DEL LIBRO EL AMANTE DEMASIADO PUNTILLOSO – ALBERTO MANGUEL
Para Vasanpeine, ver ese cuerpo esférico en una desnudez casi total y no poder (ni querer) distinguir si pertenecía a un hombre o a una mujer, a una persona joven o mayor, fue el paso último y revelador de su gradus ad parnassum. Hasta ese punto, cada acto de descubrimiento, cada momento de contemplación, se concentraba en un segmento particular y con frecuencia azaroso de un todo incierto, un elemento al que él investía de significado mediante una relación emocional con los rasgos propios y limitados de ese mismo elemento, separándolo de la tiránica noción de totalidad, revirtiendo el proceso de desposeimiento implícito en todo organismo viviente, que siempre prefiere el conjunto colectivo al rasgo individual. En cambio, aparecía allí una criatura que era a la vez el todo y los detalles, la suma de las partes y un ser singular, coherente y mónada. Ya no había necesidad de atravesar ninguna constelación compleja para concentrarse en un segmento atractivo, un pedacito excitante. Aquella criatura autosuficiente era fragmentaria y completa, gradual e indivisible. Vasanpeine jamás había visto algo igual. Se sintió dominado íntegramente por el amor. Siguió mirando como en un trance. Apretó el botón. El obturador parpadeó.
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