Todavía era muy temprano, las calles estaban limpias y vacías; yo iba hacia la estación. Al comparar el reloj de una torre con el mío, vi que era mucho más tarde de lo que pensaba, no tenía tiempo que perder.
El susto provocado por este descubrimiento me hizo dudar del camino, todavía no estaba muy a gusto en esta ciudad. Felizmente había un policía por allí cerca, corrí hacia él y le pregunté, ahogado, por el camino. Él sonrió y dijo:
—¿Y es a mí al que vienes a preguntar por el camino?
—Sí —respondí yo—, porque no soy capaz de encontrarlo solo.
—Desiste, desiste —dijo él y giró sobre sí mismo con un movimiento largo y brusco, como el que realizan las personas que desean quedarse a solas con su sonrisa.
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