lunes, 18 de mayo de 2009

Otra vez le toca a Juanjo Millás escribir- Mujer del 112

Así son mis días


Me desperté con síntomas de gripe. Febrícula, dolor muscular, aturdimiento y ganas de escribir. Llamé al 112 y conté todo excepto lo de las ganas de escribir. Cuando me dijeron que me enviaban una ambulancia, se me retiraron de golpe los síntomas, incluido el de las ganas de escribir.
—El caso –dije– es que se me acaba de retirar el cuadro sintomático.
Me gusta mucho la expresión cuadro sintomático, me parece que proporciona respetabilidad al que la pronuncia, por eso mismo la solté. Escuché al otro lado un silencio dubitativo.
—¿Entonces tiene o no tiene gripe? –preguntó el hombre de forma algo grosera, como si estuviera hablando con alguien que no supiera emplear la expresión cuadro sintomático. O con un hipocondriaco.
Le dije la verdad, que tenía la gripe cuando no llamaba y se me quitaba cuando llamaba.
—Y no sé qué hacer –añadí–, tengo hijos pequeños a los que me da miedo contagiar, por si se tratara de la porcina.
—Le paso con la jefa del servicio –dijo.
Se puso una mujer encantadora, con una voz en la que uno se quedaría a vivir. Le expliqué de nuevo los síntomas, esta vez incluidas las ganas de escribir, y me explicó que se trataba seguramente de un ataque de creatividad.
—Póngase usted a escribir –añadió– y olvídese de todo.

Me puse a escribir un cuento sobre una mujer que vive sola y desnuda; sola porque se acaba de divorciar y desnuda porque hace cuarenta grados a la sombra. En esto, la mujer se da cuenta de que estoy escribiendo sobre ella y me llama mirón desde la página.
—No soy un mirón –le digo–, soy un escritor que está contando tu historia.
—Mi historia no le importa a nadie –dice ella–. ¿Por qué no escribes sobre tu madre?
—Porque mi madre no se acaba de divorciar ni se pasea desnuda por la casa, mi madre es una madre excelente, pero carece de interés como personaje de cuento.
La mujer me pregunta entonces por qué escribo y yo le digo que para que mis amigos me quieran más. Ella me dice que eso es de García Márquez y tengo que reconocer que, en efecto, es de García Márquez. No me imaginaba que se trataba de un personaje tan culto. Entonces, como necesito hablar con alguien desesperadamente, le digo la verdad, que me he levantado con síntomas gripales y que me han desaparecido de golpe cuando he llamado al 112. Ella me dice que casualmente trabaja en el 112. Soy la jefa del servicio, añade. Entonces reconozco su voz, es la mujer con la que acabo de hablar. Se lo digo.
—Acabo de llamarte y me has dicho que me pusiera a escribir, que lo que tenía era un ataque de creatividad.
—Te he dicho que te pusieras a escribir, pero no a escribir sobre mí, y menos en estas circunstancias, desnuda como estoy; espera al menos a que me ponga un poco decente.

La mujer va a su habitación, abre el armario, tira del cajón de la ropa interior y revuelve entre los sujetadores y las bragas. Yo lo veo todo porque soy el escritor de la escena, o sea, que no me queda más remedio. De hecho, le digo que me perdone, que no es que sea un mirón, sino que tengo que escribir lo que veo, o ver lo que escribo, ahora no caigo. Ella me dice que lo entiende y que no me preocupe.
Elige un conjunto de color tabaco que se pone allí mismo, delante de mí, pero actúa como si estuviera sola en aquella habitación. De hecho, lo está, yo sólo soy el escritor que cuenta la escena y estoy fuera de ella. Si estuviera dentro, no me sería posible escribirla, estaría viviéndola. Una vez que se ha puesto las bragas y el sujetador me pregunta si me gustaría que se cepillara los dientes y le digo que sí porque me vuelven loco las escenas domésticas. Mujeres solas que se mueven por la casa, del cuarto de baño a la cocina y de la cocina al salón, abandonadas a sí mismas, ignorantes de que este escritor las está viendo por el ojo de la cerradura, o de la escritura, que es también una forma de ojo.

En esto entra mi mujer en la habitación y dice que me nota raro. Raro, ¿cómo?, digo yo. Me toca la frente y dice que estoy febril. Y tengo dolores musculares, añado yo (me callo lo de las ganas de escribir). A ver si va a ser la gripe esa, mejor llamar al 112, dice ella. Llamamos de nuevo al 112, pero a medida que describo los síntomas me van desapareciendo. Entonces se pone la jefa del servicio y me recomienda que siga con el cuento de la mujer desnuda. Mi mujer suspira con gesto de resignación. Así son mis días.

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