sábado, 21 de diciembre de 2013

El mejor amigo del hombre Conrado Nalé Roxlo

Antes se decía con fuerza de axioma que el perro era el mejor amigo del hombre. Y el hombre lo trataba como a un verdadero amigo: le daba las sobras de la comida, cuando había sobras; cerraba las puertas con violencia sin reparar en si le apretaba la cola; si le molestaba con su mucho apego y amistad, le gritaba “¡fuera perro!” y lo alejaba de un puntapié. En fin, un tratamiento de los más amistoso. Pero con el andar del tiempo y el crecimiento vegetativo de la cultura se ha dado en decir que el mejor amigo del hombre es el libro, y el perro ha pasado a segundo plano, lo que le ha venido muy bien, pues al no ser tratado por el hombre como a su mejor amigo, ha mejorado bastante su condición social. En cuanto al libro, por más que se diga, aún no se ha hecho carne en el hombre la idea de que es su mejor amigo, pues lo trata con gran respeto, al extremo de que muchas personas jamás le dirigen una pregunta, ni lo invitan a sus casas. Otras lo tienen en tanta estima como a un desconocido; creen a pie juntillas todo lo que dice y lo repiten para lucirse, le ofrecen el mejor lugar de la casa para descansar y los más ricos cueros para vestirse. Si se les pide prestado les duele en el alma alejarse de él, y si son ellos quienes lo piden, también les duele separse después. Un amigo mío, hombre verecundo y sincero, puso estas sabias palabras en su escudo de bibliófilo: “No me pidan libros prestados porque así formé esta biblioteca” Pero no hay que recargar las tintas, que eso queda muy mal, según dicen los impresores. Personas hay que tratan el libro como antes al perro, es decir, como a un verdadero amigo. Como el movimiento se demuestra andando, según escribió el filósofo sentado a su escritorio, sigamos a ese señor que va camino de la plaza con un libro bajo el brazo. Se ha sentado en un banco y se ha puesto a leer. Sentémonos en el extremo opuesto y observémoslo. Da vuelta la hoja, lee la segunda cara, la arranca y la tira. La brisa primaveral la trae a nuestros pies. La recogemos con cierto temor. Quizás haya en ella algo subversivo, sea una lectura prohibida, y es por eso que el lector la arroja lejos de sí para evitarse complicaciones. Ahora que el guarda no mira, echémosle un vistazo: “Uno para todos, todos para uno”…Pero, ¿dónde hemos leído ese pensamiento?…¡Claro, sí son Los tres mosqueteros! En efecto, líneas más abajo “sonríe sutilmente el cardenal Richelieu”. El lector, entretanto, ha ido arrancando muchas otras páginas del mismo tenor y se levanta, cerrando lo que queda del libro. Nos atrevemos a interrogarlo: -Usted perdone, señor, la curiosidad. Pero le he estado observando mientras leía y quisiera saber… -¿Cómo termina? Eso también quisiera saber yo, y para eso leo. No creo que se cansen. De lo que sí estoy seguro es de que traerán de Inglaterra los herretes de la reina. Lo más difícil va a ser el cruce del Canal de la Mancha. ¡Qué tipo ese D`Artagnan! Venía a ser como un superman de su época. -Perdone, señor, pero lo que queríamos saber era por qué arrancaba las hojas después de leídas. -¡Ah!, lo hago siempre para saber por qué página voy. -¡Pero el libro queda inutilizado! -¿Y si ya lo he leído, qué me importa? -¿Y con todos los libros hace lo mismo? -No, en la oficina no lo puedo hacer. -Claro, el jefe, al ver su oficina sembrada de hojas de novelas, se daría cuenta de que usted no trabaja. -No es eso, es que soy tenedor de libros y si empezara a arrancar hojas del Mayor ¡buena se armaba! Es muy delicado mi trabajo. Una vez me equivoqué en un asiento. Tenía que poner “una silla de Viena, quince pesos” ¿A que no sabe lo que puse? Puse: “el trono de Francia, quince pesos”. Culpa de la lectura de las novelas de Dumas. Tuve que raspar el trono de Francia, y me dio un trabajo… -Me lo imagino. ¡Hay que ver lo que costó la Revolución Francesa! Me despedí de aquel extraño lector, pues me di cuenta de que habíamos empezado por una hojas y ahora nos andábamos por la ramas. Sólo quise presentártelo para aparecer imparcial mostrándote un caso de verdadera amistad de un hombre con un libro, pues, indudablemente, éste trataba el suyo como a un perro. Y, mira lo que son las cosas, ahora caigo en que siempre ha habido personas que trataban los libros como a verdaderos amigos, poniéndolos para nivelar las patas de las mesas cojas, para tapar rendijas o usando sus páginas para envolver objetos. Pero el libro, fiel como el perro, soporta toda clase de desventuras sin quejarse, hasta la de que los escriban ciertas personas. Yo soy autor de varios libros. Chamico (Conrado Nalé Roxlo)

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