lunes, 1 de diciembre de 2008

Omar Viñole y su discípulo Mertens

Por Yoel Novoa


De Viñole me gustaba su improperio, su forma de incorporar la puteada sensible a la expresión literaria. Alguien lo consideró a él junto a Baron Biza, como a los "únicos" dos escritores malditos argentinos.

Nunca entendí bien el significado de "escritor maldito". Los malditos oficiales del occidental siglo XX, fueron Henry Miller y Ferdinand Celine... y la palabra maldito funcionaba como reactivo de ventas. Personalmente, creo que tanto Miller como Celine se conformaban con que el vulgo los denominara "hijos de puta" y a otra cosa, mariposa.

En el caso de Viñole, llamarlo "maldito" es mear fuera del tarro. "Marginal" sería más adecuado pues marginal es el país mismo que parió al escritor. Me refiero a cultura marginal dentro del imperio de la boludez cultural. Al hoy reconocido Arlt, se lo tuvo por un periodista que no sabía usar la gramática, que escribía mal.

Sucede que el imperio de la boludez es muy fuerte y cuando lo atacan, contraataca.

La mediocridad paga cerebros brillantes para mantenerse en su fatuidad.

El pobre Viñole apareció en medio desta maroma, embriagado de mesianismo y talento panfletario. Le llamó la atención a muchos (Neruda entre ellos) pero siempre lo tuvieron como un marginal que buscaba ser escuchado mediante el box o los paseos con su famosa vaca por el centro de la ciudad. Viñole era veterinario y paseaba por calle Florida a su vaca en el horario que él sabía que el animal tenía que mover el vientre, colmando de mierda la vía pública. Enfrentaba a la policía: "Arresten al animal, no a mi. Él es el que está cagando no yo". Viñole paseaba la vaca para concertar gente a su alrededor y transmitir a la humanidad, cachos de su ética. Hizo lo mismo peleando (peleó con algo así como "el hombre montaña") en el Luna Park y lo cagaron a golpes.
Cuando en mis lides de librero caía a mis manos algún ejemplar viñolesco, era una fiesta. Las tapas eran geniales y las barbaridades incorporadas en el texto, más geniales aún. Cumpliendo con la ley de la subsistencia, siempre vendí lo que encontré de él. Sus libros siempre los vendí más caros que cualquier libro "normal".

Un día conocí en una casa de la Boca a Armando Mertens, hijo del escritor sainetero Federico Mertens, y discípulo de Omar Viñole.

Don Armando me vendió todo lo que tenía de Viñole, aparte de rarísimas primeras ediciones, fotos y cajas llenas de manuscritos y mecanografiados. Incluso un retrato al óleo que lo representaba (excelente trabajo).

Me vendió todo por monedas, pues don Armando tomó mi gusto por Viñole por una coincidencia astrológica donde yo sería el ser encargado de retomar el mensaje de Viñole para transmitirlo al mundo "de una vez por todas".


Me comprometí con don Armando a publicar una monografía sobre Viñole (que curiosamente sería este presente trabajo que me pidió Hugo Vera, y mi promesa data de 20 años atrás). Pero el buen discípulo de Viñole quería más... Esperaba que yo fundara una iglesia donde Viñole ocuparía el lugar de Cristo y entonces la redención popular sería un hecho.

Por años mantuve el paquete viñolesco en mis manos. La promesa a don Armando, bife de chorizo y vinacho mediante, fue seria.

El análisis de los manuscritos me defraudó. El mensaje era mínimo aunque supermesiánico crístico. Siempre rescatable, pero me frenó el peronismo deslumbrado del escritor. Viñole fue uno de los que vio en el general Perón al redentor del pueblo argentino y se volcó a ensalzarlo, hasta que se defraudó y volvió a Cristo y sus trompadas con los personajes culturosos que se le ponían en el camino.
En fin... El tintero está lleno de Omar Viñole.

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