lunes, 8 de diciembre de 2008

MILLÁS - CAJAS CHINAS Y OTROS CUENTOS.

Cajas chinas

La agenda de 2008 boquea, echa espuma, jadea, está a punto de llegar a la meta, de perecer, y yo con ella. La agenda es una especie de novela dividida en cuentos. Cada semana es un relato. Cuando decimos lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, estamos narrando un sucedido. No importa que ocurra siempre en el mismo orden. También el abecedario de hoy es idéntico al de mañana y sin embargo disfrutamos recitándoselo a los niños, que se lo cuentan a su vez a sus hermanos menores. Oye, fíjate, a, b, c, d, e, f, g, h, i, j, k, etcétera. La suma de las semanas da lugar a una narración de significado mayor: los meses, otro conjunto de cuentos. Enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio… La novela se titula El año y su representación gráfica es la agenda.

Boquea la agenda de 2008. Al releerla, compruebo que dentro de los relatos señalados hay todavía otro relato, éste de carácter autobiográfico. El 28 de enero, por ejemplo, hace un siglo, estuve en Barcelona, participando en el rodaje de un documental. Al día siguiente, ya en Madrid, comí con un compañero del colegio con el que hablé de la vida. Hablar de la vida, qué expresión. Queremos señalar con ella que se quedaron fuera los asuntos de actualidad, como si tales asuntos no formaran parte de la existencia. Y quizá no formen parte de ella, aunque nos matan. Véase la crisis, que cada día muestra una nueva cara. Y todavía no se ha levantado las faldas. Lo de las faldas se lo escuché ayer al pasajero de un avión en el que también volaba yo. Parecía un hombre de negocios que viajaba en compañía de un subordinado. Hablaban de los bancos, de las cuentas corrientes, de la caída de la Bolsa. Entonces, de repente, el individuo que digo tuvo una especie de iluminación y afirmó que aún no habíamos visto lo peor de la crisis.
—Espera a que se levante las faldas –añadió.

Sentí un estremecimiento. Ya habíamos visto el rostro de la crisis, su boca desdentada, sus párpados apergaminados, sus ojos de pez muerto… Parecía que la crisis sólo tenía rostro. Pero estaba dotada de genitales también. Espera a que se levante la falda y le veamos los genitales, o las bragas. Qué horror, pensé. También pensé que habían tenido mala suerte las mujeres con el hecho de que el término crisis fuera femenino. Las mujeres siempre tienen mala suerte con el lenguaje. Va en su contra. Y si se quejan, las llaman incultas, analfabetas, ignorantes de la gramática…

Me pierdo. Estaba hablando de los relatos que caben dentro de una agenda. Una agenda es una caja china: siempre se puede abrir un poco más. Así, dentro del año están los meses y dentro de los meses están las semanas y dentro de las semanas están los días, dentro de los días encontramos las horas, en cuyo vientre habitan los minutos. Pero si abres un minuto, resulta que está lleno de segundos que se agitan como lombrices en una caca marrón. Hay gente que llega más allá del segundo como hay gente que llega más allá del átomo, pero para eso hay que haber estudiado.

En febrero viajé mucho y comí la mayoría de los días fuera de casa. Está aquí, en la agenda de 2008 que agoniza (y yo con ella). Observo que podría escribir un relato con los viajes de 2008. Observo también que he viajado preferentemente de norte a sur, o viceversa, pero muy poco de este a oeste, o al revés. ¿Se tratará de una querencia mía o será la realidad la que me ha empujado a moverme de este modo? El 19 de febrero comí con una persona que murió dos días más tarde. Cuando almorzábamos aquel martes, ninguno de los de dos podía sospechar siquiera lo que sucedería el jueves. Aquel martes, por tanto, está teñido de un significado especial. Es un punto álgido de la novela de mi vida. El fin de semana que vino a continuación fue desastroso.

Y estoy en febrero. Si sigo leyendo la agenda con parsimonia me sale una novela. Una novela sobre el azar, pese a que la función de la agenda es la de prevenir. Pero también hay nacimientos. Dos amigos míos, que no se conocen entre sí, tuvieron un hijo cada uno, los dos varones. Fui a verlos y llevé un regalo para los hijos y otro para las madres. En agosto, la agenda está prácticamente muda. Fue el mes de las vacaciones. La agenda calla durante esta época. Da un poco de miedo asomarse a agosto, porque los días y las horas te miran en silencio, con un poco de rencor, o eso me parece. Cuando la agenda de 2008 muera conmigo dentro, la ataré con un cordel y la meteré en un armario de madera en el que conservo los cadáveres de muchas agendas antiguas. Un día las quemaré todas y arrojaré sus cenizas al mar, conmigo dentro. Morimos todos los años, incluso todas las semanas. He aquí otro cuento.











Escribir (II)
J.J. Millás

"13.15. Todos los tripulantes de los compartimientos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas." Estas palabras, escritas por un oficial del Kursk en un pedazo de papel, tienen la turbadora exactitud que pedimos a un texto literario. El autor está rodeado de bocas que exhalan un pánico que ni siquiera nombra. Él mismo debe de encontrarse al borde de la desesperación, pero no tiene tiempo ni papel para recrearse en la suerte. Ha de hacer, pues, una selección rigurosa de los materiales narrativos, y el resultado es esa obra maestra en la que, sin embargo, sólo cuenta aquello a lo que se puede asignar un número: la hora y la cantidad de hombres. En situaciones extremas, la literatura sale a presión, como por la grieta de una tubería reventada. El documento del oficial del Kursk es bueno porque es necesario. Mientras la muerte trepaba por sus piernas, ese hombre se entregó con fría vehemencia a la literatura. Y de qué modo.
Naturalmente, lo que no dice ocupa más de lo que dice, pero lo ausente ha de aportarlo el lector, que es tan responsable de lo que lee como el escritor de lo que escribe. Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que es bípedo. El lector tiene la obligación de saber que lo fruteros son bípedos y que están dotados de cuatro extremidades con cinco dedos en cada una de ellas. Sin estos sobreentendidos primordiales, la escritura resultaría imposible.Lo curioso es que un billete con cuatro líneas aparecido en el bolsillo de un cadáver responda de súbito a la vieja pregunta de para qué sirve la literatura. Sirve para contarlo. Todos aquellos que aspiran a escribir deberían recitar el texto del Kursk como una oración.


Ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimiento a otro con los calcetines mojados. Y tú eres uno de esos bultos: aquel que, por encima o por debajo del miedo, está poseído por la necesidad de contarlo, aunque las posibilidades de que alguien lo lea sean muy escasas. Escribo a ciegas.
---




--------------------------------------------------------------------------------

JUAN JOSÉ MILLÁS
El tiempo



A veces los segundos hieren más que los minutos o las horas, más que los días, los meses o los años. Esas puntas de aguja, esos residuos afilados, esas esquirlas temporales penetran en la piel o en el ánimo como limaduras de acero y, aun sin provocar heridas visibles, matan como puñales. Cuatro segundos de asfixia valen por cientos de horas de dolor. Dos segundos de humillación profesional anulan una carrera de éxito.
Los cinco segundos de sufrimiento muscular que preceden al infarto son cinco siglos de amargura. No diremos nada de las décimas de segundo que en las pruebas deportivas separan al campeón del aspirante... Contamos los días en horas para hacernos la ilusión de que el tiempo, como el dinero o los afectos, tiene una porción de calderilla, pero todo lo realmente importante nos sucede en cosa de segundos (véase el Big Bang).

A Rajoy, en la contrarréplica del debate sobre el Estado de la Nación, le sobraron 40 segundos como 40 dardos. Mientras regresaba a su escaño desde la tribuna de oradores, aquellos 40 segundos no utilizados sonaban como los clavos sobre el ataúd. Cuando se sentó y observamos su expresión, pero sobre todo la de Acebes, supimos quién había perdido el debate y quizá la vida.

No hay precedentes de lo que el martes hizo Rajoy con currículum. El espectáculo de un jefe de la oposición que no sabe qué decir cuando le toca hablar es desgarrador. Lo curioso es que más tarde, ante los periodistas, atribuiría su derrota a la falta de tiempo. ¿En qué quedamos?

Aquellos 40 segundos fueron más largos que el minuto que emplea el microondas en calentar la leche, más tensos que el tiempo que tarda el recién nacido en romper a llorar, más agobiantes que los que preceden a la apertura del sobre con un diagnóstico clínico jodido.

Nos dimos cuenta de que los cinco minutos de réplica le venían largos cuando, abrazado a ETA como Juana la Loca al cadáver de Felipe el Hermoso, empezó a gimotear.

En ese instante comprendimos que el tiempo acababa de adquirir para él las dimensiones de un abismo al que, quizá fascinado por su hondura, se arrojó. Aunque viva cien años, su biografía quedará concentrada en aquellos 40 segundos de agonía.
---


--------------------------------------------------------------------------------

La sociedad es muy cruel


Esa Tania Head (Alicia Esteve en su versión catalana) que presidía la Red de Supervivientes del World Trade Center provoca en mí la solidaridad de los impostores que no hacen daño a nadie.

La pobre sólo intentaba crearse una biografía un poco heroica y un poco dramática, como cualquiera que se precie. Hay gente que nace sin una pierna y a la que nadie le reprocha que se ponga una prótesis. Tania Head había nacido sin biografía, lo que no quiere decir que no tuviera una familia, un lugar de origen o un carné de identidad: todo eso, en fin, que garantiza cualquier cosa menos una historia. El mundo está lleno de personas sin historia. Puedes verlas en el metro, en el autobús, en los grandes almacenes, en las terrazas de las cafeterías...

Cada noche, cuando regresamos a casa, nos hemos cruzado con decenas de individuos sin un relato propio. No se trata de una amputación que se note tanto como la de un brazo o una pierna, pero quizá es más dolorosa. Y no hay en el mercado prótesis para aliviar su ausencia. Se las tiene que arreglar uno por su cuenta.

Alicia Esteve pertenece a una familia acomodada, lo que demuestra que el dinero, además de no dar la felicidad, tampoco es capaz de proporcionarte un pasado, una biografía, una novela familiar. De modo que abandonó su Barcelona natal y se fue a Nueva York, donde comenzó a llamarse Tania Head. Eso ya es un comienzo. Nuestra Alicia comenzó a moverse por las calles de aquella ciudad extranjera bajo una identidad con la que se sentía a gusto. Había fabricado, como si dijéramos, el recipiente sobre el que comenzar a construirse un pasado. Por lo general, cargamos el acento en la necesidad de hacernos un futuro, pero lo que el ser humano necesita desesperadamente es un pasado. Sin futuro te puedes presentar en cualquier sitio (¿qué futuro tienen la Tierra o la humanidad, por poner dos ejemplos?), pero sin pasado se te cierran todas las puertas. Hay, de hecho, una versión literal del pasado, a la que llamamos currículum, indispensable hasta para trabajar de botones.

Pues bien, Alicia Esteve, decidida a comenzar el edificio desde abajo, como Dios manda, se convirtió en Tania Head. ¿Y que había hecho Tania Head en la vida? Ella aún no lo sabía, pero cayó en la cuenta cuando vio por la tele el ataque a las Torres Gemelas. Ya está, se dijo, seré una superviviente de ese desastre histórico. Podía haber elegido el lugar de una de las muertas, pero quién se lo iba a creer. No puedes ir a ningún sitio diciendo que moriste en el ataque de las Torres Gemelas, no se lo creería na- die, aunque no sabemos por qué. Hay muchos hombres y mujeres en el autobús y en los bancos de los parques que murieron al ser abandonados por sus hijos, por sus amantes, por la suerte... Pero no queda bien decir que uno está muerto. Si socialmente estuviera bien visto, es probable que Tania Head se hubiera presentado ante el mundo como una de las víctimas mortales del 11-S. En cualquier caso era una víctima mortal de su propia existencia, eso es tan evidente que hasta da vergüenza decirlo.

Se quedó en superviviente, pues, y era una superviviente tan verosímil, tan real, tan digna de crédito, que en poco tiempo llegó a presidir la asociación bajo la que estas personas se habían organizado. Pese al trauma sufrido, Tania Head recordaba cada uno de los instantes de aquellos momentos dramáticos que marcarían su existencia: cuando se le incendió el vestido, por ejemplo, o cuando reptó entre los cascotes en busca de una salida, o cuando estuvo a punto de asfixiarse por culpa del polvo. Tampoco había olvidado aquel instante en el que tropezó con un moribundo que le entregaría su anillo de boda para que se lo hiciera llegar a su esposa. Tania te ponía con su relato el corazón en la garganta.

Y de repente, como en una segunda catástrofe de la que quizá no logre reponerse, todo eso se le fue al carajo también. De súbito no era Tania Head, sino Alicia Esteve, y no había nacido en Norteamérica, sino en Cataluña. Y tampoco había sobrevivido a uno de los ataques terroristas más conocidos del siglo XX. De hecho, había perecido, de alguna manera, en él. Desastre total, en fin. Hundimiento definitivo. Ruina personal categórica.

La sociedad en muy cruel. Tendríamos que tener mecanismos de ayuda para este tipo de personas que se fabrican un pasado sin hacer daño a nadie. ¿Qué nos costaba haber fingido que no nos habíamos dado cuenta de su impostura? ¿Por qué no hemos mirado hacia otra parte en vez de sacarla en todos los periódicos señalando lo que no es, cuando resulta evidente que no puede ser otra cosa?
Alicia Esteve, para mí seguirás siendo Tania Head toda la vida. Suerte.
---




--------------------------------------------------------------------------------

La importancia de resfriarse

El hermano de mi madre, que tiene 86 años, vive en una residencia de ancianos a donde voy a visitarle sin regularidad (ni ganas, para decirlo todo). La semana pasada lo sorprendí leyendo febrilmente un artículo sobre los cátaros. Aunque hizo ver que le molestaba mi presencia, decidí quedarme un rato para amortizar el viaje. Cuando terminó de devorar el artículo, dejó sobre la mesa el periódico y soltó un suspiro.
—Ojalá hubiera tenido más tiempo para leer de joven –dijo con expresión de lástima.

Al preguntarle qué le había gustado tanto de aquel texto, comprendí por su respuesta que estaba convencido de haber leído algo acerca del catarro, no sobre los cátaros. El hermano de mi madre, que había sido un catarroso crónico, creía ahora que era cátaro. Ignoro cómo logró unir el resfriado común a las doctrinas de ese antiguo movimiento religioso, pero finalmente la historia avanza gracias a malentendidos de esta naturaleza (y de este tamaño). Yo mismo, durante mucho tiempo, leía los prospectos médicos con la unción del que lee poesía mística, lo que no me hizo daño ni como lector ni como ciudadano.

Un vecino me confía los sábados por la tarde a su hijo, de nueve años, cuando va al supermercado. Yo le pongo la televisión y santas pascuas. Pero el niño, que es muy entrometido, me pregunta cosas sobre mi vida a las que respondo con monosílabos, para hacerle callar. El otro día, estaba leyendo en el periódico una biografía de Obama, el rival de Hillary Clinton en las primarias norteamericanas, cuando se acercó y comenzó a leer por encima de mi hombro, lo que me pone de los nervios. Le dije que era de mala educación hacer eso y me respondió que a él también le gustaban las aventuras de Obama.

Sorprendido, le tiré de la lengua y me enteré de la existencia de un héroe de tebeo con ese nombre. Sólo entonces caí en la cuenta de que Obama suena, en efecto, a nombre de héroe de cómic.

Leída desde esa perspectiva, la biografía del aspirante a la presidencia de Estados Unidos adquiría una dimensión colosal. A ver si nos están vendiendo un cuento, me dije. En cualquier caso, el equívoco no era muy diferente del que había presenciado en la residencia de ancianos con el hermano de mi madre. Como es lógico, el niño, tras apagar la tele, me pidió que le leyera el periódico en voz alta. Lo hice y escuchó fascinado la historia de ese negro guapo (afroamericano, decía el periódico) que desde los barrios pobres de Chicago dio el salto a los salones de la clase alta. Finalizada la lectura, le pregunté si le había gustado y dijo que sí, que mucho, que le iba a decir a su padre que comprara el mismo periódico que yo, para seguir aquellas aventuras de Obama.

—Seguramente –añadí– no sabes que se acatarra mucho.
—Como yo –replicó el niño entusiasmado.
—Y a los que se acatarran mucho los llaman cátaros. Los cátaros forman una secta muy antigua. Me pidió que le hablara de los cátaros, pero le dije que se lo pidiera a su padre.

—Mi padre no sabe nada –dijo.
—Pues que busque en internet –concluí.


Al día siguiente, leí en el periódico que las Bolsas de todo el mundo se habían desplomado por miedo a un recrudecimiento de la crisis. Se hablaba de la crisis como si fuera un personaje mitológico, por lo que me extrañó que no apareciera con mayúsculas.

“Crisis provoca un ataque de ansiedad en el parqué”, deberían haber titulado los periódicos. Imaginé una pelea entre la malvada Crisis y el héroe Obama. Crisis tenía a su favor la inflación de la zona euro (altísima), además del desempleo y la falta de liquidez bancaria. Pero Obama era un cátaro valeroso, provisto de recursos que los pertenecientes a esa secta venían transmitiéndose desde la Edad Media.

Esa tarde volví a visitar a mi tío y le llevé la biografía de Obama asegurándole que era un catarroso habitual que estaba a punto de conquistar la presidencia del país más poderoso de la Tierra.
Mi tío leyó el artículo de un tirón y luego se lamentó de no haber conocido antes la importancia del resfriado.
---


--------------------------------------------------------------------------------

¿Cuánto dura hoy la necrológica de un poeta, incluso de un buen poeta?
Nada, o menos que nada, sobre todo si cae en el sumidero del periódico. Hasta hace poco el periódico era un contenedor; ahora es un desagüe. Entras en la página web de cualquier diario, lees la portada, te levantas a por un vaso de agua, vuelves y las noticias han cambiado. Ha aumentado la esperanza de vida, sí, pero duramos menos. Hay existencias que, como los libros, no pasan ni por la mesa de las novedades. Y en medio de estas prisas, pretendemos hacer un himno para siempre.

—¿Y la música?
—La música ya está.

Un país que llama música al chunta chunta taratatachunta que tenemos por himno se merece cualquier cosa, incluso una letra que hable de los verdes valles y del inmenso mar. Es probable que el jurado seleccionador eligiera ese presunto poema porque no significaba nada. Con buen criterio, se dijeron que la primera condición de un himno es la de no decir nada, para no ofender nadie. Y el caso es que lo lees y a primera vista da la impresión de que, en efecto, carece completamente de sentido. De hecho, el primer verso dice “¡Viva España!”. Llevamos escuchando ese viva España desde la infancia en boca de políticos, de obispos, de militares, de folclóricos, de putas, de asesinos, de niños, de ladrones, de héroes, de contables, de ingenieros de puertos y caminos... Lo escuchamos como el que oye llover justamente por su inanidad.

—Oye, quería decirte algo.
—Adelante.
—Que viva España.
—Vale, hombre, pues que viva.


El primer verso cumple, pues, el requisito principal de un himno: el de no herir los sentimientos de nadie. ¡Viva España! Parece casi una declaración de principios, como ¡Viva Francia! O ¡Vivan los Estados Unidos de América! Como ¡Viva Alpedrete! incluso. No estamos a favor de la muerte de nadie. Si alguien quiere gritar ¡Viva el tomate! o ¡Viva el vino de Rioja!, contará con todo nuestro apoyo. Decimos esto en el sobreentendido de que cuando damos vivas a la dieta mediterránea, por ejemplo, no nos estamos oponiendo a la existencia de otras. ¡Viva España!, pues, por qué no, y vivan los ordenadores portátiles y viva internet, viva todo, en fin. Los versos que siguen a ese “¡Viva España!” no pasan de ser sonidos ligeramente articulados, pero sin significado real, mera retórica pemaniana (de Pemán, un eximio vate franquista) cuyo sentido es completamente imposible de descifrar. Su autor asegura que se trata de un himno pensado para aquellos que van en el metro y que compran las ofertas de Carrefour y que pagan la hipoteca, lo cual puede sonar a insulto para todos esos colectivos, ya que es como decirles que están en contra del sentido.

—¿Usted está en contra del sentido? –pregunté ayer a un señor en el híper.
—¿Del sentido de qué?
—Del sentido de la vida, claro.
—La vida es absurda, amigo mío.


La verdad es que no esperaba una respuesta tan contundente. Pero si la vida es absurda, qué mejor que un himno absurdo para sobrellevarla. Quiero decir que todo son ventajas, o que todo eran ventajas hasta que leí unas declaraciones según las cuales se trata de un himno machista porque utiliza el masculino de un modo exagerado. Y es cierto, por ejemplo, cuando dice: “Cantemos todos juntos”. Quizá debería haber dicho “cantemos todos y todas juntos y juntas”. O bien “cantemos tod@s junt@s”. A ver si la Academia legaliza de una vez esta vocal ambidextra, porque sin ella resulta imposible escribir un himno, incluso un himno completamente gilipollas, que era de lo que se trataba. De súbito, el matiz machista le ha dado un sesgo agresivo insoportable. Con todo, no nos extrañaría nada que esta mierda de himno, con perdón, acabara penetrando en nuestros corazones y durara toda una vida, es decir, más que la necrológica de un poeta, más que la lágrima de una adolescente, más que un periódico de izquierdas, más que un discurso electoral, más que una tarde de domingo... Decíamos al principio que el periódico ha devenido en una suerte de sumidero que se traga de inmediato todo lo que cae en él. Pero también es cierto que a veces, en los alrededores del desagüe se quedan inexplicablemente anclados unos pelos, no sabemos de quién, que da asco quitar. Este himno es uno de esos pelos. Enhorabuena.

No hay comentarios: