón de ese silencio? Ninguno de los elevados funcionarios allí presentes hubiera podido, ni siquiera osado, formular un pensamiento, un pensamiento que se imponía con fuerza irresistible, y cuya expresión habría constituido ni más ni menos que un delito de lesa majestad. Y era por eso que todos callaban. En efecto, ¿cómo decir que el Rey… que el Rey era… oh, no… nunca, primero la muerte… que el Rey… ¡oh, no, ay, no!… que el Rey era venal? ¡Que el Rey se dejaba sobornar! Impúdica, insaciable, rapazmente, el Rey era venal… pero de una venalidad como la historia no había conocido otra hasta el momento. Sí, venal y corrupto, eso era el Rey. El Rey se vendía y vendía a puñados su propia Majestad.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
De pronto, los dos pesados batientes de la puerta esculpida se abrieron con estruendo para dejar pasar a la persona del Rey. Vestía el uniforme de general de la guardia, con la espada al flanco y un tricornio de gala en la cabeza. Los ministros se inclinaron profundamente ante el monarca, el cual colocó la espada sobre la mesa, se arrellanó en un sillón y contempló a los presentes con mirada astuta.</div>
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<br /></div>
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El Consejo de Ministros se transformó, por efecto mismo de la presencia del Rey, en Consejo de la Corona, y el Consejo de la Corona se preparó a escuchar las declaraciones del Rey. El soberano manifestó en primer lugar su satisfacción ante su próxima boda con la archiduquesa y su confianza absoluta en que su real persona sería capaz de conquistar el amor de la hija del Rey. De ninguna manera dejó de soslayar la gran responsabilidad que pesaba sobre sus hombros… Y mientras decía esas palabras hubo en la voz del Rey algo tan absolutamente venal que el Consejo de la Corona se estremeció en medio del completo silencio que reinaba en la sala.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No estamos en condiciones de ocultar —dijo el Rey— que para Nosotros la participación en el banquete de mañana constituye una dura prueba… Nos vemos obligados a hacer un serio esfuerzo para que Su Alteza la Archiduquesa reciba la mejor impresión… No obstante, estamos dispuestos a todo por el bien de la Corona, sobre todo si… si… ejem… ejem…</div>
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<br /></div>
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Los reales dedos tamborilearon la mesa, y aquel tamborileo adquirió una significación especial, mientras que la declaración misma del Rey asumía tonos más bien confidenciales. No cabía la sombra de una duda: el corrupto monarca deseaba una gratificación por participar en el banquete. Y, repentinamente, el Rey comenzó a quejarse de que los tiempos eran difíciles, no sabía cómo hacer frente a ciertos compromisos… y se rió… se rió y guiñó confidencialmente un ojo al Canciller… volvió a guiñar el ojo y a reírse, mientras le picaba con un dedo las costillas al anciano.</div>
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<br /></div>
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El anciano observaba al monarca en medio de un silencio profundo, podría uno decir petrificado, mientras éste reía, guiñaba el ojo y le picaba las costillas… y el silencio del anciano iba en aumento con el silencio de los retratos y el silencio de los muros. La risa del Rey se extinguió. En aquel momento el férreo anciano se inclinó ante el Rey e, imitando su gesto, se inclinaron también las cabezas de los ministros y se doblaron las rodillas de los viceministros de Estado. El poder de la reverencia del Consejo fue tremendo por su inesperada aparición en la sala silenciosa. Aquella reverencia golpeó al Rey en el propia pecho, le inmovilizó brazos y piernas, le devolvió la Realeza… al grado de que el pobre Gnulo gimió terriblemente en medio de la sala y trató una vez más de reír… pero la risa volvió a secarse en sus labios… En la inmovilidad de aquel silencio, el Rey se aterrorizó… y su terror fue profundo… pero finalmente logró huir del Consejo y de sí mismo, y su espalda envuelta en el uniforme de gala desapareció en la penumbra de un corredor.</div>
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<br /></div>
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En ese momento se escuchó un grito atroz y venal:</div>
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—¡Ya me la pagaréis! ¡Ya me la pagaréis!</div>
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<br /></div>
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Tan pronto como salió el Rey, el Canciller reabrió los debates y el silencio volvió a reinar en la sala del Gran Consejo. El Canciller, inflexible, presidía aquel silencio. Los ministros se levantaban y se sentaban. Las horas pasaban. ¿Qué hacer? ¿Cómo impedir que el Rey, furioso por no haber logrado la cantidad que deseaba, provocara un escándalo en pleno banquete? ¿Cómo defender al rey Gnulo? ¿Qué impresión produciría aquel miserable rey, infame y vergonzoso, sobre una archiduquesa extranjera, hija de emperadores, admitiendo que por un milagro el escándalo pudiera evitarse? Tales eran las dolorosas preguntas que el Consejo no podía formular, que rechazaba y vomitaba en silenciosas convulsiones entre las vetustas paredes del salón. Los ministros se levantaban y se sentaban… Sin embargo, cuando, a eso de las cuatro de la mañana, el Consejo, con voto unánime, ofreció su dimisión, el viejo timonel de la nave del Estado no la aceptó y pronunció las siguientes memorables palabras:</div>
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<br /></div>
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—Señores, es necesario constreñir al Rey en el Rey, encarcelar al Rey en el Rey… Debemos enclaustrar al Rey en el Rey.</div>
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<br /></div>
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Era indudable que la reputación de la Corona sólo podía salvarse de la catástrofe aterrorizando al Rey, llevando hasta sus últimas consecuencias la presión del esplendor, de la magnificencia, del ceremonial y de la Historia. En este espíritu emanaron las directivas del Gran Canciller y por esa misma razón el banquete que tuvo lugar al día siguiente, en la sala de los espejos, revistió todo el esplendor imaginable y rozó, como los golpes de una campana, las esferas sumibles, casi celestiales, de la magnificencia.</div>
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<br /></div>
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La archiduquesa Renata Adelaida Cristina fue introducida en la sala por el Gran Maestro de Ceremonias y Mariscal de la Corte, y tuvo que cerrar los ojos, deslumbrada por la augusta y secular luminosidad de aquel archibanquete. Linajes tan antiguos como la historia se fundían con discreta potencia en el nimbo hierático del clero, y éste a su vez giraba como ebrio en torno al candor de los respetables escotes que se movían con desenvoltura entre las espadas de los generales y los grupos de embajadores… mientras los espejos repetían hasta el infinito aquel esplendor. El murmullo de las conversaciones se dispersaba en la multiplicidad de perfumes. Cuando el rey Gnulo apareció en el salón y entrecerró los párpados cegado por el brillo que emanaba aquella atmósfera fue saludado por una gran exclamación de bienvenida… al mismo tiempo que la inclinación de los presentes le impidió la fuga, y el coro de cortesanos a sus espaldas le obligó a dirigir sus pasos hacia la archiduquesa, la cual, arrugando nerviosamente los encajes de su vestido, no podía dar crédito a sus propios ojos. ¿Así que aquél era el Rey, su futuro marido? ¿Aquel hombrecillo vulgar con cara de comerciante y mirada astuta de vendedor ambulante de fruta? Aquel pequeño comerciante, ¿cómo era posible? ¿Podía ser un gran rey aquél que se le acercaba entre dos vallas de genuflexiones? Cuando el Rey le tomó una mano, se estremeció de disgusto, pero en ese mismo instante el estruendo de los cañones y el repique de las campanas extrajeron de su pecho un suspiro de admiración. El Gran Canciller emitió un suspiro de alivio, multiplicado y repetido por los suspiros de todos los demás miembros del Consejo.</div>
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<br /></div>
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Apoyando su mano augusta, metafísica y sagrada en la empuñadura de la espada real, el Rey tendió la mano, poderosa y santificante, a la archiduquesa Renata Adelaida Cristina y la condujo a la mesa del banquete. Les siguieron los invitados, que conducían a sus damas en medio del brillo de sus condecoraciones y espadas.</div>
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<br /></div>
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¿Qué estaba ocurriendo? ¿De dónde procedía aquel sonido apenas perceptible y, sin embargo, traidor que llegaba a los oídos del Gran Canciller y de los otros miembros del Consejo? Tal vez se trataba de una ilusión auditiva, ¿o era más bien como si alguno de los presentes, sí, como si alguno de los presentes se divirtiera en hacer sonar unas monedas… en hacer sonar en sus bolsillos algunas pequeñas monedas de cobre? ¿Qué ocurría? Con mirada severa y glacial, el histórico anciano recorrió toda la asistencia para posarla en uno de los embajadores. Ni un solo músculo se movió en el rostro de éste, representante de una potencia enemiga que, con expresión de ironía en los delgados labios, daba el brazo a la princesa Bisancia, hija del marqués de Friulo… Pero de nuevo se oyó el sonido traidor, apenas perceptible, pero por todos los conceptos peligroso… Y el presagio de una traición, de una infame e innoble traición, de una conjura que se estuviera tramando en la sombra, se apoderó del ánimo histórico y dramático del Gran Canciller. ¿Se trataría de una conjura? ¿Se trataría de una traición?</div>
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<br /></div>
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El inicio del banquete fue anunciado con toques de trompeta, y su orden inapelable obligó a Gnulo a posar su vulgar trasero al borde del sillón real, y tan pronto como se hubo sentado se sentó toda la asamblea. Se sentaron, se sentaron, se sentaron los ministros, los generales, el clero y la corte. El Rey acercó la real mano al tenedor, lo tomó, y se llevó a la boca el primer bocado de carne y, al mismo tiempo, el Gobierno, la Corte, los generales, los sacerdotes se llevaron a la boca el primer bocado, mientras los espejos repetían hasta el infinito ese gesto. Atemorizado, Gnulo dejó de comer… pero entonces toda la Asamblea dejó de comer, y el acto de no comer se volvió aún más poderoso que el de comer… Para interrumpir cuanto antes esa situación, Gnulo se acercó a los labios una copa de vino… e inmediatamente todos levantaron las copas en un brindis estruendoso y mil veces repetido, en un brindis que explotó y permaneció suspendido en el aire… al que Gnulo respondió dejando su copa en el mantel. También los otros bajaron las copas. El Rey entonces volvió a tomar la copa. Y hubo otro brindis estruendoso. Gnulo dejó en la mesa la copa, pero, al ver que todos dejaban las copas, volvió a levantar la suya… y, una vez más, la Asamblea, elevando la copa, elevó hasta las nubes la dignidad del Rey entre el estruendo de las trompetas, el esplendor de los candelabros, los reflejos de los antiguos espejos. El Rey, aterrorizado, bebió otro sorbo.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El sonido traidor… el tintineo ligero, apenas perceptible, característico de las monedas en el bolsillo… llegó una vez más a los oídos del Gran Canciller y de los miembros del Consejo. El ilustre anciano posó nuevamente su mirada inmóvil y escrutadora sobre el rostro convencional del embajador de la potencia enemiga… y una vez más, y con mayor fuerza aún, se oyó el sonido traidor. Era evidente que alguien quería comprometer al Rey y desprestigiar el banquete, que alguien trataba así de instigar la patológica avidez del monarca. El tintineo traidor volvió a oírse, y con tal claridad que también lo oyó Gnulo… la serpiente de la rapacidad apareció en su rostro vulgar de mercachifle.</div>
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¡Infamia! ¡Horror! El ánimo del Rey se obstinaba de tal manera en su mezquindad, era de tal modo bellaco y trivial que no se dejaba tentar por las grandes sumas, sino por las pequeñas; la calderilla podía conducirlo hasta el fondo del Averno: ¡Oh, monstruosa paradoja, no era tanto la corrupción la que corroía al Rey, como las propinas! Sí, las propinas ejercían sobre él la misma fascinación irresistible que un hermoso hueso sobre un perro. Toda la sala se paralizó a la espera. Una vez oído aquel sonido tan dulce como tan conocido, el rey Gnulo dejó la copa y, olvidando de golpe todo lo que le rodeaba, en su ilimitada imbecilidad, se relamió suavemente… ¡Suavemente! Eso fue lo que a él le pareció. El que el Rey se relamiera sentó como una bomba a los comensales rojos de vergüenza</div>
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La archiduquesa Renata Adelaida emitió un sofocado gemido de repulsión. La mirada de los miembros del Gobierno, de la Corte, de los generales y de los sacerdotes se dirigió hacia la figura del anciano, quien desde hacía muchos años conducía con sus manos yertas el timón del Estado. ¿Qué hacer? ¿Cómo comportarse?</div>
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<br /></div>
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Entonces vieron salir heroica, lentamente, de los pálidos labios de aquel hombre notable una vieja y estrecha lengua. El Canciller se había lamido los labios. ¡Se había relamido el Canciller del Reino!</div>
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Por un instante el Consejo luchó contra el desmayo, pero al final aparecieron las lenguas de los ministros, y después de ellas las de los obispos, las lenguas de las condesas, las de las marquesas… y todos se relamieron de un extremo al otro de la mesa, en medio del misterioso esplendor de los cristales. Los espejos repitieron ese acto hasta el infinito, bañándolo de reflejos glaciales.</div>
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El Rey, enfurecido al ver que nada le estaba permitido, ya que todo lo que hacía era de inmediato imitado, empujó violentamente la mesa y se levantó. Pero también se levantó el Gran Canciller y, tras el Gran Canciller, se levantaron todos los demás.</div>
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<br /></div>
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El Gran Canciller, en efecto, no tenía ya ninguna duda tras tomar la decisión cuya increíble audacia pulverizó todas las conveniencias sociales. Al comprender que no podría ocultar a Renata Adelaida Cristina la verdadera naturaleza del Rey, el Gran Canciller decidió lanzar abiertamente a todos los invitados al banquete en una lucha por la salvación de la Corona. No quedaba otro remedio… los invitados debían repetir inexorablemente no sólo aquellos actos del Rey que se prestaran a la emulación, sino precisamente todos los que no admitían imitación. Sólo de esa manera podían convertir sus gestos en archigestos, y esa violencia sobre la persona del Rey se convirtió en algo necesario e indispensable. Porla misma razón, cuando el enfurecido Gnulo golpeó la mesa con el puño, rompiendo dos platos, el Canciller, sin la más mínima duda, rompió dos platos y todos los demás rompieron dos platos como si se tratara de honrar a Dios. ¡Y sonaron las trompetas! ¡Los invitados estaban a punto de ganar al Rey! El Rey, encadenado, volvió a dejarse caer en la silla y permaneció en ella en silencio, mientras los invitados permanecían a la expectativa de cualquier gesto suyo. Algo increíble, algo fantástico nacía y moría entre las exhalaciones de esa intensa convivencia.</div>
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<br /></div>
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El Rey se puso de pie. Todos los invitados se pusieron de pie. El Rey dio unos pasos, los comensales también. El Rey comenzó a deambular, los comensales comenzaron a deambular. Y, en aquel deambular, en ese caminar monótono e interminable, se alcanzaron alturas tan grandiosas del archideambular que Gnulo, repentinamente mareado, lanzó un alarido y, con los ojos inyectados de sangre, se derrumbó sobre la archiduquesa y, sin saber qué hacer, comenzó a estrangularla lentamente ante la Corte entera.</div>
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<br /></div>
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Sin dudarlo un instante, el timonel del Estado se dejó caer sobre la primera dama que encontró a mano y comenzó a estrangularla. Los otros invitados siguieron su ejemplo. Y el archiestrangulamiento repetido por multitud de espejos se liberaba de todos los infinitos y crecía, crecía, crecía… hasta que la estrangulación cesó… ¡Y de esa manera el banquete rompió los últimos lazos que lo unían con el mundo normal y se liberaba de cualquier control humano!</div>
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La archiduquesa cayó al suelo… muerta. Cayeron también muchas damas estranguladas. La inmovilidad, una horrorosa inmovilidad multiplicada por los espejos, absolutamente silenciosa, comenzó a crecer y a crecer…</div>
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Crecía. Crecía sin tregua y se multiplicaba en los océanos de la quietud, entre las inmensidades del silencio, y reinaba, la archiinmovilidad en persona, la quintaesencia de lo inmóvil que, al descender a la Tierra, se imponía y reinaba…</div>
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Fue entonces cuando el Rey se dio a la fuga.</div>
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Gesticulando, presa de un pánico indecible, con las dos manos en el culo, el Rey comenzó a huir, corrió hacia la puerta, con la obsesión de dejar tras de sí, muy atrás, todo aquel archirreino. Los invitados advirtieron que el Rey, su Rey, escapaba… ¡Un instante más, y el Rey habría huido! Observaban todo lo que estaba ocurriendo con estupefacción, pues ellos no tenían derecho a detener a un rey… al Rey. ¿Quién podía atreverse a hacer uso de la fuerza para detener al Rey?</div>
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<br /></div>
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—¡Sigámosle! —gritó el anciano—. ¡Sigámosle! ¡Tras él!</div>
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<div style="text-align: justify;">
El aire frío de la noche golpeó las mejillas de los dignatarios, mientras corrían por la explanada del castillo. El Rey huía por la carretera, le seguía muy cerca el Gran Canciller, y todos los invitados corrían a sus talones. Y entonces el archigenio de aquel estadista se reveló una vez más en todo su archipoder… en efecto, LA IGNOMINIOSA HUIDA DEL REY SE TRANSFORMÓ EN UNA CARGA DE INFANTERÍA, y ya no se sabía si EL REY HUÍA, O si EL REY DIRIGÍA EL ASALTO. ¡Oh, las aladas colas de los embajadores, las túnicas violeta o escarlata de los prelados, las chaquetas negras de los ministros, las ropas de etiqueta de los grandes señores, oh, qué galope, qué archigalope de tantos dignatarios! Los ojos de la plebe jamás habían visto nada semejante. ¡Los magnates, los latifundistas, los descendientes de las estirpes más gloriosas galopaban junto a los oficiales del Estado Mayor, cuyo galope se unía al de los ministros todopoderosos, al de los mariscales y chambelanes, y al galope desenfrenado de algunas grandes damas de la Corte! ¡Oh, qué carrera, qué archicarrera de mariscales, de chambelanes, la carrera de los ministros, el galope de los embajadores en medio de la noche tenebrosa, bajo las luces de las lámparas, bajo la bóveda del cielo! Los cañones del castillo dispararon. <b>¡Y el Rey se lanzó a la carga!</b></div>
<div style="text-align: justify;">
<b><br /></b></div>
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<b>Y archicargando a la cabeza de su archiescuadrón, el archirrey archicargó en las tinieblas de la noche.</b></div>
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Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-18736546264586777182019-02-03T16:20:00.001-08:002020-04-06T17:18:11.697-07:00El libro del amante demasiado puntilloso, Alberto Manguel <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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DEL LIBRO EL AMANTE DEMASIADO PUNTILLOSO – ALBERTO MANGUEL</div>
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Para Vasanpeine, ver ese cuerpo esférico en una desnudez casi total y no poder (ni querer) distinguir si pertenecía a un hombre o a una mujer, a una persona joven o mayor, fue el paso último y revelador de su gradus ad parnassum. Hasta ese punto, cada acto de descubrimiento, cada momento de contemplación, se concentraba en un segmento particular y con frecuencia azaroso de un todo incierto, un elemento al que él investía de significado mediante una relación emocional con los rasgos propios y limitados de ese mismo elemento, separándolo de la tiránica noción de totalidad, revirtiendo el proceso de desposeimiento implícito en todo organismo viviente, que siempre prefiere el conjunto colectivo al rasgo individual. En cambio, aparecía allí una criatura que era a la vez el todo y los detalles, la suma de las partes y un ser singular, coherente y mónada. Ya no había necesidad de atravesar ninguna constelación compleja para concentrarse en un segmento atractivo, un pedacito excitante. Aquella criatura autosuficiente era fragmentaria y completa, gradual e indivisible. Vasanpeine jamás había visto algo igual. Se sintió dominado íntegramente por el amor. Siguió mirando como en un trance. Apretó el botón. El obturador parpadeó.</div>
</div>
Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-48342176898351736282019-02-03T16:15:00.000-08:002020-05-16T08:30:03.837-07:00Muchacha Punk - Rodolfo Fogwill<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<h1 style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, Utopia, "Palatino Linotype", Palatino, serif; font-size: 15px; font-weight: 500; line-height: 1.2em; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: center;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "palatino"; font-size: small; line-height: 1.5em; margin: 0px; padding: 0px;">MUCHACHA PUNK</span></h1>
<h1 style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, Utopia, "Palatino Linotype", Palatino, serif; font-size: 15px; font-weight: 500; line-height: 1.2em; margin: 0px 0px 20px; padding: 0px; text-align: center;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "palatino"; font-size: small; margin: 0px; padding: 0px;">(cuento)</span></h1>
<h1 style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 39px; font-weight: 500; line-height: 1.2em; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: center;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "palatino"; font-size: small; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;">Rodolfo Fogwill</span></span></h1>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;"><b>En diciembre de 1978 hice el amor con una muchacha punk. </b>Decir <b>“</b>hice el amor” es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que “hicimos” ella y yo, no eran el amor y ni siquiera –me atrevería hoy a demostrarlo–, eran un amor: eran eso y solo eso eran. Lo que interesa en esta historia es que la muchacha punk y yo nos “acostamos juntos”.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 0px; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; font-size: 16px; margin: 0px; padding: 0px;">Otro decir, porque todo habría sido igual si no hubiésemos renunciado a nuestra posición bípeda, –integrando eso (¿el amor?) al hábitat de los sueños: la horizontal, la oscuridad del cuarto, la oscuridad del interior de nuestros cuerpos; eso.</span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Primera decepción del lector: en este relato soy varón. Conocí a la muchacha frente a una vidriera de Marble Arch. Eran las diez y treinta, el frío calaba los huesos, había terminado el cine, ni un alma por las calles. La muchacha era rubia: no vi su cara entonces. Estaba ella con otras dos muchachas punk. La mía, la rubia, era flacucha y se movía con gracia, a pesar de su atuendo punk y de cierto despliegue punk de gestos nítidamente punk. El frío calaba los huesos, creo haberlo contado. Marcaban dos o tres grados bajo cero y el helado viento del norte arañaba la cara en Oxford Street y en Regent Street. Los cuatro –yo y aquellas tres muchachas punk– mirábamos esa misma vidriera. En el ambiente cálido que prometía el interior de la tienda, una computadora jugaba sola al ajedrez. Un cartel anunciaba las características y el precio de la máquina: 1.856 libras. Ganaban blancas, el costado derecho de la máquina. Las negras habían perdido iniciativa, su defensa estaba liquidada y acusaban la desventaja de un peón central.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Blancas venían atacando con una cuña de peones que protegía su dama, repantigada en cuatro torre rey. Cuando las tres muchachas se acercaron era turno de negras. Negras dudaron quince según dos o tal vez más; era la movida 116 o 118, y los mirones –nadie a esas horas, por el frío–, habrían podido recomponer la partida porque una pequeña impresora venía reproduciendo el juego en código de ajedrez, y un gráfico, que la máquina componía en su pantalla en un par de segundos, mostraba la imagen del tablero en cada fase previa del desenvolvimiento estratégico del juego. Las muchachas hablaron un slang que no entendí, se rieron, y sin prestarme la menor atención siguieron su camino hacia el oeste, hacia Regent Street. A esas horas, uno podía mirar todo a lo largo de la ciudad arrasada por el frío sin notar casi presencia humana, salvo las tres muchachas yéndose.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Cerca de Selfridges alguien debía esperar un ómnibus, porque una sombra se coló en la garita colorada de esperar ómnibus y algún aliento había nublado los cristales. Quizás el humano se hallase contra el vidrio, frotándose las manos, escribiendo su nombre –garabateando un corazón o el emblema de su equipo de fútbol; quizá no.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Confirmé su existencia poco después, cuando un ómnibus rumbo a Kings Road se detuvo y alguien subió. Al pasar frente a nuestra vidriera, semivacío, pude ver que la sombra de la garita se había convertido en una mujer viejísima, harapienta, que negociaba su boleto.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Pocos autos pasaban. La mayoría taxis, a la caza de un pasajero, calefaccionados, lentos, diesel, libres. Pocos autos particulares pasaban; Daimlers, Jaguars, Bentleys. En sus asientos delanteros conducían hombres graves, maduros, sensibles a las intermitentes señales de tránsito.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">A sus izquierdas, mujeres ancestrales, maquilladas de party o de ópera, parecían supervisarlos. Un Rolls paró frente a mi vidriero de Selfridges y el conductor echó un vistazo a la computadora (ensayaba la jugada 127, turno de blancas), y dijo algo a su mujer, una canosa de perfil agrio y aros de brillantes. No pude oírlo: las ventanillas de cristal antibalas de estos autos componen un espacio hermético, casi masónico: insondable.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Poco después el Rolls se alejó tal como había llegado y en la esquina de Glowcester Street vaciló ante el semáforo, como si coqueteara con la luz verde que recién se prendía. Prime</span></span></span><span style="font-family: georgia, "times new roman", serif; font-size: 12pt;">ra<b> </b>decepción del narrador</span><span style="font-family: georgia, "times new roman", serif; font-size: 12pt;">: la computadora decretó tablas en la movida 147. Si yo fuese blancas, cambiando caballo por torre y amenazando jaque en descubierto, reclamaría a negras una permuta de damas favorable, dada mi ventaja de peones y mi óptima situación posicional. Me fui con rabia: había dormido toda la tarde de aquel viernes y era temprano para meterme en el hotel.</span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">El frío calaba los huesos. Traía bajo los jeans un polar–suit inglés que había comprado para un amigo que navega a vela en Puerto Belgrano y decidí estrenarlo aquella noche para ponerlo a prueba contra el frío atroz que anunciaba la BBC.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Sentía el cuerpo abrigado, pero la boca y la nariz me dolían de frío. Las manos, en los hondos bolsillos de la campera de duvet, temían tanto un encuentro con el aire helado que me obligaron a resistir a la feroz jauría de ganas de fumar, que aullaba y se agitaba detrás de la garganta, en mi interior. En mi exterior, las orejas estaban desapareciendo: tarde o temprano serían muñones, o sabañones, si no las defendía; intenté guarecerlas con las solapas de mi campera. Sin manos, llevaba las puntitas de las solapas entre los dientes y así, mordiente y frío, entré a un taxi que olía a combustible diésel y a sudor de chofer, y una vez instalado en el goce de aquel tufo tibión, nombré una esquina del Soho y prendí un cigarrillo.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Afuera, nadie. El frío calaba los huesos. El inglés, adelante, manejando, era una estatua llena de olor y sueño. Antes de bajar, verifiqué que hubiesen taxis por la zona; vi varios. Pagué con un papel y solo después de recibir el cambio abrí mi puerta. El aire frío me ametralló la cara y la papada se me heló, pues las solapas, chorreadas de saliva, habían depositado sobre mi piel una leve película de baba, que ahora me hería con sus globitos quebradizos de escarcha.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Vi poca gente en el barrio chino de Londres: como siempre, algunos árabes y africanos salían rebotando de los tugurios porno. En una esquina, un grupo de hombres –obreros, pinches de vigilancia, tal vez algunos desgraciados sin hogar se ilusionaban alrededor de un fueguito de leñas y papeles improvisado por un negro del kiosco de diarios. Caminé las tres o cuatro cuadras del barrio que sé reconocer y como no encontré dónde meterme, en la esquina de Charing Cross abrí la puerta trasera izquierda de un taxi verde, subí, di el nombre de mi hotel, y decidí que esa noche comería en mi cuarto una hamburguesa muy condimentada y una ensalada bien salada para fortalecer la sed que tanto se merece la cerveza de Irlanda. ¡Lástima que la televisión termine tan temprano en Londres! Miré el reloj: eran las once; quedaba apenas media hora de excelente programación británica.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Conté del frío, conté del polar–suit. Ahora voy a contar de mí: el frío, que calaba los huesos, desalentaba a cualquier habitante y a cualquier visitante de la antigua ciudad, pues era un frío de lontananza inglesa, un frío hecho de tiempo y de distancia y –¿por qué no?– hecho también de más frío y de miedo, y era un frío ártico y masivo, resultante de la ola polar que venía siendo anunciada y promovida durante días en infinitos cortes informativos de la radio y la televisión. En efecto, la radio y la televisión, los diarios y las revistas y la gente, los empleados y los vendedores, los chicos del hotel y las señoras que uno conoce comprando discos –todos no hablaban sino de la ola de frío y de la asombrosa intensidad que había alcanzado la promoción de la ola de frío que calaba los huesos.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Yo soy friolento, normalmente friolento, pero jamás he sido tan friolento como para ignorar que la campaña sobre el frío nos venía helando tanto, o más aún, que la propia ola de frío que estaba derramándose sobre la semiobsoleta capital.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Pero yo estaba ya en la calle, no tenía ganas de volver a mi hotel y necesitaba estar en un lugar que no fuese mi cuarto, protegido del frío y protegido cuidadosamente de cualquier referencia al frío. Entonces vi, dos cuadras antes del hotel, un local que días atrás me había llamado la atención. Era una pizzería llamada The Lulu, que no existía en oportunidad de mi último viaje.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Yo recordaba bien aquel lugar porque había sido la oficina de turismo de Rumania en la que alguna vez hice unos trámites para mis clientes italianos.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Desde el taxi leí el cartel que probaba que el boliche permanecía abierto, vi clientes comiendo, noté que la decoración era mediocre pero honesta, y de las mesas y las sillas de mimbre blanco induje una noción de limpieza prometedora.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Golpeé los vidrios del chofer, pagué 60 pence, bajé del auto y me metí en la pizzería.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Era una pizzería de españoles, con mozos españoles, patrones españoles y clientes españoles que se conocían entre sí, pues se gritaban –en español–, de mesa a mesa, opiniones españolas, y frases españolas. Me prometí no entrar en ese juego y en mi mejor inglés pedí una pizza de espinaca y una botella chica de vino Chianti. El mozo, si ya había padecido un plazo razonable de exilio en Londres, me habrá supuesto un viajero del continente, o un nativo de una colonia marginal del Commonwealth, tal vez un malvinero.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Yo traía en el bolsillo de la campera la edición aérea del diario La Nación, pero evité mostrarla para no delatar mi carácter hispano–parlante. El Chianti –embotellado en Argelera delicioso: entre él y el aire tibio del local se estableció una afinidad que en tres minutos me redimió del frío.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Pero la pizza era mediocre, dura y desabrida. La mastiqué feliz, igual, leyendo mis recortes del Financial Times y la revista de turismo que dan en el hotel. Tuve más hambre y pedí otra pizza, reclamando que le echasen más sal. Esta segunda pizza fue mejor, pero el mozo me había mirado mal, tal vez porque me descubrió estudiando sus movimientos, perplejo a causa de la semejanza que puede postularse en un relato entre un mozo español de pizzería inglesa, y cualquier otro mozo español de pizzería de París, o de Rosario. He elegido Rosario para no citar tanto a Buenos Aires. Querido.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Masqué la pizza número dos analizando la evolución de los mercados de metales en la última quincena; un disparate. Los precios que la URSS y los nuevos ricos petroleros seguían inflando con su descabellada política de compras no auguraban nada bueno para Europa Occidental. Entonces aparecieron las tres muchachas punk. Eran las mismas tres que había visto en Selfridges. La mía eligió la peor mesa junto a la ventana; sus amigotas la siguieron. La gorda, con sus pelos teñidos color zanahoria, se ubicó mirando hacia mi mesa. La otra, de estatura muy baja y con cara de sapo, tenía pelos teñidos de verde y en la solapa del gabán traía un pájaro embalsamado que pensé que debía ser un ruiseñor. Me repugnó. Por fortuna, la fea con pájaro y cara de sapo se colocó mirando hacia la calle, mostrándome tan solo la superficie opaca de la espalda del grasiento gabán. La mía, la rubia, se posó en su sillita de mimbre mirando un poco hacia la gorda, un poco hacia la calle: yo solo podía ver su perfil mientras comía mi pizza y procuraba imaginar cómo sería un ruiseñor.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Un ruiseñor: recordé aquel soneto de Banchs.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">El otro tipo también decía llamarse Banchs y era teniente de corbeta o fragata. Era diciembre; lo había cruzado muchas veces durante el año que estaba terminando. Esa misma mañana, mientras tomaba mi café, se había acercado a hablarme de no sé qué inauguración de pintores, y yo le mencioné al poeta, y él, que se llamaba Banchs juró que oía nombrar al tal Enrique Banchs por primera vez en su vida. Entonces comprendí por qué el teniente desconocía la existencia de los polar–suit (al ver mi paquetito con el Helly Hansen, se había asombrado) y también entendí por qué recorría Europa derrochando sus dólares, tratando de caerle simpático a todos los residentes argentinos y buscando colarse en toda fiesta en la que hubiese latinoamericanos. Fumaba Gitanes también en esto se parecía al Nono.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Jamás vi un ruiseñor. Estaba por terminar la pizza y desde atrás me vino un vaho de musk.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Miré. La más fea de las gallegas de la mesa del fondo estaba sentándose. Vendría del baño; habría rociado todo su horrible cuerpo con un vaporizador de Chanel, de Patou, o de –alguna marquita de esas que ahora le agregan musk a todos sus perfumes. ¿Cómo sería el olor de mi muchacha punk? Yo mismo, como el tal Banchs, me había condenado a averiguar y averiguar; faltaba bien poco para finiquitar la pizza y el asuntito de las cotizaciones de metales. Pero algo sucedía fuera de mi cabeza.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Los dueños, los mozos y los otros parroquianos, en su totalidad o en su mayoría españoles, me miraban. Yo era el único testigo de lo que estaban viendo y eso debió aumentar mi valor para ellos.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Tres punks habían entrado al local, yo era el único no español capaz de atestiguar que eso ocurría, que no las habían llamado, que ellos no eran punk y que no había allí otro punk salvo las tres muchachas punk y que ningún punk había pisado ese local desde hacía por lo menos un cuarto de hora. Solo yo estaba para testimoniar que la mala pizza y el excelente vino del local no eran desde ningún punto de vista algo que pudiera considerarse punk. Por eso me miraban, para eso parecían necesitarme aquella vez.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Trabado para mirar a mi muchacha –pues la forma de la de pájaro embalsamado y cara de sapo la tapaba cada vez más– me concentré sobre mi pizza y mi lectura desatendiendo las miradas cómplices de tantos españoles. Al terminar la pizza y la lectura, pedí la cuenta, me fui al baño a pishar y a lavarme las manos y allí me hice una larga friega con agua calentísima de la canilla. Desde el espejo, miré contento cómo subían los tonos rosados de los cachetes y la frente reales. Habían vuelto a nacer mis orejas; fui feliz.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Al volver, un rodeo injustificable me permitió rozar la mesa de las muchachas y contemplar mejor a la mía: tenía hermosos ojos celestes casi transparentes y el ensamble de rasgos que más irte gusta, esos que se suelen llamar “aristocráticos”, porque los aristócratas buscan incorporarlos a su progenie, tomándolos de miembros de la plebe con la secreta finalidad de mejorar o refinar su capital genético hereditario. ¡Florecillas silvestres! ¡Cenicientas de las masas que engullirán los insaciables cromosomas del señor! ¡Se inicia en vuestros óvulos un viaje a la porvenir soñado en lo más íntimo del programa genético del amo). Es sabido, en épocas de cambio, lo mejor del patrimonio fisiognómico heredable (esas pieles delicadas, esos ojos transparentes, esas narices de rasgos exactos “cinceladas” bajo sedosos párpados y justo encima de labios y de encías y puntitas de lengua cuyo carmín perfecto titila por el inundo proclamando la belleza interior del cuerpo aristocrático) se suele resignar a cambio de un campo en Marruecos, la mayoría accionaria del Nuevo Banco tal, una Acción heroica en la guerra pasada o un Premio Nacional de Medicina, y así brotan narices chatas, ojos chicos, bocas chirlonas y pieles chagrinadas en los cuerpitos de las recientes crías de la mejor aristocracia, obligando a las familias aristocráticas o recurrir a las malas familias de la plebe en busca de buena sangre piara corregir los rasgos y restablecer el equilibrio estético de las generaciones que catapultarán sus apellidos y un poco de ellas mismas, a vaya a saber uno dónde en algún improbable siglo del porvenir.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">La chica me gustó. Vestía un traje de hombre holgado, tres o más números mayor que su talle.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">De altura normal, no pesaría más de 44 kilos. su piel tan suave (algo de ella me recordó a Grace Kelly, algo de ella me recordó a Catherine Deneuve) era más que atractiva para mí. Calzaba botitas de astracán perfectas, en contraste con la rasposa confección de su traje de lana. Una camisa de cuello Oxford se le abría a la altura del busto mostrando algo que creí su piel y comprobé después que era una campera de gimnasta. Ella, a mí, ni me miró.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Pero en cambio, su amiga, la más gorda, la del pelo teñido color naranja, venía emitiendo una onda asaz provocativa. No quise sugerir sexual: provocativo, como buscando riña, como buscando o planificando un ataque verbal, como buscando tina humillación, como ella misma habría mirado a un oficial de la policía inglesa. Así mirábame la gorda de pelo zanahoria. La mía, en cambio no me miraba. Pero. . .</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Tampoco miraba a sus acompañantes. Miraba hacia la calle vacía de transeúntes, con las pupilas extraviadas en el paso del viento. Así me dije: “se pierde su mirada pincelando el frío viento de Oxford Street”. Era etérea. Esa nota, lo etéreo, es la que mejor habría definido a mi muchacha para mí, de no mediar aquellas actitudes punk y los detalles punk, que lucía, punk, como al descuido, negligentemente punk, ella. Por ejemplo: fumaba cigarrillos de hoja; los tomaba con el gesto exultante de un europeo meridional, pitaba fuerte el humo y lo tiraba insidiosamente contra el cristal de la vidriera. Al pasar por su mesa había visto en sus manos una mancha amarilla, azafranada, de alquitrán de tabaco. ¡Y jamás vi manitas sucias de alquitrán de tabaco como las de mi muchachita punk! El índice, el mayor y el anular de su derecha, desde las uñas hasta los nudillos, estaban embebidos de ese amarillo intenso que solo puede conseguir algún gran fumador para la primer falange del dedo índice, tras años de fumar y fumar evitando lavados. Me impresionó. Pero era hermosa, tenía algo de Catherine Deneuve y algo de Isabelle Adjani que en aquel momento no pude definir: me estaba confundiendo. Pagué la cuenta, eché las rémoras de mi botella de Chianti en la copa verde del restaurante, y copa en mano –so british–, como si fuese un parroquiano de algún pub confianzudo, me apersoné a la mesa de las muchachas punk asumiendo los riesgos. Antes de partir había calculado mi chance: una en cinco, una en diez en el peor de los casos; se justificaba. voy a contarlo en español: –¿Puedo yo sentarme? Las tres punk se miraron. La gorda punk acariciaba su victoria: debió creer que yo bajaba a reclamar explicaciones por sus miradas punk provocativas. Para evitar un rápido rechazo me senté sin esperar respuestas. Para evitar desanimarme eché un trago de vino a mi garguero. Para evitar impresionarme miré hacia arriba, expulsando de mi campo visual al pajarito embalsalmado. La gorda reía. La punk mía miró a la del pelo verde, miró a la gorda, sopló el humo de su cigarro contra la nada, no me miró, y sin mirarme tomó un sorbito de aquella mezcla de Coca Cola y Chianti que estuvo preparando en la página anterior, pero que yo, con esta prisa por escribirla, había olvidado registrar. Habló la punk con pájaro</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–¿Qué usted quiere? </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Nada, sentarme… Estar aquí como una sustancia de hecho… –dije en cachuzo inglés.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;"> Sin duda mi acento raro acicateó los deseos de saber de la gorda: –¿Dónde viene usted de…? –ladró.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;"> La pregunta era fuerte, agresiva, despectiva.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–De Sudamérica… Brasil y Argentina –dije, para ahorrarles una agobiante explicación que llenaría el relato de lugares comunes. Me preguntaba si era inglés: se asombraba “¿Cómo puede venir uno de Brasil y Argentina sin ser británico?”, imaginé que habría imaginado ella.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">¿Sería un inglés? </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–No. Soy sudamericano, lamentado –dije.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Gran campo Sudamérica –se ensañaba la gorda.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Sí: lejos. Así, lejos. Regresaré mes próximo –le respondí.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Oh sí… Yo veo dijo la gorda mirando fijo a la cara de sapo que hamacó su cabeza como si confirmase la más elaborada teoría del universo. Entonces habló por vez primera y solo para mí mi Muchacha Punk. Tenía voz deliciosa y tímbrica en este párrafo: </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–¿Qué usted hace aquí? –quiso saber su melodía verbal.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Nada, paseo –dije, y recordé un modelo que siempre marchó bien con beatniks y con hippys y que pensé que podía funcionar con punks. Lo puse a prueba: –Yo disfruto conocer gente y entonces viajo… Conocer gente, ¿Me entiende?… Viajar… Conocer… ¡Gente!.. ¿Eh.? ¡Ah..! ¡Así..! ¡Gente..!</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Funcionó: la carita de mi Muchacha Punk se iluminaba. </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Yo también amo viajar –fue desgranando sin mirarme–. Conozco África, India y los Estados (se refería a USA). Yo creo que yo conozco casi todo. ¡Yo no nunca he ido yo a Portugal! ¿Cómo es Portugal? –me preguntó.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Compuse un Portugal a su medida: </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Portugal es lleno de maravilla… Hay allí gente preciosamente interesante y bien buena. Se vive una ola en completo distinta a la nuestra…</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">“seguí así, y ella se fue envolviendo en mi relato. Lo percibí por la incomodidad que comenzaban a mostrar sus punks amigas. Lo confirmé por esa luz que vi crecer en su carita aristocráticamente punk. Susurraba ella: </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Una vez mi avión tomó suelo en Lisboa y quise yo bajar, pero no permitieron –dijo–: Encuentro que la gente del aeropuerto de Lisboa son unos cerdos sucios hijos de perra. ¿Es no, eso …Lisboa, Portugal?–. La duda tintineaba en su voz.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Sí –adoctriné, pero en todos los aeropuertos son iguales: son todos piojosos malolientes sucios hijos de perra.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Como los choferes de taxi, así son –me interrumpió la gorda, sacudiendo el humo de su Players.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Como los porteros del hotel, sucios hijos de perra –concedió la pajarófora gorda cara de sapo, quieta.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Como los vendedores de libros –dijo la mía –¡Hijos de una perra!–. Y flotaba en el aire, etérea.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Sí, de curso –dije yo, festejando el acuerdo que reinaba entre los cuatro. Entonces ocurrió algo imprevisto; la de pelo verde habló a la gorda: </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Deja nosotros ir, dejemos a estos trabajar en lo suyo, eh… –y desenrolló un billete de cinco libras, lo apoyó en el platillo de la cuenta, se paró y se marchó arrastrando en su estela a la cara de sapo. Bien había visto yo que ellas habían con sumido diez o quince libras, pero dejé que se borraran, eso simplificaba la narración.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Bay, Borges –me gritó la cara de sapo desde la vereda, amagando sacar de su cintura una inexistente espadita o un puñal; entonces yo me alegré de ver tanta fealdad hundiéndose en el frío, y me alegré aún más, pensando que asistía a otra prueba de que el prestigio deportivo de mi patria ya había franqueado las peores fronteras sociales de Londres. Pregunté a mi muchacha por qué no las había saludado: –Porque son unas cerdas sucias hijas de perra.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">¿Ve? –dijo mostrándome los billetitos de cinco libras que iba sacando de su bolsillo para completar el pago de la cuenta. Asentí.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Como un cernícalo, que a través de las nubes más densas de un cielo tormentoso descubre los movimientos de su pequeña presa entre las hierbas, atraído por el fluir de las libras, un mozo muy gallego brotó a su lado, frente a mí. Guiñó un ojo, cobró, recibió los pocos pennies de propina que mi muchacha dejó caer en su platillo, y yo pedí otra botella de Chianti y dos de Coke y ella me devolvió un hermoso gesto: abrió la boca, frunció un poquito la nariz, alzó la ceja del mismo lado y movió la cabeza como queriendo devolver la pelota a alguien que se la habría lanzado desde atrás.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Conjeturé que sería un gesto de acuerdo. Poco después, su manera golosa de beber la mezcla de vino y Coca Cola, acabó de confirmándome aquella presunción de momento: todo había sido un gesto de acuerdo.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Me contó que se llamaba Coreen. Era etérea: al promediar el diálogo sus ojos se extraviaban siguiendo tras la ventana de la pizzería española de Graham Avenue al viento de la calle. Tomamos dos botellas de Chianti, tres de Coke. Ella mezclaba esos colores en mi copa. Yo bebía el vino por placer y la Coke por la sed que habían provocado la pizza, el calor del local y este mismo deseo de averiguar el desenlace de mi relato de la Muchacha Punk. La convidé a mi hotel. No quiso. Habló: </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Si yo voy a tu hotel, tendrás que a ellos pagar mi permanencia. Es no sentido –afirmó y me invitó a su casa. Antes de salir pagamos en alícuotas todo lo bebido; pero yo necesito hablar más de ella. Ya escribí que tenía rasgos aristocráticos. A esa altura de nuestra relación (eran las 12.30, no había un alma en la calle, el frío inglés del relato, calaba, los huesos, argentinos, del narrador), mi deseo de hacerla mía se había despojado de cualquier snobismo inicial. Mi Muchacha –aristocrática o punk, eso ya no importaba–, me enardecía: yo me extraviaba ya por ese ardor creciente, ya era un ciego, yo. Yo era ya el cuerpo sin huellas digitales de un ahogado que la corriente, delatora, entra boyando al fiord donde todo se vuelve nada. Pero antes, cuando la vi frente a mi vidriera de Selfridges había notado detalles raros, nítidamente punk, en su tenue carita: su mejilla izquierda estaba muy marcada, no supe entonces cómo ni por qué, y el lado derecho de su cara tenía una peculiaridad, pues sobre el ala derecha de su nariz, se apoyaba –creí– una pieza de metal dorado (creí) que trazando una comba sobre la mejilla derecha ascendía hasta insertarse en la espiga de trigo, que creí dorada, afeando el lóbulo de su oreja a la manera de un arete de fantasía. Del tallo de esa espiga, de unos dos centímetros, colgaba otra cadena, más gruesa, que caía sobre su cuello libremente y acababa en la miniatura de la lata de Coke, de metal dorado y esmalte rojo que siempre iba y venía rozándole los rubios pelos, el hombro, y el pecho, o golpeaba la copa verde provocando una música parecida a su voz, y algunas veces se instalaba, quieta, sobre su hermosa clavícula blanca, curvada como el alma de una ballesta, armónica como un golpe de tai chi. Durante nuestra charla aprendí que lo que había creído antes metal dorado era oro dieciocho kilates, y descubrí que lo que había creído un grano de maíz de tamaño casi natural aplicado sobre el ala de su nariz era una pieza de oro con forma de grano de maíz y tamaño casi natural, sostenido por un mecanismo de cierre delicadísimo, que atravesaba sin pudor y enteramente la alita izquierda de su bella nariz. Ella misma me mostró el orificio, haciendo un poco de palanca con la uña azafranada de su índice, entre el maíz y la piel, para lucir mejor su agujerito en forma de estrella, de unos cuatro milímetros de diámetro. ¡Estaba chocha de su orificio… ! Del lado izquierdo, lo que temprano en Oxford Street me había parecido una marca en su mejilla, era una cicatriz profunda, de unos tres centímetros de largo, que parecía provocada por algo muy cortante. Surcaban ese tajo tres costuras bien desprolijas, trabajo de un aficionado, o de algún practicante de primer año de medicina más chapucero que el común de los practicantes de medicina ingleses y en ausencia de los jefes de guardia. Segunda decepción del narrador: la cicatriz de la izquierda, a diferencia de las cositas de oro de su lado derecho, era falsa. La había fraguado un maquillador y mi muchachita se apenaba, pues había comenzado a deshacerse por la humedad y por el frío y ahora necesitaba un service para recuperar su color y su consistencia original.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Poco antes de irnos, ella fue al baño y al volver me sorprendió cavilando en la mesa: . </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–¿Cuál es el problema con tú? –me preguntó en inglés–. ¿Qué eres tú pensando? </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Nada –respondí–. Pensaba en este frío maldito que estropea cicatrices…</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Pero mentí: yo había pensado en aquel frío solo por un instante. Después había mirado la calle que se orientaba hacia la nada, y había tratado de imaginar qué andaría haciendo la poca gente que, de cuando en cuando, producía breves interrupciones en la constancia de aquel paisaje urbano vacío. Toqué el cristal helado; olí los bordes de la copa verde de ella para reconocer su olor, y volví a pensar en las figuras que iban pasando tras los cristales, esfumadas por el vapor humano de la pizzería. Entonces quise saber por qué cualquier humano desplazándose por esas calles, siempre me parecía encubrir a un terrorista irlandés, llevando mensajes, instrucciones, cargas de plástico, equipos médicos en miniatura y todo eso que ellos atesoran y mudan, noche por medio, de casa en casa, de local en local, de taller en taller, y hasta de cualquier sitio en cualquier otro sitio. “¿Por qué?” –me preguntaba” ¿Por qué será?” Trataba de entender, mientras mi bella Muchachita estaría cerquísima pishando, o lavándose con agua tibia, y cuando apenas tironeé del hilito de la tibieza de su imagen, estalló en mil fragmentos una granada de visiones y asociaciones íntimas, intensas, pero por rúas, por argentinas y por inconfesables, poco leales hacia ella. ¿Hay Dios? No creo que haya Dios, pero algo o alguien me castigó, porque cuando advertí que estaba siendo desleal e innoble con mi Muchachita Punk y sentí que empezaba a crecer en mi cuerpo –o en mi alma–, la deliciosa idea del pecado, cruzó por la vidriera la forma de un ciclista, y lo vi pedalear suspendido en el frío y supe que ese era el hombre cuyo falso pasaporte francés ocultaba la identidad del exjesuita del IRA que alguna vez haría estallar con su bomba de plástico el pub donde yo, esperando algún burócrata de BAT, encontraría mi fin y entonces cerré los ojos, apreté los puños contra mis sienes y la vi pasar a ella apurada por la vereda del pub, zafé de allí, corrí tras ella respirando el aire libre y perfumado de abril en Londres, y en el instante de alcanzarla sentimos juntos la explosión, y ella me abrazaba, y yo veía en sus ojos –dos espejos azules que ese hombre que rodeaban los brazos de mi Muchacha Punk no era más yo, sino el jesuita de piel escarbada por la viruela, y adiviné que pronto, entre pedazos de mampostería y flippers retorcidos, Scotland Yard identificaría los fragmentos de un autor’ que jamás pudo componer bien la historia de su Muchacha Punk. Pero ella ahora estaba allí, salía del texto y comenzaba a oír mi frase: ‘ –Nada… pensaba en este frío maldito que arruina cicatrices… –oía ella.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Y después inclinaba la cabeza (¡chau irlandeses!), me clavaba sus espejos azules y decía “gracias”, que en inglés (“agradecer tú”, había dicho en su lengua con su lengua), y en el medio de la noche inglesa, me hizo sentir que agradecía mi solidaridad; yo, contra el frío, luchando en pro de la conservación de su preciosa cicatriz, y que también agradecía que yo fuera yo, tal como soy, y que la fuera construyendo a ella tal como es, como la hice, como la quise yo.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Debió advertir mis lágrimas. Justifiqué: </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Tuve gripe. . . además. . . ¡El frío me entristece, es un bajón…! “¡lt downs me!” traduje–. ¡Eso abájame! –¡Vayamos al hotel! –dije yo, ya sin lágrimas.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–¡Hotel no! –dijo ella, la historia se repite.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">No insistí. Entonces no sabía –sigo sin saber–, cómo puede alguien imponer su voluntad a una muchacha punk. Salimos al frío; calaba. Los huesos. Ni un alma. Por las calles. Llamé a un taxi. El no paró. Pronto se acercó otro. Se detuvo y subimos. Olía a transpiración de chofer y a gas oil. Mi Muchacha nombró una calle y varios números. imaginé que viviría en un barrio bajo, en una pocilga de subsuelo, o en un helado altillo y calculé que compartiría el cuarto con media docena de punks malolientes y drogados, que a esa altura de la noche se arrastrarían por el suelo disputando los restos de la comida, o, peor, los restos de una hipodérmica sin esterilizar que circularía entre ellos con la misma arrogante naturalidad con que nuestros gauchos se dejan chupar sus piorreicas bombillas de mate frío y lavado. Me equivoqué: ella vivía en un piso paquetísimo, frente a Hyde Park. En la puerta del edificio decía “Shadley House”. En la puerta de su apartamento –doble batiente, de bronce y de lujuria –decía “R. H. Shadley”.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Es la casa de mi familia –dijo humilde mi Punk y pasamos a una gran recepción. A la derecha, la sala de armas conservaba trofeos de caza y numerosas armas largas y cortas se exhibían junto a otras, más medianas, en mesas de cristal y en vitrinas. A la izquierda, había un salón tapizado con capitoné de raso bordeaux que brillaba a la luz de tres arañas de cristal grandes como Volkswagens. El pasillo de entrada desembocaba en un salón de música, donde sonaban voces. Al pasar por la puerta ella gritó “hello” y una voz le devolvió en francés una ristra de guarangadas. Detrás pasaba yo, las escuché, memoricé nuestra oración “queterrecontra” y con una mirada relámpago, busqué la boca sucia y gala en el salón. No la identifiqué. En cambio vi dos pianos, una pequeña tarima de concierto, varios sillones y dos viejos sofás enfrentados.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Entre ellos, sobre almohadones, media docena de punks malolientes fumaban haschich disputando en francés por algo que no alcancé a entender.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Un negro desnudo y esquelético yacía tirado sobre la alfombra purpúrea. Por su flacura y el color verdoso de su piel me pareció un cadáver, pero después vi sus costillas que se movían espasmódicamente y me tranquilicé: epilepsia.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Imaginé que el negro punk entre sus sueños estaría muriéndose de frío, pero no sería yo quien abrigase a un punk esa noche de perros, estando él, punk, reventado de droga punk entre tantos estúpidos amigos punk.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Copamos la cocina. Mi Muchacha me dijo que los batracios del salón de música eran “su gente” y mientras trababa la puerta me explicó que estaban enculados (“angry”, dijo) con ella, porque les había prohibido la entrada a la cocina. Ellos argumentaban que era una “zorra mezquina”, creyendo que la veda obedecía a su deseo de impedir depredaciones en heladeras y alacenas, pero el motivo eran las quejas y los temores de los sirvientes de la casa, que en varias oportunidades habían topado contra semidesnudos punks que comían con las manos en un área de la casa que el personal consideraba suya desde hacía tres generaciones y en la que siempre debían reinar las leyes de El Imperio. Ese día había recibido nuevas quejas del ama de llaves, pues uno de los punks, el marroquí, había estado toqueteando las armas automáticas de la colección y cuando el viejo mayordomo lo reprendió, el punk le había hecho oler una daga beduina, que siempre llevaba pegada con cinta adhesiva en su entrepierna. Coreen estaba entre dos fuegos y muy pronto tendría que elegir entre sus amigos y la servidumbre de la casa. Vacilaba: </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–Son unos cerdos malolientes hijos de perra –me dijo refiriéndose a los dos franceses, el marroquí, el sudanés y el americano, quien además –contenía “costumbres repugnantes”. No pude saber cuáles, pero me senté en un banquito a imaginar media docena de posibilidades punk, mientras ella filtraba un delicioso café con canela. Cuando la cafetera ya borboteaba, me contó que aquel departamento había sido de los abuelos de su madre, que era una crítica de museos que trabajaba en New York. El padre, veinte años mayor, se había casado por prestigio, tomando el apellido de la mujer cuando lo hicieron caballero de la reina vieja en recompensa de sus ‘servicios de espía, o policía, en la India.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
</div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Vinculado a la compañía de petróleo del gobierno, el viejo había hecho una apreciable fortuna y ahora pasaba sus últimos años en África, administrando propiedades. Mi Muchacha Punk lo admiraba. También admiraba a su madre. No obstante, al referirse a las relaciones de los dos viejos con ella y con su hermana mayor, puntualizó varias veces que eran unos “hijos de perra malolientes”. Creí entender que había un banco encargado de los gastos de la casa, los sueldos de los sirvientes y choferes y las cuentas de alimentos, limpieza e impuestos, y que las dos muchachas –la mía y su hermana recibían cincuenta libras. “Cerdos malolientes”, había vuelto a decir tocándose la cicatriz y explicando que el service –que en tiempos de humedad debía realizarse semanalmente le costaba veinticinco libras, y que así no se podía vivir. Pedía mi opinión. Yo preferí no tomar el partido de sus padres, pero tampoco quise comprometerme dando a su posición un apoyo del que, a mí, moralmente, no me parecía merecedora. Entonces la besé.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Mientras bebía el café la muchacha salió a arreglar algunos asuntos con sus amigos. Yo aproveché para mirar un poco la cocina: estábamos en un cuarto piso, pero uno de los anaqueles se abría a un sótano de cien o más metros cuadrados que oficiaba de bodega y depósito de alimentos. Había jamones, embutidos y ciento cuarenta y cuatro cajas con latas de bebidas sin alcohol y conservas. vi cajones de whisky, de vinos y champañas de varias marcas.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Contra la pared que enfrentaba a mi escalera, dormían millares de botellas de vino, acostadas sobre pupitres de madera blanca muy suave.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Había olor a especias en el lugar. Calculé un stock de alimentos suficiente para que toda una familia y sus amigos argentinos sitiados pudiesen resistir el asedio del invasor normando por seis lunas, hasta la llegada de los ejércitos libertadores del Rey Charles, y al avanzar los atacantes, obligándonos a lanzar nuestras últimas reservas de bolas de granito con la gran catapulta de la almena oeste, apareció otra vez mi princesita punk, que repuesta del fragor del combate, volvía a trabar la puerta con dos vueltas de llave y me miraba, carita de disculpa.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Yo dije, por decir, que me parecía justificado el temor de sus sirvientes. “Nunca se sabe”, dije en español, y le aclaré en inglés “es no fácil saber”. Ella se encogió de hombros y dijo que sus amigos eran capaces de cualquier cosa, “como pobre Charlie”. Quise saber quién era “pobre Charlie” y me contó que era un pariente, que se había hecho famoso cuando arrancó las orejas de una bebita en Gilderdale Gardens pero que ahora envejecía olvidado en un asilo cercano a Dundall, fingiéndose loco, para evitar una condena.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Entonces volvió a preguntar mi nombre y el de mis padres y se rió. También volvió a hablarme de su cicatriz que había costado cincuenta libras: el precio de su pensión semanal, “como una substancia de hecho”. El banco le liquidaba cincuenta libras por semana a mi Muchacha y otras tantas a su hermana mayor, pero el maquillaje requería service. (Estoy seguro de haberlo escrito, pero ella volvía a contármelo y yo soy respetuoso de mis protagonistas. El arte –pienso debe testimoniar la realidad, para no convertirse en una torpe forma de onanismo, ya que las hay mejores.) Necesitaba service la cicatriz y le impedía, entre otras cosas, la práctica de natación y de esquí acuático. Coreen adoraba el esquí y las largas estadías al aire libre en tiempo de humedad y me invitó con un cigarrillo de marihuana: un joint. Lo rechacé porque había bebido mucho, me sentía ebrio de planes, y no quería que una caída súbita de mi presión los echara a perder. Mi Muchacha empapaba el papel de su pequeño joint con un líquido untuoso que guardaba en la miniatura de Coke de su colgante de oro. “Aceite de heroína”, explicó. Ella había sido adicta y friendo ese juguito que impregnaba el papel y la yerba, tranquilizaba sus deseos.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Hacía un año que venía abandonando el hábito, temía recaer en los pinchazos que habían matado a sus mejores amigos una noche en París –septicemia y ahora quería curarse y salir de aquello porque su pensión no le alcanzaba para solventar el hábito: ya bastantes problemas le traía el service de su maquilladora. Después volvió a dejarme solo en la cocina, fue al baño y yo robé del sótano una lata de queso camembert, y a medida que me lo iba comiendo con mi cuchara de madera, hice una recorrida por las dependencias de la cocina: arte testimonial.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Amén de varios hornos verticales, y un gran hogar revestido de barro para hacer pan en la sala contigua tenían una máquina de asar eléctrica, con un spiedo que mediría tres metros de ancho por uno de circunferencia. Calculé que un pueblo en marcha hacia la liberación podía asar allí media docena de misioneros mormones ante un millar de fervientes watussi desesperados por su alícuota de dulzona carne de misionero mormón roti. Más allá de la sala estaba el depósito de tubos de gas, leñas, carbón y especias. Olía a ajo el lugar, pero no vi ajo sino ramas de laurel y bolsas de yute con hierbas aromáticas que no supe calificar. ¿Romero? ¿Peter Nollys? ¿Kelpsias? ¡vaya uno a distinguir las sofisticadas preferencias de esos maniáticos magnates británicos…! Cuando Coreen –mi Muchacha Punk, dueña y señora de la casa volvía del baño, trabó la puerta que separaba la cocina del office –al que ella llamaba “hogar” en inglés de los salones donde seguían gritándose barbaridades sus amigos. Ignoro lo que habrán dicho ellos, pero como resumen dijo que eran unos piojos hijos de perra; grave. Prendió otro joint con la brasa de mis 555, y –¡Achalay!– nos fuimos con él a apestar el dormitorio de su hermana, donde, dormiríamos, pues el suyo venía desordenado de la tarde anterior.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">El pasillo que llevaba a los cuartos, estaba custodiado por grandes cuadros que parecían de buena calidad. Reparé en el piso: listones de roble enteros se extendían a lo largo de quince o veinte metros. Sin alfombra ni lustre alguno, la madera blanca repulida me evocó la cubierta de aquellos clippers que se hacía construir la pandilla de nobles que rondaba a Disraeli para gastar sus vacaciones en Gibraltar. ¡Un derroche! El cuarto de la hermana era amplio, sobriamente alfombrado, y en un rincón había una piel de tigre, en otro, una de cebra viel y otras pieles gruesas que supuse serían de algún lanar exótico, pues eran más grandes que las pieles de las ovejas más grandes que mis ojos han visto y que las que cualquier humano podría imaginar con o sin joints embebidos en substancias equis.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Nos acostamos. Tercera decepción del narrador: mi Muchacha Punk era tan limpia como cualquier chitrula de Flores o de Belgrano R. Nada previsible en una inglesa y en todo discordante con mis expectativas hacia lo punk. ¡Las sábanas…! ¡Las sábanas eran más suaves que las del mejor hotel que conocí en mi vida! Yo, que por mi antigua profesión solía camuflarme en todos los hoteles de primera clase y hasta he dormido –en casos de errores en las reservas que de ese modo trataron los gerentes de repararen suites especiales para noches de bodas o para huéspedes VIP, nunca sentí en mi piel fibras tan suaves como las de esas sábanas de seda suave, que olían a lima o a capullitos de bergamota en vísperas de la apertura de sus cálices. </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Tercera decepción del lector: Yo jamás me acosté con una muchacha punk. Peor: yo jamás vi muchachas punk, ni estuve en Londres, ni me fueron franqueadas las puertas de residencias tan distinguidas. Puedo probarlo: desde marzo de 1976 no he vuelto a hacer el amor con otras personas. (Ella se fue, se fue a la quinta, nunca volvió, jamás volvió a llamarme. La franquean otros hombres, otros. Nos ha olvidado; creo que me ha olvidado).</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Cuarta decepción del narrador: no diré que era virgen, pero era más torpe que la peor muchacha virgen del barrio de Belgrano o de Parque Centenario. Al promediar eso (¿el amor?) le largó a declamar la letanía bien conocida por cualquier visitante de Londres: “ai camin ai camin ai camin ai camin ai camin”, gritaba, gritaba, gritaba, sustituyendo los conocidos “ai voi ai voi ai voi ai voi” de las pebetas de mi pago, que sumen al varón en el más turbado pajar de dudas sobre la naturaleza de ese sitio sagrado hacia el que dicen ir las muchachas del hemisferio sur y del que creen venir sus contrapartidas británicas. Pero uno hace todo esto para vivir y se amolda. ¡vaya si se amolda! Por ejemplo: Y después se durmió. Habrá sido el vino o las drogas, pero durmió sonriendo, y su cuerpo fue presa de una prodigiosa blandura. Miré el reloj: eran las 5.30 y no podía pegar un ojo, tal vez a causa del café, o de lo que agregamos al café.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Revisé los libros que se apilaban en la mesa de luz del cuarto de la hermana (lee mi Muchacha Punk.<b> ¡</b>Buenos libros! Blake, Woolf, Sollers: buena literatura. ¡Cortázar en inglés! (¡Hay que ver en una de esas camas señoriales lo que parece el finado Cortázar puesto en inglés!) Había manuales de física y muchos números de revistas de ciencias naturales y de Teoría de los Sistemas.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Separé algunas para informarme qué era esa teoría que yo desconocía pero que justificaba una publicación mensual que ya iba por el número ciento treinta y cuatro. Las miré. interesante: enriquecería mi conversación por un tiempo.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Andaba en eso citando llegó la hermana de mi Muchacha Punk con su novio. La chica dijo llamarse Dianne y era naturista, marxista, estudiaba biología, odiaba las drogas, despreciaba a los punks y no tomó nada bien que estuviésemos acostados en su cuarto, pero disimuló. Cuando le hablé, su expresión se hizo aún más severa como reprochando que un desnudo, desde su propia cama, se dirigiese a ella en un inglés tan choto.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">No le gusté y ella no pudo disimularlo más.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">En cambio el novio me mostró simpatía. Era estudiante de biología, naturista, marxista, odiaba profundamente a las punks y manifestó un intenso desprecio hacia las drogas y sus clientes.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Creo que de no haber mediado el episodio del encuentro y la irritación de su novia, habríamos podido entablar tina provechosa amistad. Me convidaron con sus frutas, algo muy delicioso, parecido al níspero y muy refrescante, que erradicó de mis encías el gustito a Coreen. Ella, a pesar de nuestra conversación en voz muy alta, mis gritos angloargentinos, mis carcajadas y los mendrugos de risa que alguno de mis chistes lograron de la bióloga, no despertaba.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Dije a los chicos que me vestiría y que debía partir pues me esperaban en mi hotel. Ellos dijeron que no era necesario, que siempre dormían en el suelo por motivos higiénicos y que yo podía seguir leyendo, pues “la luz de la luz no nos molesta”. Así dijeron. Se desnudaron, se echaron sobre una piel de oso y se cubrieron hasta los ojos con una manta hindú. De inmediato entraron en un profundo sueño y los vi dormir y respirar a un mismo ritmo, boca arriba y agarraditos de las manos. Pero yo no podía dormir; apagué la luz de la luz y estuve un rato velando y escuchando el contraste entre las respiraciones simétricas de la pareja, y la de Coreen, más fuerte y de ritmo más que sinuoso.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Prendí la luz y revisé el reloj: serían las siete, pronto amanecería. Acaricié los pelos de mi Muchacha, su carita, sus lindísimos hombros y sus brazos, y casi estuve a punto de hacer el amor una vez más, pero temí que un movimiento involuntario pudiese despertarla. Aproveché para mirar su piel delicada y suave. Nada punk, muy aristocrática la piel de mi Muchacha. Le estudié bien el agujerito de la nariz: medía seis milímetros de ancho y formaba una estrella de cinco puntas. ¿O eran cinco milímetros y la estrella tenía seis puntas? Nunca lo volveré a mirar. Para esta historia basta consignar que estaba dibujado con precisión y que debió ser obra de algún cirujano plástico que habrá cargado no menos de quinientos pounds de honorarios. ¡Un derroche! Miré la cicatriz de la mitad izquierda de mi chica: había perdido más color y estaba apelmazada por el roce de mi mentón que la barba crecida de dos días tornó abrasivo. Me apenó imaginar que en la tarde siguiente, al despertar, mi Muchachita Punk me guardaría rencor por eso. Escribí un papelito diciendo que el service quedaba a mi cargo y lo dejé abrochado con un clip junto a un billete de cincuenta libras que había comprado tan barato en Buenos Aires, en la garganta de su botita de astrakán. Así asumía mi responsabilidad, y ella no necesitaría esperar otra semana para poner su cicatriz a cero kilómetro. Actué como hombre y como argentino y aunque nadie atine nunca a determinar qué espera un punk de la gente, yo no podía permitir que al otro día mi Muchachita se amargase y anduviera por todas las discotheques de Londres insinuando que nosotros somos unos hijos de perra que perturbamos sus cicatrices y no pagamos el service, desmereciendo aún más la horrible imagen de mi patria que desde hace un tiempo inculcan a los jóvenes europeos. Me vestí. Al dejar el cuarto apagué las luces. Para salir destrabé la cerradura de la cocina pero volví a cerrarla y deslicé la llave bajo la puerta. Los punks seguían peleando: el africano reprochaba a los otros no haberlo despertado para la cena. Otro lloraba, creo que era el francés.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Después oí una sílabas rarísimas: era alguien que hablaba en holandés.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Gracias a Dios no me vieron y encontré un taxi no bien salí a la calle, fría como una daga rusa olvidada por un geólogo ruso recién graduado en la heladera de un hotel próximo a las obras suspendidas de Paraná Medio.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">La tarde siguiente, leí en The Guardian que durante la noche catorce vagabundos, a causa del frío, habían muerto, o crepado, estirando sin rencor sus veintitantas vagabundas patas inglesas, en pleno corazón de la ciudad de Londres.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Hicieron no sé cuántos grados Farenheit; calculo que serían unos diez grados bajo cero, penique más, penique menos. En el hotel me pegué un baño de inmersión y calentito y con el agua hasta la nariz leí en la edición internacional de Clarín las hermosas noticias de mi patria. Quise volver.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Al día siguiente volé a Bonn y de allí fui a Copenhague. Al cuarto día estaba lo más campante en Londres y no bien me instalé en el hotel quise encontrar a mi Muchacha Punk. No tenía su teléfono; su nombre no figura en el directorio de la vieja ciudad. Corrí a su casa. Me recibió amistosamente Ferdinand, el novio de la hermana: mi Muchacha estaba en New York visitando a la madre y de allí saltaría a Zambia, para reunirse con el padre. Volvería recién a fines de abril, y él no me invitaba a pasar porque en ese momento salía para la universidad, donde daba sus clases de citología. Tipo agradable Ferdinand: tenía un Morris blanco y negro y manejaba con prudencia en medio de la rough hour de aquel atardecer de invierno. Se mostró preocupado porque hacía un año le venían fallando las luces indicadoras de giro del autito. Le sugerí que debía ser un fusible, que seguramente eso era lo más probable que le sucedería al Morris. Rumió un rato mi hipótesis y finalmente concedió: </span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">–No lo sé, tal vez tengas razón…</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Me dejó en victoria Station, donde yo debía comprar unos catálogos de armas y unos artículos de caza mayor para mi gente de Buenos Aires.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Nos despedimos afectuosamente. El armero de Aldwick era un judío inglés de barbita con rulos y trenzas negras, lubricadas con reflejos azules.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Entre él y el librero de victoria Embankment –un paquistaní– acabaron de estropearme la tarde con su poca colaboración y su velada censura a mi acento. El judío me preguntó cuál era mi procedencia; el pakistano me preguntó de dónde yo venía. Contesté en ambos casos la verdad. ¿Qué iba a decir? ¿Iba a andar con remilgos y tapujos cuando más precisaba de ellos? ¿Qué habría hecho otro en mi lugar…? ¡A muchos querría ver en una situación como la de aquel atardecer tristísimo de invierno inglés…! Oscurecía. Inapelable, se nos estaba derrumbando la noche encima. Cuando escuchó la palabra “Argentina”, el armero judío hizo un gesto con sus manos: las extendió hacia mí, cerró los puños, separó los pulgares y giró sus codos describiendo un círculo con los extremos de los dedos. No entendí bien, pero supuse que sería un ademán ritual vinculado a la manera de bautizar de ellos.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">El paqui, cuando oyó que decía “Buenos Aires, Argentina, Sur” arregló su turbante violeta y adoptó una pose de danzarín griego, tipo Zorba (¿O sería una pose de danza del folklore de su tierra…?). Giró en el aire, chistó rítmicamente, palmeó sus manos y (cantó muy desafinado la frase “cidade maravilhosa dincantos mil”, pero apoyándola contra la melodía de la opereta Evita.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Después volvió a girar, se tocó el culo con las dos manos, se aplaudió, y se quedó muy contento mostrándome sus dientes perfectos de marfil.</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">Sentí envidia y pedí a Dios que se muriera, pero no se murió. Entonces le sonreí argentinamente y él sonrió a su manera y yo miré el pedazo visible de Londres tras el cristal de su vidriera: pura noche era el cielo, debía partir y señalé varias veces mi reloj para apurarlo. No era antipático aquel mulato hijo de mala perra, pero, como todo propietario de comercio inglés, era petulante y achanchado: tardó casi una hora para encontrar un simple catálogo de Webley & Scott. ¡Así les va…!</span></span></span></div>
<div style="background-color: white; border: 0px; font-family: Georgia, "Times New Roman", Times, serif; font-size: 21px; margin: 6pt 0cm; padding: 0px; text-align: justify;">
<span style="border: 0px; font-family: "georgia" , "times new roman" , serif; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; margin: 0px; padding: 0px;"><span lang="ES-TRAD" style="border: 0px; font-size: 12pt; margin: 0px; padding: 0px;">(1979)</span></span></span></div>
</div>
Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-57840090892551068132019-01-24T15:25:00.002-08:002020-05-16T08:30:18.332-07:00Los lamed Wufniks - Jorge Luis Borges <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<div class="fauxcolumn-outer fauxcolumn-left-outer" style="bottom: 0px; font-family: Verdana, Geneva, sans-serif; font-size: 12.6px; left: 0px; overflow: hidden; position: absolute; top: 0px; width: 0px;">
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<div class="widget Blog" data-version="1" id="Blog1" style="line-height: 1.4; margin: 0px 0px 30px; min-height: 0px; position: relative;">
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<h2 class="date-header" style="font-size: 12.6px; font-stretch: normal; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; line-height: normal; margin: 0.5em 0px; min-height: 0px; position: relative;">
<span style="color: #333333;">1/7/15</span></h2>
<div class="date-posts">
<div class="post-outer" style="background-color: white; border-radius: 10px; border: 1px solid transparent; margin: 0px -20px 20px; padding: 15px 20px;">
<div class="post hentry" itemprop="blogPost" itemscope="itemscope" itemtype="http://schema.org/BlogPosting" style="min-height: 0px; position: relative;">
<a href="https://www.blogger.com/null" name="2274807859419246615" target="_blank"></a><br />
<h3 class="post-title entry-title" itemprop="name" style="font-size: 24px; font-stretch: normal; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; font-weight: normal; line-height: normal; margin: 0px; position: relative;">
Jorge Luis Borges: Los Lamed Wufniks - Los justos</h3>
<div class="post-header" style="color: #444444; line-height: 1.6; margin: 0px 0px 1.5em;">
<div class="post-header-line-1">
</div>
</div>
<div class="post-body entry-content" id="post-body-2274807859419246615" itemprop="description articleBody" style="font-size: 13.86px; line-height: 1.4; position: relative; width: 718px;">
<br />
<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEij81OjWGTxUXvtpHRI07d63Tor1w8jgLWJSw-T8WvxTuhaxCDgWKJnNzZdgXid-fEskHQPYqswtErcAToSEavJWwO_ePKixubsML2vFwNVU-KkLGWpYiSIZ4omLZ18ZFTJ6P3e8lLcC3I/s1600/JLB+-+Foto%25C2%25A9+dpa+Picture-Alliance.jpg" imageanchor="1" style="color: #3c7481; margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-decoration-line: none;" target="_blank"><img alt="© dpa Picture-Alliance borgestodoelanio.blogspot.com" border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEij81OjWGTxUXvtpHRI07d63Tor1w8jgLWJSw-T8WvxTuhaxCDgWKJnNzZdgXid-fEskHQPYqswtErcAToSEavJWwO_ePKixubsML2vFwNVU-KkLGWpYiSIZ4omLZ18ZFTJ6P3e8lLcC3I/s400/JLB+-+Foto%25C2%25A9+dpa+Picture-Alliance.jpg" style="border: 1px solid rgb(0, 0, 0); padding: 4px; position: relative;" title="© dpa Picture-Alliance" width="283" /></a></div>
<br />
<b><br /></b><b><br /></b><b><br /></b><b>Los Lamed Wufniks</b><br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Hay en la tierra, y hubo siempre, treinta y seis hombres rectos cuya misión es justificar el mundo ante Dios. Son los <i>Lamed Wufniks</i>. No se conocen entre sí y son muy pobres. Si un hombre llega al conocimiento de que es un <i>Lamed Wufnik</i> muere inmediatamente y hay otro, acaso en otra región del planeta, que toma su lugar. Constituyen, sin sospecharlo, los secretos pilares del universo. Si no fuera por ellos, Dios aniquilaría al género humano. Son nuestros salvadores y no lo saben.</div>
<div style="text-align: justify;">
Esta mística creencia de los judíos ha sido expuesta por Max Brod.</div>
<div style="text-align: justify;">
La remota raíz puede buscarse en el capítulo dieciocho del Génesis, donde el Señor declara que no destruirá la ciudad de Sodoma, si en ella hubiere diez hombres justos.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Los árabes tienen un personaje análogo, los <i>Kutb.</i></div>
<b><br /></b><b><br /></b><span style="font-size: xx-small; line-height: 11.4545px;">En</span><i style="font-size: xx-small; line-height: 11.4545px;"> El Libro de los Seres Imaginarios</i><span style="font-size: xx-small; line-height: 11.4545px;"> (1967)</span><br />
<span style="font-size: xx-small; line-height: 11.4545px;">Con la colaboración de Margarita Guerrero </span><br />
<br />
<b><br /></b><b><br /></b><b>Los Justos</b><br />
<br />
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.<br />
El que agradece que en la tierra haya música.<br />
El que descubre con placer una etimología.<br />
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.<br />
El ceramista que premedita un color y una forma.<br />
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.<br />
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.<br />
El que acaricia a un animal dormido.<br />
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.<br />
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.<br />
El que prefiere que los otros tengan razón.<br />
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.<br />
<br />
<br />
<span style="font-size: xx-small;">En <i>La cifra </i>(1981)</span><br />
<span style="font-size: xx-small;"><br /></span><span style="font-size: xx-small;"><br /></span><span style="font-size: xx-small;">Foto Borges en </span><span style="font-family: inherit; font-size: xx-small;">Roma 1982 </span><br />
<span style="font-family: inherit; font-size: xx-small;">© Roberto Pera - </span><a href="http://www.corbisimages.com/stock-photo/rights-managed/42-28663868/jorge-luis-borges-25th-anniversary-of-his?popup=1" style="color: #3c7481; font-size: x-small; text-decoration-line: none;" target="_blank">Corbis</a><span style="font-family: inherit; font-size: xx-small;"> - Deustche Press Agency</span><span style="font-size: xx-small;"> </span></div>
</div>
</div>
</div>
</div>
</div>
</div>
</div>
</div>
</div>
</div>
</div>
Lucihttp://www.blogger.com/profile/03397447259049380545noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-54579597310338932052018-12-18T11:07:00.002-08:002018-12-18T11:07:56.605-08:00tabú - Enrique Anderson Imbert <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro:</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Zangolotino? —pregunta Fabián azorado.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y muere.</div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-31520377318670387422018-12-18T10:59:00.001-08:002018-12-18T11:05:38.982-08:00Alberto García-Teresa <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
Huyendo<br />
<br />
<br />
Salió de la ciudad de madrugada, dejando tras de sí familia, amigos y una prometedora carrera como trititero ambulante. Montó su caballo enloquecidamente, día y noche, bajo el sol o la lluvia. Cabalgó y cabalgó hasta abandonarlo exhausto y, aún así, continuó cabalgando. Cuando llegó al fin del mundo, resopló, echó la vista atrás y comprobó horrorizado que, después de todo, su sombra aún le seguía<span style="color: #cccccc; font-family: "arial" , "tahoma" , "helvetica" , "freesans" , sans-serif;"><span style="background-color: #333333; font-size: 13.2px;">.</span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Posguerra </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cuidaba al cuco del reloj del salón con mimo. Escamoteaba el mejor alpiste para él, le llevaba agua fresca de la fuente y limpiaba su cajita con esmero y dedicación. Sin embargo, el hambre acuciaba, y un día no tuvo más remedio que echarlo a hervir al puchero.</div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-51560329616229129262018-12-18T10:58:00.001-08:002018-12-18T10:58:11.176-08:00La herencia - Leon Tolstoi <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
Un hombre tenía dos hijos.<br />—Cuando muera, lo partiréis todo a medias —les dijo en una ocasión.<br />El padre se murió y los hijos comenzaron a discutir sobre la herencia.<br />Finalmente, le pidieron a un vecino que les aconsejara, y este les preguntó:<br />—¿Cómo dijo vuestro padre que dividierais la herencia?<br />Los hermanos contestaron:<br />—Nos recomendó que la partiéramos a medias.<br />—Entonces —dijo el vecino—, cortad en dos los trajes, romped la vajilla por la mitad, y partid en dos cada cabeza de ganado.<br />Los hermanos siguieron el consejo del vecino y se quedaron sin nada.</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-1192543971354131412018-12-18T10:56:00.002-08:002018-12-18T10:57:09.832-08:00Sueño triangular Fernando Pessoa <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
La luz se había tornado de un amarillo exageradamente lento, de un amarillo sucio de lividez. Habían crecido los intervalos entre las cosas, y los sonidos, mas espaciados de una manera nueva, se producían inconexamente. Cuando se oían, terminaban de repente, como cortados. El calor, que parecía haber aumentado, parecía estar, siendo calor, frío. Por la leve rendija de las contraventanas se veía la actitud de exagerada expectativa del único árbol visible. El silencio le había entrado con el color. En la atmósfera se habían cerrado pétalos. Y en la propia composición del espacio una interrelación diferente de algo como planos había alterado y roto el modo como los sueños, las luces y los colores usan la extensión.</div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-70096640216075818542018-12-18T10:55:00.002-08:002018-12-18T10:55:49.122-08:00Desiste - Franz Kafka<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
Todavía era muy temprano, las calles estaban limpias y vacías; yo iba hacia la estación. Al comparar el reloj de una torre con el mío, vi que era mucho más tarde de lo que pensaba, no tenía tiempo que perder.</div>
<div style="text-align: justify;">
El susto provocado por este descubrimiento me hizo dudar del camino, todavía no estaba muy a gusto en esta ciudad. Felizmente había un policía por allí cerca, corrí hacia él y le pregunté, ahogado, por el camino. Él sonrió y dijo:</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Y es a mí al que vienes a preguntar por el camino?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Sí —respondí yo—, porque no soy capaz de encontrarlo solo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Desiste, desiste —dijo él y giró sobre sí mismo con un movimiento largo y brusco, como el que realizan las personas que desean quedarse a solas con su sonrisa.</div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-59864795113941521372018-12-18T10:52:00.001-08:002018-12-18T10:52:09.586-08:00Un timo - Antón Chéjov<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En la vieja Inglaterra, los delincuentes condenados a muerte gozaban del derecho a vender en vida sus cadáveres a los anatomistas y fisiólogos. El dinero obtenido de esta forma lo legaban a sus familias o se lo bebían. Uno de ellos, preso por un crimen horrible, llamó a la cárcel a un médico y, tras regatear hasta el hartazgo, le vendió su propio cuerpo por dos guineas. Pero al recibir el dinero, de pronto, empezó a reírse a carcajadas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿De qué se ríe? —se asombró el médico.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Usted me compró el cuerpo creyendo que yo iba a ser colgado —dijo el delincuente sin parar de reír—, pero yo lo timé! ¡Voy a ser quemado!</div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-66116270025017466222018-12-18T10:50:00.004-08:002018-12-18T10:51:07.760-08:00El francotirador Antonio Macchia <div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial; border: 0px; cursor: default; font-family: Raleway, sans-serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.07px; list-style: none; margin-bottom: 25px; outline: 0px; padding: 0px; vertical-align: baseline;">
<span style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial; border: 0px; cursor: default; font-weight: 600; list-style: none; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; vertical-align: baseline;">El relato ganador: "El francotirador"</span></div>
<div style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial; border: 0px; cursor: default; font-family: Raleway, sans-serif; font-size: 17px; letter-spacing: 0.07px; list-style: none; margin-bottom: 25px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: justify; vertical-align: baseline;">
Todos los días, mientras esperaba el ómnibus, un niño me apuntaba desde un balcón con el dedo, y gatillaba como un rito su arma imaginaria, gritándome “¡bang, bang!”. Un día, solo por seguirle el rutinario juego, también yo le apunté con mi dedo, gritándole “¡bang, bang!”. El niño cayó a la calle como fulminado. Salí corriendo hacia él, y vi que entreabría sus ojitos y me miraba aturdido. Desesperado le dije “pero yo solo repetí lo mismo que tú me hacías a mí”. Entonces me respondió compungido: “sí señor, pero yo no tiraba a matar”</div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-73318393374033849252018-12-18T10:48:00.003-08:002018-12-18T10:48:50.614-08:00El suicidio de Dios - Antonio Cebrián<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
Harto de vagar solo durante una eternidad, Dios decidió quitarse la vida.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Hágase la nada absoluta! —gritó.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero la orden no pudo cumplirse. A medida que menguaba su infinita magnitud camino de la desaparición, el poder de su mandato también lo hacía y el proceso se detuvo en el punto medio.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Hágase la nada absoluta! —gritó de nuevo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y volvió a reducirse a la mitad.</div>
<div style="text-align: justify;">
Dio la orden una y otra vez y fue mermando por mitades hasta hacerse infinitamente pequeño.</div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando alcanzó un tamaño tan diminuto que rebasó lo tolerable para el propio concepto de “existencia”, un último pensamiento cruzó por su mente en el instante mismo de la desaparición y toda la energía que aún quedaba en su interior quedó abandonada a su suerte en un punto indefinido en medio de la nada.</div>
<div style="text-align: justify;">
Había comenzado el Big Bang.</div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-824457760402606953.post-41969526132448696302018-12-18T10:47:00.001-08:002018-12-18T10:47:12.450-08:00Adolfo Bioy Casares (mini)<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La cocinera</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La cocinera dijo que no se casó porque no tuvo tiempo. Cuando era joven trabajaba con una familia que le permitía salir dos horas cada quince días. Esas dos horas las empleaba en ir en el tranvía 38, hasta la casa de unos parientes, a ver si habían llegado cartas de España, y volver en el tranvía 38.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La salvación</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan ínfimo" —sin duda estaba pensando el tirano— "es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?" Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Por humildes que sean —dijo indicando al pájaro— hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros.</div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0